Los pumas están cada vez más presentes en las ciudades. Bajan a comer y pueden ser observados. Los registros de sus acechos se convierten en noticias, las que son viralizadas. Hace pocos días atropellaron a uno en la carretera, cerca de Loncoche, causando conmoción. Meses atrás un puma se quedó atrapado en un árbol afuera de una casa de Lo Barnechea. La situación obligó a desplegar un operativo que incluía dardos adormecedores y una audiencia masiva pendiente del desenlace. Su caída desde la altura fue estrepitosa, aunque planificada con sumo cuidado por expertos. Se trataba -a fin de cuentas- de una fiera grande, ágil, impredecible y letal. Por suerte, el puma salió ileso.

Las transformaciones de la geografía, la erosión de las montañas y el cambio climático han forzado a estos carnívoros a desplazarse por nuevos territorios en busca de comida. Antes era común oír o leer historias de pumas que durante las noches entraban en los potreros del campo a devorar el ganado. Ahora recorren las periferias de los pueblos cordilleranos, cansados, olisqueando tarros de basura, con ganas de asesinar a la primera bestia que se mueva. Quieren saciar su hambre.

¿Qué lugar ocupan en nuestra psicología los pumas? ¿Qué nos atrae de ellos? ¿Su ferocidad asociada a la muerte y el desafío, su indiferente elegancia? Cada vez que aparecen la atención se vuelca hacia ellos. Sabemos más de pumas que de los huemules o cóndores. A nivel simbólico, prefiero a los pumas, fríos y sucios, que la majestad del ave carroñera y la timidez del ciervo.

No creo que los pumas estén en nuestra memoria por asociación natural con el cantante venezolano José Luis Rodríguez; tampoco creo que esté fijado su recuerdo al mítico libro de Patricia Verdugo titulado Los zarpazos del Puma, que trata sobre la Caravana de la Muerte. Esa publicación marcó una época al destapar las atrocidades de la dictadura, pero su relevancia no radicaba en el hecho que el modelo del helicóptero que llevaba a la fatal comitiva se llamara "Puma". Menos importancia aún tiene la marca de ropa deportiva con ese nombre. Y el poderoso equipo de rugby argentino, que astutamente eligió el nombre de Los Pumas, posee una popularidad nacional estrecha, puesto que es un deporte de elite.

Creo que si nos interesan los pumas es por su imagen. La astucia y el sigilo son sus actitudes esenciales. Se mueven con rapidez y calculan la fuerza que necesitan. Sus movimientos son distinguidos. La ferocidad con que atacan es apabullante. La aparente indiferencia antes de lanzar un manotazo feroz es parte de sus conductas salvajes. Por eso, las fotos y filmaciones los han hecho célebres. El alemán Ingo Arndt postuló al World Press Photo 2019, en la categoría "Naturaleza", con su historia fotográfica, Wild Pumas of Patagonia. Las imágenes son impresionantes, únicas. Muestran cómo los pumas comen, cazan, fornican y juegan en plenitud. La narración comienza con la frase: "Los pumas, también conocidos como leones de montaña, se encuentran desde el Yukón canadiense hasta los Andes del sur, la gama más amplia de cualquier gran mamífero salvaje en el hemisferio occidental". Continúa: "Pueden sobrevivir en una variedad de hábitats, desde desiertos y praderas hasta bosques y montañas nevadas, pero generalmente son tímidos y esquivos para los humanos. Los pumas son depredadores y realizan emboscadas, acechando desde la distancia durante una hora o más antes de atacar".

En el plano simbólico el león es el arquetipo del puma, lo mismo que el tigre sagrado del que hablan William Blake y Borges en sus poemas, la pantera que sale en las primeras páginas del Infierno de Dante y los leopardos que se describen en innumerables textos de la antigüedad. La jerarquía de los felinos ha sido admirada con devoción por el arte y la literatura, desde los egipcios hasta Baudelaire, Jack London y Colette. El gato es lírico y metafísico, oscuro y sagaz. Los pumas, según mi parecer, no tienen una belleza rebuscada, ni teatral. Cesar Vallejo en el poema Intensidad y altura, dice: "Quiero escribir, pero me siento puma". Y en el texto Huaco se lee: "A veces en mis piedras se encabritan / los nervios rotos de un extinto puma".

Reconocemos en ellos un carácter ladino, desconfiado. No caminan de manera sinuosa, ni se ven leves. Son de temer por su perspicacia para rodear a la presa, saltar sobre ella y morderla en el cuello de modo eficaz. Cazan de noche. Duermen siesta y se despiertan cuando la luz empieza a apagarse. Si sienten su olor, no tienen posibilidades de capturar a otros animales, así que se mueven contra el viento.