El otro día contesté unas preguntas para Culto sobre una efemérides de Julio Cortázar. Dije que me quedaba con los cuentos y que nunca había leído Rayuela. La verdad es que lo intenté algunas veces en la adolescencia y nunca enganché, no me interesó y punto. Después caché que había gente que comentó es-can-da-li-za-da por mi respuesta. Que cómo me hacía llamar escritora si no había leído Rayuela y que era como hacerse llamar cristiano sin haber leído la Biblia. Me impresiona ese "deber ser" literario basado en un canon predominantemente masculino, un listado sacro del que no podemos salir ni pensar diferente. Mi educación literaria escolar, de pre y posgrado fue dictada en su mayoría por hombres con bibliografía de hombres. Ya leí a suficientes hombres. No veo a nadie tratando de Biblia obligatoria la obra de la Mistral, de la Bombal, de Alfonsina Storni, de Pizarnik, de la Stella Díaz Varín, de Teresa Wilms Montt, de Sylvia Plath, de Clarice Lispector, de Marta Brunet, de Safo, de Woolf, de Jane Austen, de Sor Juana, Joan Didion, Hannah Arendt, podría seguir hasta el infinito. Es hora de cambiar el canon y entender que el universo literario es mucho más amplio de lo que nos enseñaron y no hay que temer cuestionarlo. Les aseguro que muchos escritores hombres han pasado olímpicamente de la lectura de estas grandes y nadie les cuestiona a ellos su formación. Este 8 de marzo las escritoras, publicadas y no publicadas, marchamos juntas por la invisibilidad de la obra de mujeres y por la intención de abrir miradas más allá de los cánones establecidos como "imprescindibles".