"El año pasado murió mi oculista", se llamaba Balzaretti y era especialista en niños. Es la información inicial que entrega la narradora y periodista argentina Mercedes Halfon (39) en su novela El trabajo de los ojos publicada originalmente en 2017.
"A pesar de que hay una predisposición genética, en mi familia se dan grandes discusiones acerca de cómo empecé con el estrabismo", escribe Halfon en su elogiado ejemplar autobiográfico que vas más allá de su problema a la vista.
"Todo lo cercano se aleja, escribió Goethe en un poema", anota la autora en El trabajo de los ojos, volumen que ahora llega a librerías chilenas publicado por Lecturas Ediciones.
"Breve, bello y elegante texto", apuntó la revista Los Inrockuptibles del título de Halfon. Mientras que el escritor Fabián Casas escribió: "El trabajo de los ojos es un libro hipnótico (…) El libro es tanto un relato como un poema en prosa". Otro autor argentino, Mauro Libertella, subrayó que solo en primera persona "se puede escribir un libro así, y si uno tuviera que recordar una sola cosa de este libro, lo que persiste es justamente ese tono, al mismo tiempo elegante e incisivo".
"Un tema border"
Autora de los poemarios Dormir con lo puesto (2008), Un paisaje que nunca vi (2010) y Un fuego cualquiera (2015), Mercedes Halfon alcanzó el reconocimiento de la crítica con El trabajo de los ojos, un libro igualmente poético, fragmentario y luminoso.
"No me imaginaba qué recepción podía tener el texto, por su carácter híbrido, esquivo a los géneros. Pero fue muy bien recibido, encontró, como se suele decir, a sus lectores", dice Mercedes Halfon a Culto desde Argentina.
-¿Qué significó escribir El trabajo de los ojos?
-Me habían invitado a un ciclo de lecturas donde la propuesta consistía en producir un texto que revelara algo íntimo, privado, una confesión. Se habían leído cosas que hablaban de incestos, muertes de seres queridos, cuestiones complicadas, algunas directamente tabú. A mí, más modestamente, se me ocurrió escribir sobre mi estrabismo. Un tema border, que hasta ese momento me daba pudor apenas mencionar. Mis problemas en la vista son varios, tengo astigmatismo e hipermetropía desde los tres años, pero el estrabismo es lo que rige todo lo demás. El uso de anteojos desde antes de tener una "forma de ser" me resultaba intrigante. ¿Hasta qué punto los anteojos me generaron entonces una "forma de ver"? Había algo. Toda la cuestión me resultaba muy incómoda. Me costó escribir, encontrar las palabras y por eso mismo me di cuenta de que existía un centro al que tenía que acceder lentamente. Ese texto tenía cuatro páginas y a partir de ahí pasaron varias cosas.
-¿Cómo fue indagar en su propia memoria y también en la memoria familiar?
-Hice algunas entrevistas con grabadora, un poco siguiendo el oficio periodístico que es mi primer oficio, más que nada para reponer sucesos que habían ocurrido antes de que yo naciera. También revisé cajas de fotos que en la casa de mis padres hay a montones, porque a mi padre siempre le gustó tomar fotos. Pero claro, es una tentación enorme perderse ahí, porque se abren miles de narrativas posibles. Después abandoné la búsqueda más documental, porque los materiales se iban a ir moldeando según las necesidades de la historia, por decirlo de algún modo. En rigor, todo es ficción. Los recuerdos y los relatos que recibí son una masa flexible que luego fui acomodando a conveniencia… Lo cierto es que no soy exactamente yo la de la historia, aunque se me parezca bastante.
-Libros como El nervio óptico, de María Gainza y El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel abordan el tema de la mirada en sus historias… ¿Por qué cree que la autoficción se ha masificado?
-Al leer el texto antes de su publicación otro editor me dijo: "Las narrativas del cuerpo ya pasaron de moda". Yo no sabía ni que había algo llamado narrativas del cuerpo. Siempre y en todos lados hay alguien diciendo cómo se tiene que escribir. El libro de Nettel no lo leí, el de Gainza sí, pero me parece un texto más ligado a la crítica de arte y al relato clásico, que a los diarios íntimos. Es cierto que el contexto actual nos fuerza a la exposición de la intimidad, como si fuéramos los protagonistas de un documental que se filma todo el tiempo. Terminamos siendo como las copias malas de nuestras fotografías. Al mismo tiempo, yo vengo de la poesía y el periodismo cultural. Y en mi poesía también está, o estuvo, muy presente la idea de registro.
-¿Cómo ve el panorama actual de la narrativa latinoamericana?
-Lo leo con mucho entusiasmo. Creo que se están produciendo cosas sumamente interesantes en la joven y no tan joven narrativa de Latinoamérica. Cuando estaba empezando a escribir este texto fue El material humano, de Rodrigo Rey Rosa el libro que me abrió la perspectiva de que algo así se podía hacer. También Valeria Luiselli con Los ingrávidos y varias cosas de Alejandro Zambra. Textos que van de lo cotidiano a lo ensayístico, y que se abren a experiencias de los escritores. La verdad es que soy una lectora ecléctica, no sistemática. Y en esos recorridos encuentro en escritores latinoamericanos contextos de escritura similares. A veces se ve y a veces se intuye la precariedad, la escritura al borde de la supervivencia económica, el pluriempleo.
-¿Le interesa la literatura chilena?
-Me encantan Zambra y Roberto Bolaño, pero lo que más leo de Chile es su poesía. Obviamente Gabriela Mistral y Nicanor Parra, me gusta mucho José Ángel Cuevas a quien escuché leer en Buenos Aires varias veces. Raúl Zurita me fascina y Enrique Lihn. Este año conocí a un detective salvaje, poeta y personaje inspirador de la novela de Bolaño, se llama Bruno Montané, vive en Barcelona y me interesó mucho.
-¿Escribe algún nuevo trabajo?
-Estoy con un texto nuevo, con estructura de diario, pero mucho más ficcional que El trabajo de los ojos. Avanza y me tiene bastante tomada, no me puedo quejar, este es el momento del vértigo, la mejor parte.
Foto portada: Catalina Bartolomé.