Comentario de ópera: un comienzo meritorio
La fuerza del destino tuvo una propuesta escénica sugerente, una dirección orquestal matizada y un buen nivel de la mayoría de los intérpretes.
Hubo que esperar 60 años para tener de vuelta en el Municipal a La fuerza del destino. Ya sea por su fama de yeta como por sus exigencias vocales y musicales. Pero valió la pena. Porque era necesario traer este apasionante título y porque el resultado fue plausible gracias a una propuesta escénica sugerente, a una dirección orquestal matizada y al buen nivel de la mayoría de los intérpretes.
Verdi contrastó aquí el pensamiento cristiano con la guerra, la inmoralidad, la venganza, los vicios humanos, logrando un espectro desolador. En ese sentido, la producción se hizo cargo de mostrar los escombros del mundo, con una regie de Stefano Vizioli que ahondó en algunas imágenes de alto impacto (un carro arrastrando cadáveres, por ejemplo), que extrajo momentos de íntimo dramatismo y de heroísmo operístico. Todo ello apoyado por la escenografía de Nicolás Boni que situó la historia en un teatro en ruinas, con reminiscencias de cuadros de Goya y con imponentes alusiones religiosas; así como por la iluminación devastadora de Ricardo Castro, y el vestuario de Monse Catalá (también con alusiones a obras del pintor).
Con una apasionante partitura, la obra contrapone la tragedia con ratos alegres e incluso grotescos, y en manos del director Giuseppe Grazioli encontró armonía. Su conducción, sin ser una lectura muy verdiana, llevó a la Filarmónica de Santiago por la teatralidad, por un justo balance entre los ímpetus y las páginas de íntimo lirismo, y por el respeto hacia los cantantes.
En el trío protagónico, sobresalieron la rusa Oksana Sekerina (Leonora) y el ucraniano Vitaliy Bilyy (Don Carlo de Vargas). La soprano denotó una convincente expresividad, con un material melancólico y cálido, que esculpió con sensibilidad los arcos melódicos y culminó con un íntimo e intenso Pace, pace, mio Dio. El barítono -el más verdiano de todos-, de voz bien timbrada y canto fluido, potente y carismático, le dio todas las dimensiones a su personaje, sin contar su sencillez y gran profesionalismo. En un punto más bajo estuvo el tenor Giancarlo Monsalve (Don Alvaro), cuya visión del rol acentúa más la vehemencia que la figura romántica, con una tesitura que pierde homogeneidad en el registro alto. Musicalmente rotundo y generoso fue Ricardo Seguel (Fra Melitone) y Anna Lapkovskaja dibujó una Preziosilla graciosa. Hoy y mañana, y del lunes al miércoles 19.00 h. Teatro Municipal de Santiago.
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