GOT, Star Wars y las películas Marvel van a ser los nombres ineludibles en los recuentos de este año. Y lo serán más allá de la calidad de sus últimas entregas, desde luego. Esto habría sido inimaginable hace apenas 30 años. De hecho, un aspecto peculiar y no exento de ironía es que las tres sagas más exitosas del planeta vienen de fuentes no sólo humildes sino a veces derechamente ninguneadas en el pasado. George R.R. Martin concibió Game of thrones en una época donde las novelas de fantasía medieval eran vistas como el lumpenproletariado de la literatura. No se las encontraba en la vitrina de una librería seria y la mayor parte de sus ventas se hacía en convenciones de cómic y fantasía. Star Wars nació del amor de George Lucas por las seriales de ciencia-ficción de los 30, la clase de aventuras espaciales que los niños veían en las matinés. Y el universo Marvel vino de la pluma de dibujantes y escritores que en algunos casos (como Steve Ditko) murieron en la pobreza.
Por otro lado, estas son sagas de fantasía, pero en general y sobre todo, son sagas familiares. Eso, que es obvio en el caso de GOT y en el universo de los jedis, se reitera también en una de las escasas secuencias íntimas de Avengers: Endgame, cuando un personaje dice, entre lágrimas, que de no tener nada pasó de pronto a tener este trabajo que además resultó ser una familia.
Quizás ese sea el punto de fondo en esta fiebre actual que vive el mercado por narrativas de fantasía que giran en torno a grupos de amistad y sangre: hay una ansiedad por contacto y lazo que la rutina moderna no satisface y que está encontrando refugio en estas extensas, maratónicas ficciones. Son historias de largo aliento (a veces tan largo que agobia) donde personajes que parecían perdidos entre sí para siempre de pronto se reencuentran y tienen por fin la vida que deseaban. Son, a la larga, como todas las sagas familiares, historias de destino. Son ficciones crueles, en algunos casos con miles de muertes en el argumento, pero desde esa crueldad (que en Game of thrones ha llegado a ser central al espíritu de la serie), estos productos construyen una idea muy seductora. Y esa idea es que todos estos personajes, por omnipotentes que sean, terminan movidos por deseos tan sencillos como los nuestros: tener contacto, echar raíces, formar familias, recibir afecto.
G.K. Chesterton decía que la literatura es un lujo, pero la ficción es una necesidad. Es cierto. Y explica este panorama. Tal vez Star Wars y el MCU y el mundo de Westeros no sean gran arte. Pero alimentan una necesidad que va a existir mucho tiempo después de que los imperios y muros hayan caído en el olvido.