Alberto Collado Baines: salvar a Nicanor

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Surtido para caldillo (2018) reúne cuatro relatos del autor, entre los que destacan Las olas en diagonal y La guitarra desafinada, ambos inspirados en su amistad con Nicanor Parra.


Puede que haya sido embriaguez, éxtasis o la profunda perturbación de lo sublime. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, luego de visitar Sewell en 1977, Alberto Collado no volvió a ser el mismo. Su vida, podríamos arriesgar, torció su camino a golpe de timón. Todo su ser, diríamos, fue poseído por una obsesión más grande que su voluntad: salvar a Sewell del olvido y la eventual destrucción. Escribió cartas a instituciones como el Consejo de Monumentos Nacionales y recibió silencio.

Los periódicos, termómetros de la locura colectiva, recibieron sus misivas. Acataron el llamado. Collados Baines persistió. En sus primeras Cartas al Director, antecedentes para muchos de ese otro termómetro de nuestra persistencia en la estupidez llamado Twitter, se dedicó a comentar el avance de los trabajos de conservación del ex campamento minero. La clave era la precisión y una economía del lenguaje que podía emparentarlas con el epigrama. De la salvación patrimonial derivó hacia otros temas de diverso índole, flirteando con la metafísica ("Señor director: La materia es la caspa de los dioses", escribe en una carta publicada el 23 de noviembre del 89), la sátira ("Señor director: La píldora suicida de los holandeses no se puede tomar el día después") y una versión local del haikú ("Señor Director: Vende la guitarra. / Cómprate un tambo. / Parra, Nicanor").

Parra, que a esa altura ya había publicado sus libros fundamentales (Obra gruesa y Poemas y antipoemas, por nombrar algunos), se transformó en su consejero. Parra, ya que se había instalado con su montaña rusa ("Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices"), probablemente encontró en las cartas un procedimiento que interesante. En una entrevista dada a The Clinic, Collados comenta: "Tuvimos una relación muy larga con Nicanor como de diez años. Después se puso más ermitaño y ya no conversaba con nadie. Él me hacía sugerencias estilísticas, como usar tal palabra u otra. Me acuerdo que turnio era una palabra fea para él". En su más reciente publicación, Surtido para caldillo, lo homenajea en dos de los cuatro relatos del volumen: "Las olas en diagonal" y "La guitarra desafinada".

En el primero, el narrador funge de guía turístico. Sus clientes, un escuadrón de sordomudos. El viaje contempla la visita a diversos lugares de interés poético-turístico: la tumba de Huidobro, la casa de Mistral, La Sebastiana, los roqueríos de Las Cruces. Al pasar por la casa de Nicanor, el narrador desliza algunas teorías que podrían ser el argumento de un thriller policial: "se dicen muchas cosas de este viejo, que aún no ha muerto y que enterraron a un muñeco, pero la verdad es que no tiene tumba conocida, y hasta dicen que en vida vendió sus huesos, y que quién los tenga saltará algún día a la fama, y aún, que se los vendió a más de uno, que a su muerte se produjo la disputa". Los huesos de Parra como las esferas del dragón que imaginó Akira Toriyama: el que junta el esqueleto puede pedir un deseo.

Sin querer o con una delicada ironía, Collados Baines parece hacer de los chismes post-muerte de Parra la ocasión perfecta para un chiste. Y al mismo tiempo, en un homenaje más digno que las disputas familiares que vimos tras su funeral –que hacen de la trastienda de La Poesía Chilena una bolsa de gatos de la que convendría mantenerse alejado—, nos regala algo que probablemente sea una elucubración inédita de Parra: la leyenda del sol de mar. Transcribo el fragmento completo: "y la leyenda dice que todos los soles de mar, esos que tanto abundan en estas rocas y suelen los turistas martirizar, esos hermosos bichos habitantes de la costa, al caer la noche, emprenden desenfrenada carrera, desde todos los rincones del litoral, y al final de cada noche, tras recorrer el fondo del océano, quien ganaba la carrera era ungido rey de los soles y surgía de las aguas para iluminar el día".

Aunque la teleserie que siguió a la muerte de Parra parece haber llegado a su fin (el último episodio fue el round fue entre Zurita y Colombina Parra), no estaría demás encomendarle a Collados Baines que, con la misma entereza que defendió a Sewell, lo salvara un rato de la ignominia en la que cayó inmediatamente después de abandonar la tierra. Su obra, quisiera uno arriesgarse, es quizá tan susceptible de provocarnos espasmos como la visión de un enorme campamento minero abandonado a su suerte en la Cordillera de los Andes.

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