La Tierra inhabitable, del periodista y editor David Wallace-Wells (de próxima publicación en Debate), podría considerarse "ciencia ficción" en el sentido en que, a partir de datos actuales y las proyecciones y modelos científicos más serios, trata de imaginarse cómo será la tierra de aquí al 2100. Es probablemente el libro más importante que ha sido o será publicado este año: en tono justificadamente alarmista y con uso de números y ejemplos estremecedores, nos cuenta con convicción que debido al cambio climático y al calentamiento global nuestro futuro como especie en este planeta está radicalmente amenazado.
Podemos leer hoy mismo de la ola de calor en la India, del dramático aumento de los huracanes en los Estados Unidos o de la muerte de miles de aves marinas en el estrecho de Bering, pero no tendemos a juntar esos hechos como parte de un mismo fenómeno ni nos ponemos a pensar qué pasaría de aquí a treinta u ochenta años si esas noticias aumentaran en frecuencia; eso hace Wallace-Wells en este libro, con resultados que van mucho más allá de cualquier conclusión imaginada por los más pesimistas.
De acuerdo al IPCC, un panel sobre cambio climático de las Naciones Unidas, incluso si se cumplen los acuerdos de París para la reducción de emisiones, con los ritmos actuales el planeta aumentaría tres grados hacia fines de este siglo. Que los números sean pequeños es parte del problema, sugiere Wallace-Wells, porque no preparan a nuestra mente para enfrentar la magnitud del desastre: el colapso de las capas de hielo que estamos viendo en tiempo real tiene como punto de masa crítica los dos grados; a partir de ahí se puede pensar seriamente en "la inundación de Miami y Dhaka y Shangai y Hong Kong y otras cien ciudades… y [en] ciudades en la banda ecuatorial del planeta en las que ya no se podría vivir"; a tres grados habría sequía permanente en el sur de Europa, y a cuatro, entre muchos otros efectos más, habría ocho millones más casos anuales de dengue en América Latina y una crisis alimentaria permanente.
El problema central del cambio climático es que se trata de un proceso lento, de miles de años, y también irreversible; una vez que nuestro uso irresponsable de la tierra y la emisión de combustibles fósiles en la atmósfera alcanzan ciertas cotas, el "drama ecológico" se lleva a cabo a lo largo de milenios; las emisiones flotan en el aire durante décadas, y como no llegamos a ver los resultados finales, las minimizamos. Nuestros modelos científicos solo alcanzan hasta el 2100 (la administración Trump acaba de ordenar que los suyos solo lleguen hasta el 2050, año en que recién comenzarían a verse los efectos más devastadores del cambio climático).
Wallace-Wells pasa revista exhaustiva a las plagas que asolarán a la humanidad con el cambio climático: el hambre, los incendios, las sequías, la muerte de los océanos, el aire irrespirable, la falta de agua potable, las olas de calor, etc. Una de las tanta cosas que impresionan del libro es la rapidez del cambio: "el calentamiento global ha comprimido en dos generaciones la historia completa de la civilización". Hemos rehecho el planeta a nuestros ojos y al hacerlo lo hemos envenenado.
A las nuevas generaciones les toca un desafío complejísimo: eliminar el carbono de la atmósfera –en tres décadas a lo sumo–, sacarnos de nuestra apatía sobre el clima, encontrar nuevas formas de energía, penalizar con impuestos y otras formas de castigo a las compañías y países responsables, buscar soluciones políticas globales que vayan más allá de las decisiones individuales de apagar las luces o reciclar. Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, dijo alguna vez Fredric Jameson; después de leer La Tierra inhabitable, queda claro que si el modelo capitalista de desarrollo no cambia será cada vez más fácil imaginar el fin del mundo.