"Ya llegó el día en que estemos juntos, haciendo todo a pesar del mundo, paralizando la tierra, el día que apagaron la luz", cantaban Charly García y Nito Mestre en su último álbum Sinfonías para adolescentes lanzado en Argentina en el año 2000. Las sinfonías fueron refugio, contemporáneas a un país en plena crisis, con el presidente Fernando de la Rúa a la cabeza, escapista de helicóptero ante una Plaza de Mayo alzada en reclamo, represión y muerte.

"No sabemos qué fue lo que pasó, pero hay cero posibilidades de que vuelva a ocurrir", declaró el secretario de Energía de la República Argentina, Gustavo Lopetegui. Una frase en la que si se araña un poquito, aparece un sinsentido casi simpático, casi de cuento infantil. ¿Cómo prometer que algo no va a volver a pasar sin saber qué fue lo que pasó? ¿Que alguien me lo explique?

La palabra sanadora llegó en una conferencia de prensa que dio Lopetegui el lunes 17 de junio, más de veinticuatro horas después del apagón que dejó a oscuras a casi cincuenta millones de personas: la Argentina entera, Uruguay, zonas de Brasil, Paraguay y Chile. Dicho así parece el objetivo de un cartón del juego de mesa TEG (Plan táctico y estratégico de la guerra) pero no. Es la Argentina del 2019, nada maś y nada menos.

A los días del apagón histórico, circuló esta información en medios no oficiales:

La empresa que conectaba Yacyretá con el Sistema Argentino de Interconexión (SADI) se llamaba Yacylec. Era responsable de la red donde se originó la falla que dejó sin luz a toda la Argentina, Uruguay y regiones de otros países vecinos. Parte de Yacylec pertenece a la familia del presidente argentino Mauricio Macri. Yacylec fue noticia hace poco porque quienes eran sus dueños (Sideco Americana, del Grupo Macri) se niegan a pagar impuestos que adeudan desde hace 14 años.

Buenos Aires. 6.30 de la mañana del domingo 16 de junio del 2019. Diego sale caminando de su departamento en el barrio de Caballito de la Ciudad de Buenos Aires. Se sube a su Fiat 1 Sedan y se limpia los ojos con el espejito medio roto que le cuelga ahí delante. En la calle no hay un alma y necesita llegar temprano a Temperley porque es el día del padre, y amasarán ñoquis hasta el hartazgo, hasta que casi el deseo de comer pasta se evapore por un tiempo. Diego atraviesa algunas calles pequeñas, y desemboca en una avenida también vacía. Hace casi seis días que llueve en la ciudad, algo insólito. El agua perpetua, la desaparición del sol. "Me detuve en un semáforo y fue imposible no pensar en El día después de mañana, Cloverfield o Chernobyl, la serie que había estado mirando la noche anterior. Estaba empezando a amanecer y se apagó la ciudad, como si alguien hubiera apretado un botón universal. Ventanas, negocios a la calle, faroles, parques, semáforos. Todo se apagó. De un segundo al otro pensé que me había quedado ciego, pero no. Toda la noción de dónde estaba parado con mi auto desapareció. Sentí mucho miedo".

Buenos Aires, 6.30 de la mañana del domingo 16 de junio. Ignacio trabaja con la aplicación de Uber hace cinco meses. Dice que prefiere hacer viajes por las noches para poder aprovechar el día y tener otro trabajo más. "Hoy en Argentina llegar a fin de mes es como competir en una carrera de velocidad. Quizás llegás, quizás no, y te queda el corazón latiendo como un loco". Esa madrugada estaba por dejar a una clienta por zona sur y de un momento a otro se apagó el mundo. "La chica iba sentada al lado mío y se quedó muda. Lo único que iluminaba el camino era el cielo que recién empezaba a clarear. Acá no estamos acostumbrados a la catástrofe, no sabemos de temblores, de sismos, de diluvios. La chica tendría alrededor de veinte años. No quiso que me de cuenta pero se puso a llorar. Le ofrecí un pañuelo pero no quiso. La dejé en la puerta de su casa y no entró. Se quedó mirando a los dos lados de la calle, como abstraída. Yo seguí mi camino. Nunca había visto nada igual, era como estar caminando en la profundidad de un bosque pero en el cruce de Avenida Pueyrredón y Avenida Córdoba".

"Tenía que levantarme a las siete de la mañana porque enterrábamos a una tía en el cementerio de Pilar", dice Erica mientras mira la pantalla de su teléfono. "Estaba sola en mi departamento del barrio Congreso, y el grupo de Whatsapp familiar todavía funcionaba. Nos debatíamos entre salir con el temporal y la ausencia de semáforos, en eso de aventurarnos en la autopista a riesgo de morir abollados en el intento o tener una despedida con nuestra tía por telepatía. Elegimos la segunda. Nos íbamos enterando que el black out era feroz por una radio a pilas que tiene mi mamá y nos relataba por red 4G el minuto a minuto de eso que parecía la final de un mundial apocalíptico. Me quedé mirando la lluvia caer sobre la Avenida Entre Ríos hasta la una del mediodía que volvió la luz.Desde la ventana que da al pulmón del edificio podía oír a Nicolás, mi vecino de cinco años, que lloraba y preguntaba '¿somos solo nosotros o es en el resto del mundo?' y la respuesta lo aterraba todavía más".

Como inaugura el título optimista del disco de la banda española La Polla Records, algunas cosas nos pueden hacer sentir que No somos nada, por ejemplo: una catástrofe natural, un fenómeno paranormal, una lluvia de meteoros. O más a la mano, aún: una falla del Estado, un país en crisis, un Gobierno.