La parrafada maldita
Mike Wilson vuelve a sorprender con una novela inquietante, perversa y original.
Ciencias ocultas comienza con una imagen que a varios les resultará conocida: un cadáver tendido bocabajo sobre la alfombra de una habitación espaciosa. Alrededor del cuerpo figuran una anciana macilenta, una mujer andrógina, un costurero chino y un perro lobero irlandés. De inmediato se asume un homicidio, aunque no se ven rastros de sangre ni tampoco heridas en el cuerpo.
Pero "hay culpa", pues "uno de los cuatro sabe". Hasta aquí, el asunto pinta para relato policial. Sin embargo, esta obra es mucho más tenebrosa y compleja que las convencionales soluciones noveladas de un asesinato.
Escrita en una sola parrafada incesante, densa, que prácticamente no da respiro, la narración se detiene minuciosamente en todos los objetos que contiene la habitación. No se trata de elementos típicos, por cierto, y cada uno de ellos aporta fragmentos de información macabra que, a la larga, le permiten al lector construir un retrato acabado del propietario de aquello. Si bien nunca llega a agobiar, el ejercicio descriptivo es francamente demencial. Y dadas las reglas que la novela impone sobre quien la lee, más vale prestar atención a cada detalle: a medida que los cabos se van uniendo, el cuadro general no apela a la claridad, sino a una profunda, insondable, narcótica oscuridad.
Si en su momento el gran escritor italiano Mario Praz escribió su autobiografía reparando puntillosamente en las innumerables piezas decorativas de su colección particular (La casa de la vida se llama ese hermosísimo libro), ahora, en Ciencias ocultas, Mike Wilson subvierte las intenciones de Praz y revela, con similar detallismo, un cosmos perturbador, misterioso, amenazante, en donde la belleza no tiene cabida, ya que los objetos dispuestos en esa habitación endemoniada evocan una carga perversa que sólo puede desatar reacciones de espanto o, en el mejor de los casos, pesadillas recurrentes.
Una famosa tapicería del siglo XV; mapas enrollados en un paragüero; ciertas fotografías que alteran el espíritu; frascos con sustancias dañinas; un espejo fisurado; libros abyectos; un facistol mordido por una quijada humana "que excede toda normalidad anatómica". Estos son algunos de los objetos en los que se detiene el ojo sin par del narrador, quien, a medida que avanza en su relato, pasa a convertirse en un tipo insospechado: sus atributos en cuanto a observador excepcional quedan establecidos de entrada; sus poderes en cuanto a estimulador de la imaginación resultan envidiables; pero son sus propias circunstancias, tratadas hacia el final del relato, las que lo convierten en el grandísimo personaje que hasta ahí no aparentaba ser.
Aquí lo supuestamente inmóvil cobra un sentido peculiar: "La madera está en la misma condición que el cerezo de la pared, combada, agujereada, calcinada, el barniz corrompido y ampollado, perforado por aquellos pequeños orificios dejados por las larvas del escarabajo que se han ocupado en devorar de a poco el lado occidental de la habitación". De tanto en tanto, el narrador vuelve a dedicar su atención sobre quienes rodean al cadáver: la anciana, la andrógina, el chino y el perro. Pero salvo leves movimientos, ellos permanecen en una tensa y muda quietud.
Ciencias ocultas no sólo es una obra original, escrita con talento e inteligencia. También es osada y valiente, pues le exige un compromiso al lector. Y aunque existe un premio dado por el desenlace, debo advertir que la intranquilidad no cesa una vez que se llega al fin de esta parrafada maldita.
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Ciencias ocultas, de Mike Wilson.[/caption]
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