Durante parte del verano de 1970, la escritora Joan Didion recorrió en un auto arrendado tres estados del sur de su país: Luisiana, Misisipi y Alabama. La idea era recopilar material para un artículo que, a la larga, jamás escribió. No obstante, los cuadernos con las notas sobrevivieron y dieron pie al grueso de este libro que, leído casi 50 años más tarde, conforma una panorámica lúcida, vívida y perturbadoramente actual. El Sur, con mayúscula, era y sigue siendo un lugar amenazante, si es que no aterrador: "Los plátanos se pudrían y albergaban tarántulas. El mal tiempo aparecía en el radar y era muy malo. Los niños cogían fiebre y se morían, y las peleas domésticas terminaban a puñaladas".
Ya sea que deambule por una metrópolis bullente como Nueva Orleans, o por pueblos insignificantes y dejados de la mano de Dios, o por algunos enclaves de la costa del Golfo de México que podrían rozar cierta noción de lo pintoresco, la autora no consigue liberarse de la inquietud misteriosa que la acompaña permanentemente. Está claro que una californiana sofisticada y liberal no encajaba en los entornos amodorrados y anticuados que recorría, pero el malestar parece tener una explicación más profunda. ¿Cuál sería? En realidad nunca llega a saberse, pues Didion no lo aclara explícitamente.
Lo anterior contribuye a crear una tensión que por momentos alcanza dimensiones siniestras, algo bastante notable tratándose de un cuaderno de notas. Didion está completamente atrapada en el desafío que se autoimpuso, a tal punto que evita pasar por ciudades que cuentan con aeropuerto por temor a escapar a Los Ángeles o Nueva York en el primer avión disponible. El calor es siempre agobiante, la naturaleza es una fuerza maligna y las personas, por lo general, son el opuesto a ella, una mujer que, para sorpresa de más de un fisgón, no luce su argolla de matrimonio y utiliza un escandaloso bikini para bañarse en las piscinas de los moteles en donde aloja.
La temporalidad es otro asunto difuso en aquellos parajes sureños. "El túnel del tiempo: la guerra de Secesión fue ayer, pero se hablaba de 1960 como si hubiera sido hacía trescientos años". Y los estímulos del entorno -raros, untuosos, sofocantes- llevan a la autora a plantearse una situación dramática: "En el Sur no podía dejar de pensar que si yo hubiera vivido allí habría sido una persona excéntrica y llena de rabia, y me preguntaba qué forma habría asumido aquella rabia. ¿Acaso me habría sumado a alguna causa, o simplemente habría apuñalado a alguien?".
La somnolencia pueblerina, los atavismos en las costumbres, la sobrepoblación de serpientes, las curiosas convicciones de los nativos, algunas llamativas conversaciones captadas al vuelo, las leyendas de varios autoadhesivos, los ambientes en las tiendas, uno que otro letrero inesperado, la brutalidad de un domingo sin acontecimientos, todo le resulta útil a Didion para ir construyendo este magnífico mosaico en movimiento que es Sur y Oeste.
En una entrevista de 2006, la escritora explicó que el motivo del viaje fue la curiosidad: "Si conseguía entender el Sur, entendería algo de California, porque muchos colonos que se asentaron en California venían del Sur fronterizo". La segunda parte del libro, mucho más breve, trata sobre el Oeste (California), pero no hay relación aparente entre un paraje y el otro, salvo por una frase en la que Didion vuelve a reparar en la naturaleza salvaje de Nueva Orleans "como algo rancio y viejo y malévolo", muy diferente, por cierto, a "la naturaleza redentora de la imaginación del Oeste".