Estrena en 1988, Chucky: el muñeco diabólico -aquella del peligroso sicópata reencarnado en juguete - vio la luz justo al final de la época dorada del género del slasher, pero esto no impidió que se transformara en una pequeña y lucrativa serie de siete entregas, antes de llegar al inevitable relanzamiento y rejuvenecimiento al que toda saga se somete de vez en cuando. Pero a diferencia de algunas reediciones , muchas de los cuales tienen terribles consecuencias, este nuevo Chucky se las arregla para lucir bastante joven y radiante.
En un mundo cada vez más interconectado, compuesto por una población cada más cínica y desconectada entre sí, llega de la mano de Industrias Kaslan "Buddi, El Pequeño Ayudante", un muñeco diseñado para ser el acompañante por toda la vida de sus dueños; a su vez, está integrado con Inteligencia Artificial, gracias a la cual aprenderá a ser mejor cada día. Eso, a menos que un recién despedido trabajador de la fábrica en Vietnam hackee a uno de los muñecos y le inhiba toda restricción de comportamiento.
Entendiendo las transformaciones en la sociedad producto de la tecnología, esta cinta bien se transforma en la pesadilla de todo tecnófobo, al hacer de este Chucky una especie de Alexa, todopoderoso y supremo, que entiende el mundo en base a lo que aprende de su mejor amigo, Andy, un quinceañero con problemas tanto en su casa como en el colegio; es decir, lleno de rabia, miedo y contradicciones.
Con un guión bien estructurado y sin abusar de recursos que se han vuelto tópicos – giros inesperados, jump scares –, esta Chucky no da la espalda a sus raíces sanguinolentas y entrega un buen conjunto de muertes ad hoc, acompañadas de un sentido del humor muy negro, referencias a la cultura pop y un gran trabajo de voz de Mark Hamill dándole vida a este diabólico ser.
Sin inventar nada y manteniendo el mismo nivel de absurdo que su fuente original, este remake/relanzamiento sí tiene el buen tino de plantear algunas preguntas pertinentes, como el daño que la tecnología está causando a nuestras relaciones sociales o la liviandad con que se toma la violencia en la sociedad -irónicamente partiendo con esta misma película y su violencia cruel y lúdica-; eso sí, no profundiza demasiado en las problemáticas que plantea, tanto porque su interés real está en otro lado, como porque ese tipo de problemáticas existenciales las tratan mejor esos otros juguetes, los de Toy Story. Chucky es el anti Toy Story.