En su más reciente especial para Netflix, estrenado este mes en la plataforma, el comediante Aziz Ansari dedica los primeros minutos de su rutina a pedir perdón. Con voz baja y tono sombrío, el actor estadounidense de padres indios hace un sentido mea culpa y enumera las lecciones que sacó luego de que una mujer lo acusara de comportamiento sexual inapropiado el año pasado. "Si esto me ayudó a mí y a otras personas a ser más reflexivos al respecto, entonces es algo bueno", comenta en la producción.
Este mes también llegó a la plataforma de streaming la tercera temporada de Paquita Salas, la celebrada serie española que tiene como protagonista a una representante de artistas caída en desgracia, y en cuyo segundo capítulo -titulado Edwin- enfrenta la furia de las redes sociales cuando una de sus representadas, la actriz Lidia San José, interpreta en un cortometraje a un hombre peruano transexual. Paquita, analfabeta de las nuevas tecnologías de la comunicación, se ve perdida frente al repudio de los tuiteros y agrupaciones de derechos LGBTI.
Ambas escenas, en su estilo -la primera con seriedad y la segunda con parodia y agudeza-, dan cuenta de las reglas del juego que imperan hoy en la industria del entretenimiento, así como los nuevos desafíos que enfrentan sus protagonistas. Si durante décadas las mayores figuras del espectáculo se alzaron como deidades intocables y modelos de comportamiento cuyos pecados se mantenían camuflados ante el resto de los mortales, hoy, en días de hiperconexión tecnológica y democratización del debate público, actores, directores y estrellas de la música son quienes parecen estar más expuestos al escrutinio colectivo. Y, por ende, al boicot en masa.
Es lo que se conoce como la "cultura de la cancelación", un nuevo acuerdo tácito entre celebridades y público en el que cualquier acción, omisión u opinión emitida por los primeros puede derivar en su "cancelación"; o sea, un rechazo a gran escala y el llamado masivo a borrar a dicho personaje de sus existencias, sobre todo si lo que este hizo se aleja de la corriente predominante en redes sociales. En términos concretos, que sus películas no sean vistas, que su música no sea escuchada, que su nombre no tenga más promoción, que su figura termine confinada en el sótano del olvido.
Lo vivió la semana pasada Scarlett Johanson, alguna vez criticada por interpretar un papel de origen asiático en el cine, quien declaró que su trabajo le permitía interpretar todo tipo de personajes ("cualquier persona, árbol o animal", ejemplificó), ganándose el repudio de quienes ven en sus dichos una defensa de la llamada "apropiación cultural". Si bien después matizó sus palabras, la actriz fue rápidamente cancelada en redes. Algo similar a lo que vivió recientemente Rosalía, la gran estrella mundial del pop español, linchada por miles de usuarios luego de lucir un abrigo de piel animal (y no disculparse al respecto). Canceladísima.
La lista es prácticamente inabarcable y hoy, a julio de 2019, "todo el mundo está cancelado". Así se titula un reportaje publicado hace un par de semanas por The New York Times, que exhibe una lista de celebridades castigadas en Twitter en el último año, incluyendo a Bill Gates, la cantante Gwen Stefani y el futbolista Cristiano Ronaldo. "Si una sola persona decreta que alguien está cancelado, esa persona ya está cancelada", postula el artículo, que también enumera libros, canciones y conceptos cancelados en los últimos meses.
Por cierto, hay cierta jerarquización en esta suerte de funa 2.0. Leyendas del espectáculo (vivas y muertas) acusadas de algún tipo de abuso sexual, como Michael Jackson, Kevin Spacey, Woody Allen o Bill Cosby, se ubican al tope de la pirámide, sin importar lo que haya resuelto la justicia en sus respectivos casos. Le siguen aquellos que han defendido a los primeros -lo vivió el colombiano J Balvin al declarar su admiración artística por Chris Brown, el cantante que golpeó a Rihanna- o que han expresado en Twitter opiniones políticas impopulares o consideradas violentas, como Morrissey, Kanye West, Miguel Bosé o los hermanos Gallagher, de Oasis. Todos ellos ya están cancelados.
Esta semana, de hecho, una columna del diario británico The Guardian explicó "por qué ya es momento de cancelar a Quentin Tarantino", como castigo a a una filmografía que -según quien firma- "se ha caracterizado por ser extremadamente violenta hacia sus personajes femeninos".
En Chile, el cantante Tea Time y el cineasta Nicolás López -ambos formalizados por abusos a mujeres- ya pertenecen a esa categoría y probablemente no habrá fallo de la justicia que los saque de allí. También los excompañeros de grupo del primero (Los Tetas) y las actrices que han defendido al segundo. Un caso reciente es el de la cantante iquiqueña Tomasa del Real, criticada públicamente luego que un grupo de usuarios le pidiera ayudar a difundir una supuesta agresión durante un show suyo en Concepción. La solista respondió que "los artistas no son pacos" y el desenlace fue el esperable.
¿Qué consecuencias concretas sufre un artista cancelado? Si bien en la era del consumo "a la carta", donde los usuarios tienen el control, la amenaza puede ser mayor, según Nielsen, tras el estreno del documental Leaving Neverland, las reproducciones de Michael Jackson subieron un 41% en el streaming respecto del mes anterior. Ni siquiera la música urbana, muchas veces cuestionada por sus letras, ha sufrido una baja en sus números globales y solo parece expandirse.
"Hay artistas que cometen errores, pero hay otro tipo de errores que la gente critica y cancela y que (la gente) dejó de hacer ayer. Internet está siendo como una reconstrucción de la moral de las personas, para decir 'voy a cancelar a este para sentirme bien yo y reconstruir mi moral desde eso'", asegura Young Cister, cantante chileno, productor de trap, flamante fichaje del sello Sony y uno de los representantes de la nueva música local para las audiencias juveniles. Su aliado artístico, Polimá Westcoast, entrega una visión similar: "Ahora todos están jugando a ser Dios, todos quieren juzgar a las personas, se sienten con esa libertad y con ese poder".
El castigo social parece operar de otras formas (como le ocurrió al actor Kevin Hart, sacado de la conducción de los últimos premios Oscar por tuits de 2010 considerados homofóbicos) y con secuelas mayores para aquellos artistas de nicho e identificados con las causas que se les acusa de traicionar. Le pasó a (me llamo) Sebastián, promesa del pop chileno, que hace un año se radicó en México, salpicado por una denuncia de acoso sexual contra su guitarrista. "Me voy, entre otras cosas, por miedo", dijo a este medio.
Al mismo tiempo, el temor a la sanción social ha hecho que las posturas y opiniones de las celebridades tiendan a homologarse, mientras que lo que hoy se premia es la confesión personal, algo impensado hasta hace unos años. Así lo han hecho diversas estrellas en el último tiempo, compartiendo con sus fans experiencias personales traumáticas, ansiedades o cuadros de depresión. En la era de la cancelación, exponer un secreto íntimo es menos riesgoso y trae más réditos que dar una opinión.
La turba digital
"La regla es que no puedes decir todo lo que piensas. Y los personajes públicos, que tienen una mayor visibilidad, tienen que estar mucho más atentos a lo que dicen", asegura Daniela Campos Letelier, periodista y magíster en Ciencia Política de la Universidad de Chile, quien se ha especializado en el análisis de las redes sociales. Para la docente, Twitter es la red social donde se libran las nuevas reglas del juego, al ser la aplicación de mayor retroalimentación y horizontalidad entre figuras públicas y usuarios de a pie.
"Allí es donde se forman o deforman opiniones, un nuevo espacio de participación ciudadana", dice. Allí también es donde más se castiga una visión divergente. "Si no te pliegas a la opinión políticamente correcta estás mucho más complicado, en cualquier tema".
Para Manu Chatlani, director de Jelly, agencia especializada en contenidos digitales -y entre cuyos clientes hay artistas y sellos-, "se ha roto la barrera que había entre la celebridad y las personas a través de las redes, el contacto es directo". Un cambio que propicia "mayor complicidad y formas de sintonizar, enganchar, 'marketear' con la audiencia, lo que se traduce en más cercanía y mayor éxito", pero que opera como un arma de doble filo para los artistas.
"Los presiona a mantenerse muy conectados con lo que está viviendo y sintiendo la sociedad en general. En el momento en que uno de ellos se desconecta de eso, la pasada de cuenta es brutal", explica. "Mientras más famoso eres, más expuesto estás. Y esto va a empeorar. Para poder 'marketear' tengo que abrirme cada vez más, pero a mayor apertura hay más riesgo".
¿Qué lleva a la gente a cancelar a quienes incluso alguna vez fueron sus ídolos? Para Campos, es simplemente un reflejo de la realidad, "la gente anda cada vez más agresiva y violenta, como en las detenciones ciudadanas". Chatlani también recurre a la imagen del linchamiento callejero: "En la lógica de David versus Goliat, el más chico es el más favorecido. Eso ha provocado la fabricación de noticias falsas, por ejemplo. Sumarse a pegarle al que está en suelo puede traer más comentarios o más 'me gusta', y esto opera con la lógica de la turba".
Frases que condenan
Scarlett Johanson
"Como actriz, se me debería permitir interpretar a cualquier persona, árbol o animal, porque ese es mi trabajo (...) Siento que el arte debería ser libre de restricciones".
(La actriz, luego de las críticas por su elección para interpretar a un hombre transgénero).
Noel Gallagher
"Sé que eres escocés, pero demonios... es como un país del tercer mundo".
(El exmúsico de Oasis le responde al cantante escocés Lewis Capaldi).
J Balvin
"Todos esperan a que alguien muera para darle el crédito que merece. Lo digo ahora: cuando muera Chris Brown después de una larga vida, extrañarán lo que han tenido frente a ustedes".
(El colombiano elogia a su colega, conocido por golpear a Rihanna cuando fueron pareja).
Tomasa del Real
"Wna tonta, los artista no son paco (sic). Anda a donde tení que ir, a los pacos. Y bloquea".
(La cantante responde a un usuario que le pidió difundir una supuesta agresión durante un show suyo).