El festival de Woodstock en realidad se montó en Bethel, a 70 kilómetros de la localidad que le dio su nombre. Y no fue el primer encuentro de su tipo: dos años antes, en junio de 1967, el Monterey Pop Festival juntó en California a un grupo de artistas similar -Jimi Hendrix y The Who incluidos- durante tres días de música. Ocurrió en pleno "verano del amor" y al igual que Woodstock quedó plasmado en un documental estrenado al año siguiente, a cargo del célebre y recientemente fallecido D. A. Pennebaker.
También anterior a Woodstock es el festival de Isle of Wight, en Inglaterra, que partió en 1968. Al año siguiente fichó a Bob Dylan -el premio mayor por esos días- y en 1970 juntó a cerca de 600 mil asistentes con un cartel que incluyó a The Doors, Miles Davis y Joni Mitchell. Ese mismo año comenzó su símil de Glastonbury, otro clásico que sobrevive hasta estos días.
Si todos estos hitos fueron pioneros a la hora visibilizar a la juventud de la época y masificar la contracultura del primer mundo, ¿por qué Woodstock se llevó el mérito y se recuerda hasta hoy?
Quizás la respuesta está en su contexto, en todo lo que pasó poco antes y poco después. Una utopía hippie que para muchos ya estaba sepultada para agosto de 1969, como bien retrató Easy rider, estrenada un mes antes. La matanza en la mansión de Roman Polanski orquestada por Charles Manson, la semana previa al festival, y el apuñalamiento de una persona durante el show de los Rolling Stones en Altamont, en diciembre de ese año, cerraban una traumática temporada en Estados Unidos. Las muertes de Hendrix y Janis Joplin, un año después, le ponían la lápida a la revolución de las flores.
"Woodstock, de alguna forma, culmina algo. Y nada menos que los años 60, la década del idealismo", asegura el musicólogo Juan Pablo González. "El sueño de paz y amor empieza pronto a desmoronarse por una serie de hechos: asesinatos, corrupción, el poder que empieza a destruir a estos hitos y personajes que veían como una amenaza", añade el locutor radial Hernán Rojas, quien cree que Woodstock "no puede entenderse fuera del ecosistema sociocultural de la época". Y ese contexto era la Guerra de Vietnam, Nixon en la Casa Blanca y represión policial en las calles de Estados Unidos.
En ese sentido, los "tres días de paz y música" -como se publicitó el evento- y las 400 mil personas que llegaron a Bethel fueron la respuesta más contundente a esa pesada atmósfera y al statu quo.
"El verdadero significado de Woodstock fue la mística del público, no los artistas, que en su mayoría no eran de la primera línea. No estaban los Rolling Stones ni Led Zeppelin, pero sí esta sensación de paz, de querernos y abrazarnos sin diferencias", dice Denise, vocalista de Aguaturbia, quien se instaló en Nueva York en 1970. "Creíamos que podíamos ser una fuerza para terminar las guerras, pero no pasó nada", sentencia.
Un referente inalcanzable
Woodstock llegó a Chile a través del cine, con el estreno en salas del documental, en 1970, junto al vinilo triple -poco usual para la época- que acompañó su salida. "Esa secuela productiva del festival tiene mucho que ver con su persistencia en la memoria", asegura Juan Pablo González.
Fue a través del disco y la película que el resto del mundo pudo ver y escuchar a Jimi Hendrix electrificando el himno estadounidense o tocando "Voodoo Chile" -lo que generó su propio mito local-; a Joe Cocker versionando "With a little help from my friends" o a un por aquel entonces desconocido Santana saltar a la fama. No aparecían allí las toneladas de basura que dejó la fiesta ni los jóvenes robando granjas vecinas, desesperados por la falta de comida. Una caótica producción, similar a la que impidió su aniversario 50 este año.
"Fue un festival sin auspicio y en ese sentido me parece bien que no haya otro Woodstock, porque en ese festival no estuvo la industria", dice Denise, quien cree que la locación del evento también fue clave en su difusión. "Nueva York fue y será la meca del mundo", explica.
Con presentador antes de cada show y un cronograma de cerca de 60 minutos por número, Woodstock de alguna forma instauraba la definición moderna de un festival de música. Para Rojas, también fue pionero en eclecticismo, porque "por esos días no se imaginaba a un gurú tipo Ravi Shankar tocando con grupos de rock pesado, funk y blues". Aunque, al mismo tiempo, algo irrepetible: "A partir de entonces, la industria, las marcas y los sellos vieron que aquí había un negocio, que había que ponerle gestión para que resultara".
Si bien hasta hoy es el espejo con el que se compara casi todo evento musical de varios días, deja al mismo tiempo una fórmula inalcanzable. "No creo que Woodstock haya dejado un modelo, porque allí todo el público estaba escuchando lo mismo", dice González. "Mysteryland, Woodstaco, Lollapalooza, todos tienen múltiples escenarios y una lógica comercial, con marcas involucradas. Ese espíritu hippie es bastante único", cierra.