Witold Gombrowicz (1904-1969) es junto a Joseph Conrad uno de los escritores polacos más importantes del siglo XX. Como Conrad vivió buena parte de su vida fuera de Polonia: en Argentina durante veinticinco años y luego en Francia hasta su muerte. Acreedor del prestigioso Premio Formentor, que daban los editores europeos y que premiaron antes a Borges y a Samuel Beckett, fue candidato al Nobel de Literatura y tapa de la revista Les Inrockuptibles. Su estética que privilegiaba lo joven y lo inmaduro por fin pasaba a ser insignia de una época, en este caso del Mayo francés. ¿Pero cómo llegó hasta ahí este autor, que muchos hoy no conocen?

Empecemos por el principio. En 1939 llegó al puerto de Buenos Aires a bordo del barco Chrobry, que inauguraba sus travesías en ultramar. En una nota del 21 de agosto de ese año el diario La Nación informaba que Gombrowicz era "un humorista moderno, de vasta cultura. Acaba de tener un éxito de resonancia con un folleto titulado Ferdydurke". Pero él debía regresar en ese barco; sin embargo algo pasó y se quedó, y luego la Segunda Guerra Mundial y las sucesivas ocupaciones de su tierra le hicieron imposible el regreso.

Su experiencia argentina lo transformó, encontrando en Buenos Aires y en Sudamérica su amor por lo inmaduro, lo bajo, lo no desarrollado, que fueron los motivos de su primera novela, Ferdydurke. Aquí, en Argentina, escribió su famoso Diario donde, como señaló Enrique Vila-Matas, están "en igualdad de condiciones fragmentos con carácter de ensayo filosófico, brillantes polémicas, partes líricas, bromas grotescas, y también abiertamente ficción literaria". Las primeras ciento cincuenta páginas están dedicadas a literatura polaca y a discusiones muy acotadas sobre la realidad de Polonia, y eso ocurre porque este libro tan singular fue el resultado de las colaboraciones que enviaba a la revista de polacos exiliados en París: Kultura. Una de las polémicas que quiere dar es con E.M. Cioran, pero claro, Cioran no se da por enterado hasta después de su muerte.

En el fondo, Witoldo –como le decían en Argentina– redefinió el género diario. Ya no era la intimidad de un escritor o de cualquier persona, sino lo que pensaba y sentía públicamente. Su influencia en autores argentinos se hizo sentir, y resulta evidente en Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. Con Ernesto Sábato cultivó una amistad, que quedó plasmada en el prólogo de la reedición castellana de Ferdydurke –que "Gombro" y algunos amigos tradujeron en una mesa de un conocido bar porteño– y en algunas cartas. "Para Gombrowicz", escribe Sábato en aquel prólogo, "el combate capital del hombre se libra entre dos tendencias fundamentales: la que busca la Forma y la que la rechaza".

Con Borges, en cambio, sucedió lo contrario. Se conocieron gracias al poeta Carlos Mastronardi, quien lo llevó a una cena donde estaban Adolfo Bioy, Silvina Ocampo y Borges; la cena pasó a la posteridad gracias al mismo Gombrowicz que escribió esto en el Diario: "… así terminó la cena en la casa de Bioy Casares… en nada… como en todas las cenas consumidas por mí al lado de la literatura argentina". Sucedió que Borges, Bioy y Ocampo le pedían que contara de Europa, de Francia en particular, pero Gombrowicz no entendía que estos escritores –entre los cuales consideraba a Borges como "el escritor argentino de más talento"– fueran tan europeizantes, y que no valoraran el hecho de que en Argentina estuviera todo por hacer, desde la instalación de una tradición hasta diversas formas o estilos. Sudamérica era un continente joven e inmaduro con todo el futuro por delante y sin las ataduras del Viejo Continente. Por su lado, Borges tampoco tuvo un buen recuerdo de aquella cena. En el Borges, de Bioy, califica a Gombrowicz como "el conde pederasta y escritorzuelo".

Esta enemistad la retomó otro escritor argentino, Juan José Saer, en su libro de ensayos El concepto de ficción, donde afirma que la diferencia entre ambos no era tanta, e incluso podría hablarse de complementariedad: "El mismo gusto por la provocación, la misma desconfianza teórica ante la vanguardia y, sobre todo, el mismo intento de demolición de la forma; uno, Gombrowicz, exaltando la inmadurez y el otro, Borges, desmantelando con insistencia la ilusión de identidad".

Fue Ricardo Piglia quien finalmente completó la idea de Saer, señalando que Borges era el mejor escritor argentino del siglo XIX y Gombrowicz el mejor del siglo XX. La idea de adoptar a un escritor extranjero no es nueva en la literatura trasandina. Ocurrió con los franceses Paul Groussac, escritor y primer director de la Biblioteca Nacional, y Alfred Ebelot, cronista e ingeniero que vino a construir la famosa Zanja Alsina, pero también hay algunos más. Pero quizá la radicalidad con la que se lo considera a Gombrowicz parte de las letras argentinas es algo que no tiene parangón.

Por eso no es extraño que en Argentina se realice el Segundo Congreso Gombrowicz, con la participación de expertos y escritores nacionales como internacionales, entre ellos destacan: Tomás Abraham, Guillermo Martínez, Alicia Borinsky, Fabián Casas, Cristina Mucci y Anna Spólna (del Museo Gombrowicz de Polonia), Pau Freixa (traductor de Gombrowicz al español). El anterior sucedió hace cinco años y conmemoró los 75 años de su llegada a Argentina, este año se conmemoran los 50 años de su muerte. Tal como la vez anterior lo auspicia la embajada de Polonia y lo organiza el Grupo Heterónimos, una especie de grupo de fanáticos de la obra de Witold Gombrowicz, liderados por el escritor Nicolás Hochman. Si uno pensara en un Congreso Borges, por ejemplo, estaría a la altura de éste, por los participantes y por la organización y el programa, que este año ocupa además de la Biblioteca Nacional, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), el Museo Nacional de Bellas Artes, entre otros espacios. Gombrowicz en charlas y ponencias, pero también en audiovisual (con cuatro películas), en teatro y un curioso merchandasing (medias y tazas con el rostro del autor polaco).

Además de estas actividades, desde hace unos años la editorial El Cuenco de Plata viene publicando –con exclusividad para la lengua castellana y con el apoyo de la viuda, Rita Gombrowicz– toda la obra de este escritor, entre los que se pueden mencionar: Ferdydurke, Bacacay, cuentos completos, Trans-Atlántico, Diario, Teatro completo, recientemente Recuerdos de juventud, y finalmente algo que se lleva anunciando hace algún tiempo Kronos, su otro diario, donde relata cuestiones más íntimas, como encuentros sexuales y cosas por el estilo. Precisamente en este libro aparece un chileno: "Me mudo a Tacuarí 242. Pago 65 pesos para mantenimiento. Chileno. Alemán. Gordo. Petición o permanencia definitiva. Chileno me invita para la cena de Año nuevo a un restaurante cerca de Diagonal Norte. (Mejillones)".

Gombrowicz no tuvo un buen pasar durante buena parte de su estadía en Buenos Aires, trabaja en el Banco Polaco, que fue su refugio económico así como la habitación que alquila en Venezuela 615, en San Telmo, que hoy es la librería Witolda; más tarde abandona el banco gracias a las clases de filosofía que da a otros polacos y a una columna que tiene en una radio a mediados de los años 50, por la que le pagan cien dólares mensuales. Estas columnas él las enviaba a la radio aunque nunca fueron emitidas (locuteadas), pero la radio hasta 1957 le sigue pagando. Estos textos son los que forman Recuerdos de juventud, que son impresiones de su vida familiar, infantil, sus primeros años en Polonia y en Europa.

Al igual que Conrad, este autor venía de una buena familia, aristócrata pero no de una nobleza importante. Su abuelo terminó instalándose en lo que es hoy Polonia después de que el zar ruso le confiscó sus tierras, por suerte consiguió conservar algo de su fortuna y comprar tierras: se convierte en terrateniente. Gombrowicz tuvo por tanto una buena educación, se codeó con la elite, pero como él mismo observa, no era un buen estudiante, aunque desde temprano le interesa la filosofía. De niño junto a su hermano mayor le encantaba dejar en ridículo a su madre, que se vanagloriaba de cosas que no había hecho; en verdad todo lo relativo a las labores del hogar ella se las adjudicaba porque había una servidumbre que la hacía por ella, y eso a sus hijos les causaba gracia.

Cuando tenía dieciséis años tuvo, por así decirlo, una epifanía a punta de revólver. Había terminado la Primera Guerra Mundial e iba en un tren lleno de gente, cuando de pronto subió un tío de él y se sentó a su lado en el compartimento de primera clase. Como era un tirador excelente, el joven Itek (viene de Witek, diminutivo de Witold) le empezó a conversar de caza, sin imaginarse que su tío iba a sacar un revólver y le iba a decir a la gente que saliera de ahí: "En esa ocasión el compartimento se vació en un abrir y cerrar de ojos". Itek, nervioso no por su vida sino por la de los demás, continuó la charla, hasta que, al darse cuenta de que su tío se había vuelto loco, dio con una teoría que más tarde reivindicaría: "Verás tío, según mi opinión, la ventaja que tiene sobre nosotros la gente sencilla es que ellos viven una vida natural. Sus necesidades son elementales y, por tanto, sus valores son simples, verdaderos, honrados". Mientras que los hombres de fortuna "vivimos una vida cómoda, artificial… Lo artificial de las necesidades provoca la artificialidad de la forma: por eso somos tan excéntricos y nos cuesta encontrar el tono justo". Gombrowicz había dado con lo que sería una preocupación fundamental en su vida artística: la forma.

Hay cierto consenso en que el libro donde lleva al exceso su preocupación por la forma fue en Diario, que es una mezcla de muchas cosas, encapsulada en una forma vieja que él vino a redefinir. En una entrevista que le hice a su viuda sobre la reedición de este libro en El Cuenco de Plata señaló la importancia y los desafíos que implicaron para él: "El género del Diario fue un reto. En primer lugar, se trataba de un género nuevo para él, acostumbrado a escribir novelas y cuentos. Fue mejor conocido como el autor de Ferdydurke. Y de repente, debido a las circunstancias, que debería escribir un diario, es decir, hablar de una manera personal, privado y 'normal' y no a través de la ficción. Fue él, el sujeto Witold Gombrowicz el verdadero tema de este trabajo".

También algo de este tono tiene Recuerdos de juventud, son memorias que vienen a complementar su Diario, es como las preguntas que un lector suyo se pudo haber hecho y que este nuevo libro responde, aunque también se puede leer por separado o como una obra en sí misma. Kronos vendría siendo la tercera parte que, aún inédita en castellano, espera su publicación para completar la parte autobiográfica de la obra de Witoldo.