El silencio no existe, es una ilusión. John Cage experimentó a nivel científico hasta eludir todos los sonidos. Concluyó que en el instante cuando se suspenden absolutamente las resonancias exteriores, se escucha el cuerpo, desde los latidos hasta la tensión muscular. Sin embargo, creemos en el silencio, funcionamos en la realidad considerando que la suscepción de los ruidos es suficiente para darle sentido a esa palabra. En las noches, cuando solo se oyen crujidos leves, pasos o una gotera lejana, sentimos que estamos en una situación poco habitual.
Muchos están poco acostumbrados a la falta de bullicio, ya sea porque viven en lugares que dan a la calle o no tienen espacios de quietud. El silencio es raro en sus vidas, les provoca miedo e inquietud. Para otros, está vinculado indirectamente con la paz, con los que meditan o viven retirados. Y están los nerviosos, que sienten el silencio como una tirantez, les genera suspenso. Las connotaciones dicen mucho de lo complejo que se ha vuelto este fenómeno. Lo que está claro es que el silencio cada día es más escaso, en especial en las ciudades. Leí que los pájaros cantan más fuerte para escucharse entre ellos. Los decibeles suben sin control.
El silencio llama a la introspección, recuerda el examen de conciencia. Propicia la observación, el recuerdo. Ayuda a concentrarse para observar con nitidez los detalles, nos obliga a escuchar lo que apenas suena, nos permite escrutar los sonidos del cuerpo. El reverso es el ambiente de griterío, imprecaciones, amenazas, que se ha vuelto común este último tiempo, especialmente en el espacio público. Ejemplar, al respecto, es Twitter: los usuarios claman, aúllan, gruñen. Los que opinan por escrito, a veces lo hacen en voz alta. El tono de ciertas columnas y cartas es aleccionador, alto, seco, duro y golpeado. ¿Por qué estaremos entregados al escándalo, la queja y el ladrido? Tal como sube el calentamiento global veo que escala la entonación del ambiente. Parece haber un concurso por quién le tapa la boca al otro con una bestialidad peor. Eso se ve en las protestas y se escucha en los noticieros. Difícil salvarse del vocingleo. La conversación está perdiendo valor ante la prepotencia. Incluso, están los políticos furiosos que llaman al diálogo. La templanza está cada día más olvidada.
¿Cómo era Santiago cuando había más espacios de silencio? Recuerdo que salía a caminar los domingos después de almuerzo. Era un ejercicio espiritual frecuente que practicaba en mi adolescencia. No tenía destino, el único afán de vagar. Iba por el medio de la calle para librarme de los perros que ladraban al que pasaba delante de ellos. Sabía que dentro de las casas estaban terminando de almorzar y que la continuación era la siesta. Eran horas calladas. El ruido de un gato sigiloso que recorría un tejado se notaba. Los que descansaban sabían que el silencio los asistía en el sueño, en el típico dormitar sobre un sillón. Entregarse al letargo hasta diluirse en un placentero aburrimiento es una costumbre civilizada que supone el derecho a no hablar y a no participar del entusiasmo ajeno.
Susan Sontag escribió el ensayo La estética del silencio para examinar el arte contemporáneo. Dice que es una metáfora de "la visión limpia, que no interfiere, apropiada para obras que son imposibles antes de ser vistas y cuya integridad esencial no puede ser violada por el escrutinio humano". Son trabajos impenetrables, serios, que se resisten a la razón y a las comparaciones fáciles. Está pensando en autores experimentales, desde Marcel Duchamp y Jasper Johns hasta Samuel Beckett. Sontag sabe que el silencio es un lenguaje y busca el carácter de sus signos. Refiere a la seriedad filosófica de la actitud del que no dice nada, y al gesto frío del galán de pocas palabras. Guardar silencio es un signo de respeto y una forma de señalar la muerte y la tragedia.
La verdad es que yo soy muy bueno para hablar y me angustio mucho cuando me lanzo a la cháchara. Después quedo afectado un par de días por mi descriterio. Si bien leí El arte de callar, del Abate Dinouart, a veces se me borran sus estrategias. Quizá por eso me detengo en los que no emiten comentarios, en los que no se sienten responsables de expresarse por cortesía. El silencio es un estilo creado para seducir con el misterio. Es el arma de los tímidos y de los suspicaces. Mantener distancia crítica ante la bulla ayuda a hacer distinciones, nos evita quedar sordos y alienados.