Si no fuera por el tono cálido, el hablar reposado y las risas cómplices con que acompaña sus palabras, se podría pensar que el director de orquesta Kent Nagano (1951) es un guardián de la disciplina. Nacido en Berkeley (California) de padres de origen japonés, Kent Nagano ha sido siempre un campeón de la música del siglo XXI, pero en los últimos años es además un director trotamundos que dice luchar por los más altos estándares de calidad en la orquesta que le toque.
Actualmente dirige dos conjuntos para darle cabida a ese test de la excelencia: la Sinfónica de Montreal y la Filarmónica de Hamburgo. A Chile había venido por primera vez en el 2016 junto a la agrupación alemana para tocar a Brahms y Strauss en el Teatro CorpArtes. Fue, con justicia, uno de los mejores conciertos de ese año en el país.
Ahora vuelve con la centuria canadiense al mismo recinto para interpretar el sábado 5 de octubre a las 20 horas el Concierto para violín de Brahms (con la violinista alemana Veronika Eberle) y el Concierto para orquesta de Béla Bartók (más información en Corpartes.cl). Una pieza del romanticismo musical del siglo XIX y una obra capital del siglo XX, especialidad de Nagano. La calidad, por supuesto, está asegurada. Para el conductor es una cuestión casi existencial.
"Después de cada concierto de la Orquesta Sinfónica de Montreal es común escuchar que intentamos lograr la perfección, que hicimos nuestro mayor esfuerzo", explica al teléfono desde Canadá. "Obviamente sólo Dios es perfecto, pero con esto quiero decir que el público se da cuenta cuando los músicos lo entregaron todo, cuando hay pasión en lo que hacen", continúa.
Luego aclara más su punto. "¿Cómo alguien se va a emocionar con una orquesta que es sólo profesional? En el mundo moderno todo es profesional, incluso el delivery de la comida cumple con altos estándares de profesionalismo (risas). En una orquesta no basta con ser profesional, hay que creer en lo que se hace", afirma Nagano, quien en sus 40 años de carrera ha sido director musical de la Opera Estatal de Baviera y la Orquesta Sinfónica Alemana de Berlín, entre otras instituciones.
Con la Sinfónica de Montreal ha grabado numerosos discos para los sellos Decca y Analekta, entre ellos uno con el Concierto para orquesta de Bartók.
¿Qué une a Brahms y Bartók?
Se pueden relacionar cultural y estéticamente. Brahms dejó su ciudad natal, Hamburgo, y se estableció en Viena, que era uno de los centros culturales en el siglo XIX. Junto a Viena, la otra gran ciudad de este reino era Budapest, muy cerca geográficamente. Podemos notar el uso de ritmos y motivos húngaros en el Concierto para violín de Johannes Brahms. Estos mismos patrones dancísticos son muy parecidos a los que Béla Bartók utiliza, por ejemplo, en el Concierto para orquesta.
¿Qué opinión le merece el Concierto para orquesta de Bartók?
Cuando era joven tuve el privilegio de estudiar con dos profesores que tocaron en la Orquesta Sinfónica de Boston en el estreno del Concierto para orquesta, en 1944. Inmediatamente se dieron cuenta que estaban frente a una obra maestra. En mi época de estudiante, el Concierto para orquesta de Bartók era considerado una obra maestra contemporánea.
¿Cómo puede sobrevivir la música clásica en nuestros tiempos?
Esto no es algo nuevo. Acabo de leer un libro escrito nada menos que por Richard Wagner (1813-1883), el gran compositor alemán. Y se queja de que el único público que va a sus conciertos es gente vieja. "¡Dónde están los jóvenes!", se pregunta (risas). Es lo mismo que yo he escuchado toda mi vida. Le pasó al propio Beethoven, que fue muy popular en su época media, entre los 30 y 40 años, pero al final fue eclipsado por Rossini. Es famoso el episodio en que dirigió su Gran Fuga, un gran fiasco. Nadie entendía nada y el gran Beethoven fue percibido como un artista que habitaba su propio mundo, sin público. Incluso a él le faltaron las audiencias.
¿Los jóvenes pueden interesarse en la música clásica?
Si. Tengo tres principios para lograr eso. En primer lugar, aún me acuerdo que de joven odiaba el status quo y que me dijeran cómo debían ser las cosas, sin ninguna explicación plausible. En segundo término, creo que a los muchachos tampoco les gusta cuando los tratan como si fueran menos inteligentes y les planifican cosas como "conciertos especiales para jóvenes", con música más ligera, melódica y menos difícil. En tercer lugar, de joven no soportaba tener que transigir en algo, ceder. Mis padres me decían: "No, debes aceptar que esto no será así" (risas). Yo no entendía porque no se podía lograr el ideal. En fin, esos son mis tres normas en donde he trabajado: no al status quo, nada de estándares musicales mediocres y nada de transar a la hora de calidad y niveles de sofisticación.