"¿Hay más preguntas?". Así, con esa frase, en el año de George Orwell, 1984, la escritora Margaret Atwood finalizaba acaso su obra más famosa: El cuento de la criada. Aunque más que un cierre, el final de aquella novela era una invitación. ¿Había más preguntas sobre Gilead, esa república en un futuro no muy lejano que había suprimido las libertades y dividido a las mujeres en castas? Claro que sí. Y muchas.

Por eso que 35 años más tarde Margaret Atwood (Ottawa, 1939) haya vuelto a explorar la vida de sus criadas no solo hace de Los testamentos un acontecimiento literario, sino una reflexión necesaria en tiempos de populismos, autocracias y negacionismos históricos.

En El cuento de la criada el lector seguía la historia de DeFred, una de las tantas criadas con vestido rojo y toca blanca usadas en Gilead para preservar la especie humana. Aquella es una novela de prosa asfixiante; Atwood circulaba por el pasado de DeFred (quien estuvo emparejada y fue madre), y su presente como esclava en Gilead, justo antes de subirse a la parte trasera de una camioneta, posiblemente embarazada, sin saber dónde terminaría. De esa forma, en El cuento de la criada el único consuelo de DeFred era narrarle su historia a un posible lector futuro. "Habrá un final para este cuento, y luego vendrá la vida real", decía. "Yo decidiré dónde dejarlo".

En Los testamentos, a su vez, el lector se encontrará con lo que sucedió 17 años después de El cuento de la criada.

"Treinta y cinco años es mucho tiempo para pensar en posibles respuestas, y las respuestas han cambiado a medida que la sociedad misma ha cambiado", escribe Atwood en una nota al final de esta novela, la cual se publicó tanto en inglés como en español, así como en varios otros idiomas, hace dos semanas. "Y por eso las posibilidades se han convertido en realidad".

Y claro: entre libro y libro, a parte del clima político, han pasado varias cosas; por ejemplo, que El cuento de la criada se haya vuelto un fenómeno mundial gracias a su adaptación en Hulu.

"Una pregunta sobre El cuento de la criada que se repetía era: ¿Cómo se acabó Gilead? Los testamentos se escribió en respuesta a esta pregunta", dice la autora canadiense en esa misma nota final.

En esta nueva novela Atwood usa tres narradores. Sin embargo, solo uno será familiar para los lectores de El cuento de la criada: Tía Lydia, una de las Fundadoras de la República, y a quien ya conocíamos desde los tiempos de DeFred. También están Agnes, una joven que ha nacido y crecido en Gilead y no conoce el resto del mundo, y Daisy, otra chica que ve Gilead desde fuera, alguien que incluso protesta en contra del régimen.

"Sólo a los muertos les erigen estatuas, pero a mí se me ha concedido ese honor en vida. Ya estoy petrificada", son las primeras líneas de la novela, narradas por Tía Lydia, sin duda la voz narrativa más lograda. Agnes y Daisy, al ser de otras generaciones, por momentos caen en un acartonamiento narrativo. Sus testimonios no tienen tanta profundidad psicológica como sí lo tenía DeFred.

"Los totalitarismos pueden desmoronarse desde dentro cuando fracasan en el cumplimiento de las promesas que los llevaron al poder", se lee en Los testamentos. Y más adelante la Tía Lydia incluso se burla del sistema que ella misma instauró: "Qué tediosa la puesta en escena de la tiranía, la trama es siempre la misma".

Aunque por momentos hay demasiada trama embutida y los testimonios de Agnes y Daisy parecen proyecciones de lo que Atwood piensa que son las jóvenes hoy, su nueva novela cumple con las altas expectativas. En esta algo de información se ofrece sobre el destino de DeFred, aunque en pequeñas dosis. Y finalmente, al juntar ambos libros se puede tener una idea más clara de cómo nació y cayó Gilead.

Los testamentos es una novela ágil con más giros argumentales que exploraciones psíquicas. Puede que sea la respuesta de Atwood a la literatura en tiempos de Netflix: es como si la autora canadiense dijera que, en vez de relegar los libros a espacios sobre intelectuales y académicos, la única manera de mantener vigente a la novela sea estableciendo lazos con las nuevas formas de entretenimiento. De hecho, una de las tramas de Los testamentos rescata un elemento que aparece en la adaptación de Hulu. "La serie de televisión ha respetado uno de los axiomas de la novela", advierte en la nota final Atwood. "Que no haya ningún evento que no tenga un precedente en la historia humana".

Al final de Los testamentos, al igual que en su predecesor, sucede un salto temporal. Ahora estamos en 2197 en un simposio académico sobre Estudios Gileadianos. En este se busca reconstruir lo sucedido en Gilead luego de su aparente destrucción. "Todos recordarán la emoción de hace unos años, cuando se descubrió la colección de cintas atribuidas a la criada de Gilead conocida como DeFred". Es una de las partes más interesantes de esta novela. Esto porque Atwood hace un juego de espejos temporales; proyecta el futuro del futuro, explora cómo se verá en retrospectiva lo que acabamos de leer tanto en El cuento de la criada como en Los testamentos.

"La memoria colectiva es notoriamente defectuosa, y gran parte del pasado se hunde en el océano del tiempo para ahogarse para siempre", dice el académico Peixoto, al final de Los testamentos, sobre Gilead. "Pero de vez en cuando las aguas se separan, lo que nos permite vislumbrar un destello de tesoros escondidos, aunque solo sea por un momento".

La idea de que nada es para siempre, incluso los totalitarismos, recorre las páginas de este libro. "Los totalitarismos pueden desmoronarse desde adentro, ya que no cumplen las promesas que los llevaron al poder; o pueden ser atacados desde afuera; o ambos", dice Margaret Atwood en el epílogo. "No hay fórmulas seguras, ya que muy poco en la historia es inevitable".