Lisa, la protagonista de Un amor para toda la vida, es una muchacha traviesa, altanera, manipuladora, malhablada, libre, ingeniosa, desenfadada y decididamente mundana para los parámetros de lo que era Ramallo en 1969, "un pueblo de calles de tierra con cuneta en las que crecían pastos de la altura de un hombre". El padre de Lisa, de profesión ingeniero, trabaja para una firma alemana que lo traslada de un lugar a otro cada cierto tiempo. Lisa es la porteña recién llegada al colegio mixto de Ramallo, aunque no manifiesta interés alguno en compartir con sus compañeras (simplemente las desprecia). Lisa se junta con los hombres y en realidad no se llama Lisa: "Tenía trece años y no tenía tetas, así que le decíamos Lisa, pero era capaz de pasar horas con nosotros y de ponerse a nuestra altura, siempre inferior a la suya".
Las palabras citadas son de Bruno, el narrador de esta novela ambientada en un lugar medianamente cercano a Buenos Aires. Ramallo, dicho sea de paso, no sólo existe, sino que también es el pueblo donde nació Sergio Bizzio, el autor del libro. Además, en 1969, Bizzio tenía 13 años de edad, al igual que Lisa y Bruno. Ahora bien, si existió o no una Lisa en su vida es algo que poco importa, pues la de la novela es un personaje memorable en muchos sentidos. Eso hasta la mitad del relato, que es cuando ella abandona Ramallo y se marcha a vivir con su familia a Río de Janeiro.
Atrás deja dos corazones rotos: el de su novio, Lalo, y el del propio Bruno, quien se ha dedicado a quererla en silencio mientras que Lalo, su mejor amigo y líder de la pandilla masculina, se quedaba con lo mejor de ella. Lalo tuvo una infancia difícil. Es importante decirlo, pues el minuto en que decide ennoviarse con Lisa, dramático e incómodo, viene a ser uno de los más conmovedores de la novela: "Cuando sintió (cuando supo) que estaba enamorado de Lisa, lo primero que hizo fue preguntarse a quién debería dejar él para irse con ella. Y nos dejó a nosotros".
Décadas después de la partida de Lisa, Bruno todavía es capaz de mantener decires suyos en la memoria: "Y recitó un poema de odio al sol, a las flores, a las abejas, a todos los elementos de la primavera. En aquel momento me resultó encantador. Era insolente, era divertido, y lo recuerdo palabra por palabra, pero transcribirlo ahora, veintiocho años después, sería injusto y una ruindad".
Temas ineludibles en una novela de estas características, como el despertar sexual, los celos, la amistad, tienen aquí la debida relevancia y una adecuada profundidad dramática. Al mismo tiempo, resaltan los giros característicos de la literatura de Bizzio: utilizando pocas palabras y un lenguaje muy simple, el argentino concibe situaciones complejas y densas, atmósferas que a pesar de una aparente levedad casi siempre tienden a inquietar.
Sin embargo, al desaparecer Lisa, los efectos recién descritos también se esfuman. La añoranza del adulto no es en ningún caso comparable con la cercanía ansiosa del muchacho. Y ni siquiera un fugaz regreso logrará salvar a la novela de una caída estrepitosa. Dicho de modo más benevolente: cuando Lisa abandona la escena, no hay algo, algún sustituto poderoso, que consiga llenar el vacío que ella deja. Bruno escribe desde el presente, rememora el pasado, en un momento dado Lisa se desvaneció y la vida siguió su curso. Pero, aun así, la ausencia pasa a ser desoladora (narrativamente hablando, por supuesto).