Sus libros circularon —todavía lo hacen— como un secreto a voces, desde ediciones grises de la colección Crónicas de Anagrama, hasta que en 1998 Ébano (Anagrama, 1998), ese mosaico de los problemas africanos en formato de crónica literaria, puso en el mapa de nuestra lengua al fallecido periodista polaco Ryszard Kapuściński (Pinsk, 1932-2007).
Por entonces el maestro del periodismo —como lo describió el escritor Gabriel García Márquez— dio trabajo a los críticos literarios. Desconcertados, bautizaron su estilo como faction o con el aparatoso nombre de creative non-fiction.
En un perfil titulado "El ABC del señor K", recogido por su libro Elogios criminales (Literatura Mondadori, 2008), el escritor peruano Julio Villanueva Chang traza un mapa de lecturas del autor polaco, acaso para intentar descifrar su estilo.
"Gente como Joyce nació en los apartamentos de sus padres y sus abuelos, que estaban llenos de libros y así empezaron a leer", dice allí Ryszard Kapuściński.
"Yo nací en una familia muy pobre que vivía en la parte oriental de Polonia. Al estallar la guerra fue ocupada por las tropas armadas soviéticas; entonces tuvimos que huir hacia Polonia Central y vivir en una aldea aún más pobre y más analfabeta, donde no había ningún libro", asegura el autor de El Emperador.
Villanueva Chang, que hace unos años armó y desarmó la revista Etiqueta Negra, anota sobre Kapuściński: "Su historia es muy extraña para quienes creen que solo se puede ser un lector voraz si se ha tenido esa gula de libros desde niño".
Kapuściński, parece decirnos, siempre vivió con lo justo y fue un autodidacta.
"De la poesía anglosajona le gustan más Whitman y Eliot. De la poesía italiana, Ungaretti y Quasimodo. De la francesa, Baudelaire, Éluard y Apollinaire. De la latinoamericana, Vallejo y Octavio Paz. Kapuscinski habla y lee en siete idiomas, en su vagabundo afán por descifrar este mundo", escribe.
De manera tardía, la formación literaria de Ryszard Kapuściński le permitió traspasar las fronteras de género, experimentar lo inclasificable de su mezcla de información y opinión, conocida como crónica.
Para escribir Ébano, una colección de historias cortas que retratan África a través de sus guerras civiles —y el impacto de sus enfermedades y pobreza—, Kapuściński dice haber devorado una biblioteca de doscientos libros sobre asuntos africanos.
En su colección Compendium, Anagrama acaba de reeditar Ébano en un mismo volumen acompañado de Un día más con vida (Anagrama, 2003), su relato sobre la guerra civil angoleña; Los cínicos no sirven para este oficio (Anagrama, 2002), un volumen de textos "conversados" desde intervenciones en conferencias y entrevistas, donde reflexiona sobre el rol del periodista en el tratamiento de informaciones sensibles como la pobreza, el hambre o la guerra; y Viajes con Heródoto (Anagrama, 2006), un diálogo entre sus propios viajes como enviado especial y la obra Historia del griego Heródoto.
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Cuenta Villanueva Chang, quien asistió a un taller suyo en la Ciudad de México, que la esposa de Kapuściński lo espera siempre "como Penélope a Odiseo, porque hubo una época en que no se comunicó con ella durante casi cincuenta meses".
"No le escribo cartas ni la llamo por teléfono cuando estoy trabajando. Hay que viajar solo, aprender un idioma, involucrarse con la gente y no puedes estar pensando en tu familia", dice el polaco en el perfil.
"Leer y escribir no es más que un aprendizaje de estar solo y el periodismo es para él una misión", dice Villanueva Chang que dice Kapuściński.
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"Nos decía que guardáramos las historias que no íbamos a poder contar en el día a día", recuerda el periodista chileno Cristian Alarcón, otro de los asistentes a ese taller mexicano del autor polaco.
"Aquel taller fue un minuto bisagra. Y fuimos conscientes de que todos estábamos allí porque no nos bastaba con eso que estábamos haciendo, que era publicar en distintos diarios y revistas. Hubo un lanzarnos desde la montaña con ímpetu y velocidad hacia la literatura, cultivando lo más riguroso de un periodismo de investigación que tiene la pretensión de comprender lo complejo. Y nos dio la valentía y el arrojo para meternos en problemas. Además, nos enseñó a ser humildes y respetuosos en ese periodismo que se hace todos los días. No somos los cronistas sujetos que reivindicamos la literatura de no ficción como aquello que hay que hacer para hacer buen periodismo. Porque nos hemos formado en las redacciones. Yo amo las redacciones", le dijo a Ciper.
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Cuando parecían no quedar periodistas que reportearan la guerra en Polonia, básicamente porque los habían asesinado, Kapuściński, que entonces había publicado únicamente poesía, fue requerido para ese trabajo. Allí, de la mano del ornitorrinco de la prosa —la crónica más ensayística—, se transformaría en un maestro con casi una veintena de libros publicados en nuestro idioma. Cuenta Jorge Herralde, su editor en Anagrama —el sello que puso su voz en el panorama en castellano—, que no entiende el éxito de Ébano, "que no es mi libro preferido de Kapuściński. Mi libro preferido y con diferencia es El emperador y, si te tuviera que dar otro título, te mencionaría Un día más con vida. Ébano, evidentemente, me gusta mucho, pero no me hizo el clic, a mí el clic me lo hizo El emperador".