Mientras pensaba en salirme o no de Guasón, cuando dudaba de si entrar a mi celular para mirar lo que decían los fanboys en Instagram, cuando empecé a dejar de concentrarme en la pantalla al no tener con qué conectar o empatizar, cuando intenté repasar en mi mente la notable El rey de la comedia de Scorsese (más de eso luego) que había re-visitado el día antes (error, grave error; nunca hay que ver obras maestras antes de enfrentarse a impostores), me acordé de una escena en la extraña y libre y estilizada y personal Stardust Memories de Woody Allen. En un momento, unos extraterrestres le dicen al director en crisis que deje de hacer arte y vuelva a sus comedias iniciales. "Si deseas ayudar al mundo, cuenta mejores chistes". Esto deja al alter ego de Allen atónito porque lo que desea es ser tomado en serio, hacer arte con mayúsculas, ser respetado.
Todd Phillips, el director de la exitosa y trend-topiquera Guasón, debería contar más chistes. O recordar cuando era capaz de hacerlo. No es que no pueda hacer dramas de acción (¿eso es?), pero al menos debería tomar algo de distancia y dejar que entre algo de aire. Phillips desea hacer ópera y desafina. Para estar tan obsesionado con el cine de los 70s, es raro que no haya sido capaz de darse cuenta que todas esas cintas por las que profesa tanta admiración (la cinta bebe, como ya se sabe, de los filmes de Scorsese de los 70s) no fueron rodadas pensando en ser obras maestras o la palabra definitiva sino que eran intentos, acercamientos, apuestas. El rey de la comedia, desde luego, fue rechazada y pasó sin pena ni gloria por la taquilla por una buena razón: se adelantó a su época (la fama, la fama, la fama) y era enferma, repelente, daba vergüenza ajena y uno no sabía a dónde iba (aquí, claro, casi todo se sabe porque es una cinta de origen).
Guasón parece una gran apuesta, un filme jugado, osado, oscuro, arrebatador, pero es una franquicia ultra apoyada por Warner Bros (lindo el logo viejo pero no todo gesto retro vale en sí mismo) que dice correr riesgos pero que corre pocos. O quizás sí: a lo mejor por su tono sombrío y de réquiem quizás gane menos dinero. Ese es el mayor riesgo y tampoco lo es tanto porque al carecer de efectos especiales (eso se agradece, tiene una estética old school) lo cierto es que el riesgo comercial no es tanto. Que quede claro: esto es una cinta de superhéroes disfrazada de cine-arte rumano y no al revés.
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¿Quién hubiera dicho que Todd Phillips iba a construir el artefacto pop más comentado, amado, discutido y disectado en años? (sí, construir, no eyacular, no es lo mismo; pocas cintas han sido tan pensadas, armadas de las piezas de otros). Desde luego yo no. Me he reído a gritos con sus cintas incorrectas de testosterona pop (quizás Qué pasó ayer 2 es su obra maestra, lo que le debe doler), por lo que no esperaba este cambio de giro tan calculado y, por sobre todo, desesperado, solemne, autista y predecible. Pero acaso lo que más violenta es lo seria que es. ¿Acaso Phillips no vio los afiches con la cara de Heath Ledger? ¿Por qué tan serio? Why so serious? Guasón intenta usar los código del cine de autor pero no tiene un autor detrás sino solamente a un actor sobregirado. Lo más demente de la cinta es su arribismo por ser lo que no es (tanta cita no te hace al autor que admiras) y su deseo desesperado por tenerlo todo: premios, respeto, credibilidad, fama, prensa, polémica, taquilla, arrastre global, etc.
Sin duda es un espectáculo: es incoherente y descontrolada pero no posee ritmo, que es lo que Hollywood más saber hacer. Y es que su deseo por no ser una franquicia le da una pátina de legitimidad pero también la hace dispararse en el pie. Esta es un cine de acción contemplativo que es capaz de aburrir. Por suerte me quedé sentado y atento mirando las contorsiones, tics, muecas y súplicas de cariño de un agotador Joaquin Phoenix descontrolado, sin dirección, actuando para la platea alta (esta es una de esas actuaciones donde todo es actuación y máscara y show y costillas a la vista) porque, inesperadamente, cuando todo parecía perdido, la cinta agarra un vuelo inesperado y brilla. Tensa. Te hace sudar. Por diez minutos, amé y gocé y me fascinó.
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Spoiler alert, supongo. Casi al final entra De Niro y hasta Network: poder que mata de Sidney Lumet y, por cierto, el fantasma de El rey de la comedia. En un momento, la cinta de Todd Phillips deja de contemplar al hombre-cucaracha y enciende la tele a ver un programa que dejaría avergonzado al Don Francisco de Noches de gigantes. Entramos en un alucinante programa de televisión tipo late show donde el mal gusto reina pero también se produce eso que la cinta siempre había buscado: empatía. No por el personaje principal sino por el animador cutre de De Niro y, por sobre todo, por una señora mayor regordeta, tipo Dra. Cordero, que es una de las invitadas al show en su rol de terapeuta y que le da una tensión a la cinta con sólo mirar atónita al chico raquítico de traje rojo (nominación al Oscar para Sondra James). El programa nocturno de Murray Franklin es gran cine porque opta por ser un simple pero gran programa de televisión. Y la luz de los estudios deja que entre luz al relato. Phoenix, además, se ve obligado a interactuar. Dejamos de padecer su soledad y los vemos con otros. Y ahí brilla y todos se lucen. El Guasón queda expuesto. Son los ojos de los de más quizás lo que teme (y lo que temen los supuestamente raros) y ahí lo miramos y lo escudriñamos.
Deja de dar pena y da miedo.
Qué gran momento.
Volvamos a De Niro y Scorsese y a Taxi Driver y a El rey de la comedia. Uf, cómo el remix y YouTube han dañado el mundo: ahora basta homenajear o robar para que de inmediato te pongan en la misma liga. Yo mismo caigo en el juego. Poco y nada tiene que ver este chico Arthur Fleck con Travis Bickle y Rupert Pupkin. En ambos roles, De Niro es border. No siempre queda claro qué es: ¿es un sicópata o se parece a mí? En ninguna de las dos es una víctima. Se cree héroe, mal que mal. Y quizás eso eran los 70s: no todo estaba masticado antes, había que poner de su parte. Aquí el chico que vive con su madre (y la baña para dejar más en claro su patología) y se maquilla para salir tiene claro su lugar en el mundo antes que uno tome una postura: soy frágil, me dañaron, soy distinto, no me comprenden. Scorsese nunca haría eso ni menos poner como héroe a un pobrecito mortal. En Taxi Driver y en El rey de la comedia, uno ingresa en las mentes de seres dañados y termina estando de su lado, comprendiendo incluso, aterrándose, gozando vicariamente. En Guasón somos testigos de un vía crucis de automutilación y fantasías suicidas y pulsación sexual reprimida al cien por ciento que nos pide empatía y comprensión. Quizás en eso radica su gran debacle: nos pide. Nos trata como invitados. No es capaz de hacernos entrar porque en ese departamento decrépito no cabe nadie más que el Joker. Por algo la vecina tierna no es creíble ni la madre asusta y no hay nadie que ingrese. Más que cine popular, esto es un mal monólogo teatral en un festival de nuevas tendencias. Por algo no hay lugar para personajes femeninos (Jodie Foster o la irresistible Sandra Bernhard, por ejemplo) o incluso para el rol del amigo (aquí no cabe ni un Alfred ni un Robin). La verdad es que cuesta empatizar con un personaje así y menos cuando comienza a matar (sin spoilers, dale, ok) y a salpicar sangre y cuando el único chiste la película es a costa de un enano.
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Joaquin Phoenix sabe lo que está haciendo y le da con los mismos tics y con hacer pasos de ballet poéticos hasta quebrar la paciencia de los más fanáticos. Hasta cita a Patch Adams. Logra ensuciar la palabra método y su propio apellido (lo logró: ahora es el Hamlet de la Generación Like). Digámoslo de una: Joaquin no es River y nunca lo será; River, que era pura contención y misterio, deseo y nostalgia, jamás hubiera optado por estos roles de mártires o de cristo (The Master fue quizás su inicio en el pantano de la morisqueta). Pensar las cuatro obras notables que hizo de mano de James Gray (cintas que nadie vio excepto en Francia, cierto). Phillips y Phoenix creen que la fragilidad es virtud y mientras más solo está alguien, más fascinante puede ser. Error. No basta mostrar a un ser solo para tener drama. Para hacer drama de la soledad se necesita intentar conectar y aquí el payaso con un tic nervioso (ríe cuando desea llorar o está nervioso) solo conecta consigo mismo. Su destino está claro: enajenarse y vengarse de los que lo dañaron y evitaron. Guasón cree estar haciendo una cinta de origen de un villano, pero no capta que solo está empoderando la creciente ideología de la victimización y gasta toda su artillería en que apostemos y celebremos al más extraño, emo e intenso en vez de las víctimas reales. Quizás estéticamente funciona pero éticamente es torpe, infantil y lastimosa. Paso. Basta. Next.
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