Rock in Rio no se anda con pequeñeces: hasta Asia cabe en el recinto donde se monta el festival carioca. Uno de sus escenarios más relucientes, bautizado como Rock Street, está dedicado este año al continente asiático, con un diseño que exhibe réplicas de una pagoda china y de un palacio indio, además de shows importados desde Oriente y que incluyen las alborotadas coreografías de Bollywood, los percusiones introspectivas de Japón, un grupo metalero de Mongolia y una banda indie rock de Taiwán.
Así es todo en la fiesta que por estos días agita aún más -si es que eso es posible- la ciudad del carnaval: excesiva, deslumbrante, diversa, como un banquete inagotable que te colma de sabores, colores y estímulos. Porque, para los que no deseen escuchar metal mongol, están las opciones de siempre, el rock y el pop corporativo que dominan por paliza los gustos globales. La cita, que se realiza durante dos fines de semana, partió el pasado viernes con Drake, para luego seguir con Foo Fighters, Weezer y Bon Jovi; en tanto, su segunda parte se retomó ayer, encabezada por Red Hot Chili Peppers, Panic! At The Disco y Nile Rodgers (Chic), mientras que el resto del fin de semana verá a Iron Maiden, Slayer, Black Eyed Peas, Muse y King Crimson, entre otros. Si Rock in Rio no te deja nocaut, al menos te sacude hasta quitarte algo de aliento.
Un apetito global que desde hace cerca de tres meses tiene a Chile como su próximo eje. Tal como reveló Culto en agosto, el espectáculo musical más grande del planeta trabaja su aterrizaje en Santiago para 2021, en sincronía con la expansión que desde hace un tiempo también lo ha llevado a Lisboa, Las Vegas y Madrid. En julio, el productor nacional Felipe Araya, de amplia experiencia en la producción de eventos vinculados a marcas y empresas, contactó al gran jefe de la franquicia, Roberto Medina, y le presentó el proyecto de exportar su principal creación a la capital chilena. Desde ese día, han sostenido reuniones para analizar el negocio y el mismo Medina comentó a este diario: "¿Por qué no Chile? Es un país tranquilo, con una economía estable, me pareció lógico".
Araya está desde hace una semana en Brasil y ha podido ser testigo del optimismo que despertó en los organizadores cariocas el entusiasmo generado por la eventual llegada del festival al sur del continente. Como otro espaldarazo, se espera para hoy el arribo a Río de Janeiro de una serie de autoridades de gobierno vinculadas a temas de ciudadanía, turismo, deportes y seguridad, las que sostendrán reuniones y conversaciones para evaluar el Rock in Rio versión Santiago. De concretarse, el plan es el mismo trazado cuando despegó el anhelo: en Chile tendría una versión más acotada -se piensa en cuatro días-, con los mismos números que animarán la edición madre y en un lugar levantado especialmente para su realización. Como alternativas muy preliminares se han barajado el Parque O'Higgins o Hangares Suricato (exaeropuerto de Cerrillos).
Una misión desafiante. La Ciudad del Rock, donde se organiza la cita en Brasil, es un espacio de cerca de 300 mil metros cuadrados cedido por la municipalidad local a los productores, quienes lo readecuaron para que durante el año se utilizara para otros eventos e incluso sirvió para los Juegos Olímpicos de 2016. Hoy luce nueve escenarios, entre los que sobresalen no solo los dos principales, sino que otros como Espacio Favela, que recluta músicos de las barriadas más pobres; New Dance Order, una caleidoscópica tarima destinada a los DJs; y tres arenas, uno de ellos con funciones diarias de la compañía Fuerza Bruta.
En ese vértigo, este jueves destacaron los shows en conjunto de los colombianos Monsieur Periné y los brasileños Francisco, el Hombre, quienes con proclamas latinoamericanas y feministas se dieron tiempo hasta de proyectar imágenes de la activista Greta Thunberg; o de los locales Capital Inicial, que en otro saludo a la coyuntura -y en una singular coincidencia con el día en que se anunció el "retorno" de Soda Stereo- interpretaron su propia versión de De música ligera (À sua maneira). Sobre la noche, Nile Rodgers, el hombre que junto a Chic revolucionó el pop bailable en los 70, despachó un set efectivo de hits propios y ajenos, parte de su labor con Duran Duran o David Bowie.
Para los que no deseaban tanta música, otras opciones: una rueda de la fortuna, una montaña rusa, una tirolesa para volar por encima de la multitud, una aplicación para hacer match al estilo Tinder y hasta una capilla donde se celebraban matrimonios oficiales. En otro lado, un espacio bajo techo invitaba a disfrazarse como los Hombres de negro o a tomar una pistola para matar en un juego virtual a Godzilla. Vaya simbolismo: Rock in Rio es una bestia tan gigante que ni siquiera Godzilla puede con él.
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