En su estreno comercial, en octubre de 1999, El club de la pelea no fue un éxito de taquilla, no convenció a todos los críticos ni triunfó en el circuito de premios. Es más, dio pie a diversos cuestionamientos e incluso a una editorial negativa por parte de The Hollywood Reporter, por el nivel de violencia mostrado en pantalla. Aun así, la cuarta película de David Fincher sigue teniendo influencia en el debate y un culto que, si bien surgió a partir de su edición en DVD, no ha perdido vigor en estas dos décadas.
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De hecho, por estos días, medios como The Telegraph e Indiewire la usan como punto de comparación para la recién estrenada Joker, al reseñar a un personaje que termina completamente alienado. Y sigue ocupando un lugar importante en el corazón de los cinéfilos: es la número 11 de las mejores 250 películas de todos los tiempos del ranking de IMDb, la mayor enciclopedia del cine en la web.
Pero además de su tibio recibimiento, su camino a la pantalla grande no fue fácil. A pesar de que el fallecido Raymond Bongiovanni -especialista en hallar manuscritos sin publicar para los grandes estudios- asegurara que tenía gran potencial, la trama basada en la novela homónima de Chuck Palahniuk generaba anticuerpos porque podía leerse como un llamado a la violencia gratuita, al vandalismo y hasta la anarquía.
Esto a partir del viaje de su protagonista: un vendedor frustrado y con problemas de insomnio (Edward Norton) que pierde todo en un incendio y se va en contra de la sociedad de consumo. Un ser anónimo conocido como el Narrador, que termina compartiendo techo con un hombre que es su opuesto: el carismático, salvaje y guapo Tyler Durden (Brad Pitt), con quien crea un club secreto de hombres que tiene como único fin molerse a combos y -a medida que avanza el metraje- sembrar el caos en la sociedad.
La entonces directora de Fox 2000, Laura Ziskin -quien falleció de cáncer en 2011- recibió un reporte lapidario que le pedía no llevar a cabo el proyecto. "El informe decía 'no hagas esta película, no es convencional, va a hacer que la gente se retuerza en su butaca, es muy lúgubre, demasiado nihilista'", cuenta al teléfono desde Los Angeles el productor de la cinta, Ross Grayson Bell. "Pero Raymond le dijo que no les prestara atención. Entonces ella le empezó a mandar el manuscrito a distintos productores". Y así partió una nueva seguidilla de rechazos.
Lawrence Bender (Pulp fiction) y Art Linson (Los intocables) optaron por pasar (Linson finalmente recapacitó y fue parte del filme). La oportunidad llegó de manera fortuita cuando Ziskin envió el material a Joshua Donen (hijo de Stanley Donen, director de Cantando bajo la lluvia), quien trabajaba con Bell, por ese entonces consultor creativo. "Nos mandaron el texto y no paré de leer hasta que terminé, estaba impresionado. Llamé al estudio para decir que debían hacer la película pero dijeron que no". El aspirante a productor no se rindió y en los siguientes tres meses se dedicó a buscar fórmulas para obtener luz verde para el proyecto.
Una de ellas fue organizar una lectura de mesa donde cuatro actores recitaron el texto en voz alta. "Pensé, 'voy a hacer esto y todos quienes puedan decir que sí a esto estarán en esa habitación al mismo tiempo'. Eso demoró seis horas y fue terriblemente aburrido", recuerda el productor australiano sobre la fallida dinámica.
Era hora de hacer algo más radical. Bell empezó a reordenar y editar los capítulos, además de convertir algunos monólogos interiores en diálogos y dar otra estructura al material. "Usamos las 12 etapas del viaje del héroe para reorganizar el relato, porque en realidad el libro es una colección de cuentos cortos", explica.
El resultado fue un audio de 50 minutos con los puntos más llamativos de la historia que terminó por convencer a la ejecutiva de Fox 2000. "Me llamó al día siguiente y me dijo 'tienes un contrato de producción con el estudio'. ¡Y yo jamás había hecho una película!", recuerda Bell, aún fascinado. Ahora empezaba el trabajo de verdad: encontrar director, guionista y un elenco de primer nivel.
Pitt quería el otro papel
Según explica Bell, el principal rol de un productor es disminuir al mínimo el riesgo para el estudio. Es por eso que buscaban a un equipo probado tras la cinta. Bell se reunió con cuatro opciones para la dirección: Peter Jackson, Danny Boyle, Bryan Singer y David Fincher. El estudio quería a éste último ya que podía asegurar a Brad Pitt para el elenco luego de haberlo dirigido en Los siete pecados capitales. El plan dio resultado y el actor se sumó al proyecto en el papel de Tyler Durden.
El problema era que Pitt quería el rol ofrecido a Edward Norton, porque se trataba del personaje principal, tenía mejores diálogos y su historia era más interesante. Lo hicieron cambiar de opinión a base de simple lógica: Durden es todo lo que este poco llamativo Narrador anhela ser, incluyendo su increíble atractivo físico, algo innegable en Pitt. Entonces, recuerda Bell, le preguntaron: "¿Quién va a ser tu alter ego? ¿Acaso quieres a Tom Cruise?". No hubo una respuesta satisfactoria y el dilema quedó zanjado.
Nuevamente jugando a ganador, el estudio pensó en Buck Henry como guionista porque El graduado (1967) había sido la voz de una generación tres décadas antes. El productor, en tanto, sugirió a Jim Uhls, uno de los presentes en la maratónica lectura. Y acertó, evitando de paso el habitual desfile de escritores que suelen trabajar en los guiones de cada cinta de Hollywood.
Pero lo que más llena de orgullo a Bell -además de haber podido concretar el proyecto- es la forma en que la película termina. Porque si el libro tiene un final simbólico, donde el objetivo del grupo es hacer explotar un museo, en el filme toman una acción más concreta: usando de base la tesis que Bell escribió al estudiar Economía en la Universidad de Sydney, que trataba de cómo el capitalismo y el crédito definen la sociedad actual, vuelan varios edificios que contienen la información de deudas crediticias de millones de personas, eliminando esa carga.
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Según Bell, cuando Palahniuk leyó el guión del filme pensó en cambiar su propio final. Y aunque lo intentó -durante la preproducción de la cinta, la novela aún no se editaba- fue imposible porque el libro estaba pronto a llegar a librerías.
Hay otra cosa que el productor destaca. A pesar de que en el desenlace se derrumban edificios, en ellos no hay guardias ni trabajadores. "Lo que me gusta es que es un final sin víctimas", explica con orgullo, aunque agrega casi riendo: "Pero el día siguiente es el fin de la civilización".
El legado y el insulto
Además de los textos periodísticos y papers que se han publicado en torno a la crítica que la película hace tanto al consumismo como a la violencia, en 2012 el profesor de cine Mark Ramey editó el libro Studying Fight Club, en el que cuenta cómo en el Reino Unido la cinta se estudia en clases de cine junto a clásicos como Tiempos modernos (1936) de Charles Chaplin y Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock.
"Hay una necesidad de revisitar El club de la pelea en términos de su amplio impacto cultural y continua relevancia", dice Ramey y cita entre las razones la tragedia del 9/11, el auge de la extrema derecha estadounidense, la creciente mercantilización de la cultura occidental y la recesión global. "El apocalipsis climático de la película ya no es sólo una metáfora", asegura.
Pocos años más tarde, una de las más populares frases de la cinta -"No eres un bonito y único copo de nieve; eres la misma materia orgánica en descomposición que todo lo demás, todos somos parte del mismo montón de estiércol"- daría pie a un insulto político en Estados Unidos: el modo en que los republicanos se burlan de la supuesta fragilidad de los liberales. Su uso se volvió común en los debates anglosajones y el mismo Palahniuk terminó escribiendo en 2017 un ensayo sobre la resignificación del concepto, explicando que lo había usado para insultarse a sí mismo y para entender que no era una especie de genio como le habían hecho creer. "Mi uso del término 'copo de nieve' jamás tuvo nada que ver con la fragilidad o sensibilidad", aseguró.
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