Norah Jones: la noche tibia
Con esta tercera visita Norah Jones al fin se mostró en un hábitat más natural tras debutar al aire libre en 2004 en el parque Bicentenario y repetir en el Movistar Arena hace siete años.
Partamos por el final. Termina "Cold cold heart", original de la leyenda maldita del country Hank Williams, y Norah Jones (40) da las gracias en el escenario y se retira. El público aplaude con cortesía, no mucho más, se encienden las luces del teatro Caupolicán, la gente se levanta de sus butacas y sale rápidamente hacia San Diego en la noche tibia del viernes. Todo parece algo abrupto pero a la vez consonante con la audiencia que ha colmado la sala, cuyo comportamiento no tiene relación alguna con la efervescencia de otras gentes que han abarrotado el sitio en distintos conciertos post estallido social y que aprovechan la instancia para gritar consignas. Esta cita no es así. No hay voces ni puños en alto, menos pancartas.
Norah Jones aparece con cierto retraso en el escenario flanqueada apenas por el bajista Jesse Murphy y al batero Brian Blade. Hay un piano de cola, una cortina sencilla de fondo, luces bajas y la estrella ganadora de nueve premios Grammy que desde 2002 ha vendido la friolera de 50 millones de copias en todo el mundo, luce el cabello ensortijado y un traje algo anticuado con algunos brillos. La neoyorquina parece algo mayor a su verdadera edad, asumida en el rol de dama del jazz contemporáneo, una artista en sus 40 contrapuesta a la veinteañera que a comienzos del milenio representaba la última defensa ante el pop híper sexuado de la generación Britney Spears, adelantada a la tendencia retro más tarde capitalizada por Amy Winehouse y Adele. Jones trae el interesante álbum Begin again (2019), que reúne singles lanzados en los dos últimos años y del que sólo recoge tres temas, para concentrarse en los covers y selecciones de su discografía. A la versión de Hank Williams, uno de los artistas de cabecera de la cantante, se agregan entre otros "Don't be denied" de Neil Young (el último corte antes del bis), "Black" de Danger Mouse (con quien hizo equipo en el álbum Little broken hearts de 2012), y "I've got to see you again" de Jesse Harris & The Ferdinandos.
Desde el inicio quedó establecido que a pesar de los pocos instrumentos y el volumen moderado entre los tres músicos, la comunicación es simplemente fantástica. El diálogo entre el bajo y contrabajo de Murphy con la prodigiosa batería de Blade tiene momentos sobrecogedores porque la fluidez de la interpretación lleva a engaños. Todo parece demasiado fácil pero la ejecución está en las antípodas. No solo se trata del manejo de los acentos, sino que la variación de las cifras es sorprendente como si todo fuera parte de una improvisación que por cierto no lo es. Jones no se queda atrás y se encarga de rellenar los espacios que sus compañeros dejan con una serie de detallitos independientes del virtuosismo, sino de un gusto fenomenal para encajar notas como cascadas coloreando las canciones, ropajes con un solo destino: arrullar la voz que nunca es mucha, de volumen más bien moderado pero que a cambio ofrece una afinación infalible. Las escasas veces que su registro se disparó -en "Tragedy" por ejemplo- la gracia estuvo en la elegancia para retomar el tono original.
Hizo más de un par de gestos hacia la mesa pidiendo más retorno, tosió tras "It was you" y dijo muy pocas palabras para congraciarse más allá de los agradecimientos de rigor, presentar a sus compañeros y manifestar su incomprensión ante algún clamor ahogado. Quizás faltó un quiebre extra aparte de las canciones con guitarra eléctrica que interpretó incluyendo "Don't know what it means" de su proyecto Puss N boots y "Come away with me", donde el twang de la guitarra presagió algo de electricidad en medio de los instrumentos a leña. Con esta tercera visita Norah Jones al fin se mostró en un hábitat más natural tras debutar al aire libre en 2004 en el parque Bicentenario y repetir en el Movistar Arena hace siete años. Seguirá siendo un misterio por qué una artista así ha vendido tanto desde una casilla elitista como el jazz, y un triunfo de integridad artística que sus discos ganen en calidad mientras se alejan de los listados millonarios.
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