Cuando se estrenó en 2014, BoJack Horseman tuvo algo que hoy sería imposible, tanto para Netflix como para cualquier serie televisiva moderna: tiempo.
En ese entonces, el servicio de streaming era aún una interesante novedad, más que la principal fuerza dentro de la cultura pop. Apenas tenía tres series originales: todas dramas (por más tintes cómicos que haya tenido Orange is the New Black). Entonces, incluso antes de debutar con las comedias, lanza su primera serie animada: una sátira de Hollywood centrada en un depresivo y alcohólico caballo/actor antropomórfico que nunca superó su único éxito televisivo; protagonizar una serie tipo Full House en los 90.
Inicialmente, el resultado no fue alentador. El portal Metacritic, que fija un promedio de las críticas de los principales medios anglosajones, le otorgaba nota 59 de 100. El consenso entre todas las reseñas agrupadas en el sitio Rotten Tomatoes era "BoJack Horseman palidece en comparación a otras comedias similares". En el competitivo escenario de 2019 o 2020, donde Disney, Apple, Amazon y hasta HBO buscan arrebatarle la corona del streaming a Netflix, tal recepción crítica, acompañada de que la serie estaba lejos de ser un fenómeno -casi nadie fuera de EE.UU. hablaba de ella-, habría significado el estrellarse a pocos minutos del despegue.
No hay que ir muy lejos para buscar una prueba: el año pasado, la misma plataforma estrenó la serie animada Tuca & Bertie, creada por una de las productoras de BoJack... y compartiendo buena parte del equipo de animación. Si bien recibió críticas positivas, Netflix la canceló sin darle un segundo ciclo. Los números simplemente no acompañaron.
Pero el tiempo sí estuvo de parte de BoJack Horseman. Las reseñas iniciales habían cambiado radicalmente para el final del primer ciclo. En la segunda temporada ya fue calificada como una de las mejores series de la televisión en el último tiempo. Seis años después de su estreno, algunos de los principales medios del mundo la seleccionaron en sus listas de las mejores de la década: sexta en el ranking de Hollywood Reporter, cuarta para Rolling Stone, segunda para Variety. Las revistas Wired y Vanity Fair la apuntaron como la mejor producción televisiva de los últimos 10 años, por sobre cualquier Breaking Bad o Game of Thrones.
Pero el tiempo se le acabó incluso a la mejor serie animada del siglo XXI. A pesar del amor de la crítica y su base de fanáticos, BoJack Horseman estrenará este viernes 31 sus últimos ocho episodios. Podría parecer que, siguiendo el modelo de las producciones de prestigio, pareciera que la historia siempre se planeó para tener un número limitado de ciclos. Pero no fue el caso: cuando Netflix renovó la producción para una sexta temporada, les dijo a los creadores que empezaran a redondear la trama. Estaban cancelando la serie.
Retozando (una última vez)
Los que le dieron tiempo a la serie y a su primer ciclo, encontraron el fondo de la historia en el penúltimo episodio de la temporada. Adecuadamente titulado Downer ending ("Final infeliz" en Latinoamérica, aunque la traducción más correcta sería "Final deprimente"), el protagonista (Will Arnett) encara a su biógrafa y futura mejor amiga Diane (Alison Brie) frente a un grupo de personas con una pregunta: "¿Es muy tarde para mí?". A lo largo de su primer ciclo, BoJack ha sido un cretino apático, alcohólico y depresivo, reaccionando de forma sardónica y hasta agresiva en la mayoría de sus interacciones con otros, sobre todo con sus más cercanos. De forma desesperada, el protagonista insiste: "Necesito que me digas que soy una buena persona". Diane, contrariada, simplemente corre la mirada y guarda silencio. Y el episodio termina.
Hasta entonces, BoJack Horseman había sido una colección de observaciones agudas sobre la industria del entretenimiento y su banalidad, junto a múltiples citas a la cultura pop (hoy solo Rick y Morty tiene una curatoría de referencias que se le pueda igualar). En Downer ending, la serie adelantó lo cruda que sería en la exploración de sus personajes a futuro, y lo dispuesta que estaba a romper el corazón de su audiencia. Y la tesis completa de la serie: si, efectivamente, llega un momento en que no hay vuelta atrás.
No solo para su personaje homónimo. Uno de los aspectos más elogiados fue cómo progresivamente se transformó en una historia coral, con todos los personajes, desde BoJack y Diane hasta la agente Princess Carolyn (Amy Sedaris) y el extrovertido Todd Chavez (Aaron Paul), desarrollados con la misma profundidad.
En un mundo deliberadamente ridículo, su creador, Raphael Bob-Waksberg, siempre aterrizó las carencias y traumas de sus personajes para que fuera imposible ignorar el peso de la realidad. A través de ello, BoJack... se transformó también en uno de los productos más arriesgados de la televisión: en seis años, ha abordado con tanta gracia como seriedad temáticas como el aborto, las armas o el acoso sexual. Frecuentemente, también sorprendió con episodios que empujaron los límites del medio hacia un nuevo estándar: un capítulo bajo el agua prácticamente mudo, un episodio de un solo plano donde el protagonista da un monólogo de más de 20 minutos, una desgarradora representación gráfica de la demencia senil y el capítulo más acertado sobre lo que es vivir con depresión que se haya visto en la pantalla chica.
Como último truco, Bob-Waksberg ha dedicado buena parte de los últimos dos ciclos a cuestionar a su propia audiencia; de forma poco sutil, encarando a quienes hemos pasado seis años deseando un final feliz para un personaje que estuvo cerca de abusar de una adolescente, provocó accidentalmente la sobredosis y muerte de una de sus amigas más cercanas y agredió físicamente a una compañera de trabajo. "BoJack Horseman es tanto un descendiente de Don Draper y Tony Soprano como una crítica a los dramas de prestigio que romantizan a sus antihéroes millonarios y temperamentales", escribió Time.
Alto: una sátira colorida pero marcada por los profundos daños psicológicos de sus protagonistas y que, además, desafía a su público, suena a una experiencia masoquista. Puede ser. Pero BoJack es también una de las series más humanas y esperanzadoras de la última década (y, aunque cueste creerlo, de las más graciosas). Por cada fondo que tocan sus personajes, está también una posibilidad de redención. Un final feliz quizás es mucho pedir. Pero en sus ocho episodios del adiós, que encontrarán al personaje intentando reparar el daño que ha causado, la serie responderá al fin esa interrogante que se hizo hace seis años: ¿Es demasiado tarde? Por lo menos, pareciera que aún le queda algo de tiempo.