"Era la historia de un hombre cuya mujer se suicidaba y después se le aparecía como un fantasma", le contó Raúl Ruiz al escritor Benoît Peeters hace más de veinte años, a propósito de El tango del viudo. "El fantasma lo seguía por todas partes, debajo de la cama, debajo de las mesas… A fuerza de frecuentar al fantasma, el hombre comienza a parecerse a él, de modo que va afeminándose cada vez más. Pero al final descubrimos que jamás estuvo casado y que se trataba simplemente de un desdoblamiento de la personalidad, de un juego esquizofrénico".

A mediados de 1967, un Ruiz de 25 años rodó en diversas locaciones santiaguinas -incluido el departamento de sus padres, en calle Huelén- el que debía ser su primer largometraje, inspirado, según agregó en la conversación con Peeters, en una historia de Daphne du Maurier, aunque "pervirtiéndola mediante un sistema poético inspirado en Neruda". Apoyado por el Cine Club de Viña del Mar, el filme rodado en 16 mm. incorporó a figuras del teatro y la TV (Rubén Sotoconil, Delfina Guzmán, Luis Alarcón, Shenda Román), algunos de los cuales eran ya conocidos del cineasta desde sus años en Concepción.

El tango del viudo, sin embargo, no llegó a completar su posproducción. Según una de las versiones de lo sucedido, Ruiz gastó el dinero destinado a sonorizar la cinta en hacer copias de 35 mm, que es el formato en que el cine se exhibía en la cartelera comercial. Y después no hubo más recursos, y vinieron otros proyectos, y esta obra estuvo muda por más de medio siglo en casas de amigos o en las bodegas del Normandie. Pero ahora está a punto de volver, convertida en dos películas en una. O una película en dos tiempos.

El jueves 20 de febrero, la reputada sección Forum del Festival de Cine de Berlín ofrecerá la premiere mundial de El tango del viudo y su espejo deformante (1967-2020), realizada por Raúl Ruiz y co-dirigida por Valeria Sarmiento, que también es su viuda, que fue por décadas su montajista y a quien la productora Poetastros (Galut Alarcón y Chamila Rodríguez) convocó tempranamente a participar de este rescate mutado en un rompecabezas imposible, así como en un acto de imaginación como rara vez se ha visto en la historia del cine. Muy ruiciano todo.

[caption id="attachment_116266" align="alignnone" width="700"]

Valeria Sarmiento debió sonorizar el rodaje original.

Foto: Pepe Guzman.[/caption]

Una especie de apuesta

"Raúl nunca me habló nada de esta película", cuenta Sarmiento, al teléfono desde su hogar en París, sobre una cinta que Ruiz filmó un año y medio antes de que ambos se conocieran y de que iniciaran una relación que se extendería hasta la muerte del segundo, en 2011. "Sé que la vio un poco antes de su muerte, y que no le dieron muchas ganas de terminarla. Bueno, ya estaba cansado y acababa de hacer La noche de enfrente (2012). Sabía que no tenía energías para terminarla".

Pero Sarmiento, que además lleva décadas dirigiendo y presentó el año pasado en Chile su cinta luso-francesa El cuaderno negro (2018), tuvo las ganas y la energía, comprometida como está con el legado de Ruiz, fílmico y no fílmico (con el archivo ruiciano de la UCV, con las restauraciones y reposiciones en Francia, con la asociación patrimonial Les Amis de Raoul Ruiz).

Ya había tenido una experiencia análoga con La telenovela errante, otra cinta inconclusa del puertomontino a cuyo rescate había llegado también Poetastros. Pero ahora fue más difícil. Desde la participación de mujeres sordas para leer los labios hasta la elaboración de un guión que llenara los vacíos, a cargo de Omar Saavedra y de la propia Sarmiento, el trabajo con este material -al que, para peor, le faltaba la primera de sus siete bobinas- es distinto de cualquier cosa que haya hecho. O eso sugiere la cineasta.

¿Qué tan limítrofe fue esta experiencia?

Fue una especie de apuesta. El hecho de que la mitad de los actores estuvieran muertos, ya te da la sensación de que había fantasmas en la película. Que estos fantasmas movieran la boca, pero no se les escuchara nada, porque la película estaba muda, era una sensación muy extraña. Pero al mismo tiempo, eso te daba pistas para saber hacia dónde iba a ir la cosa: la sensación de que había que trabajar la película de una manera no realista. Había que inventarla, prácticamente. Hubo que imaginar lo que Raúl podría haber hecho con la película, y eso es lo que hicimos.

¿Qué tan imaginativa tuvo que ponerse?

Me inspiré un poco en las ideas que escuchaba de Raúl, en lo que quería, en cuánto le gustaba jugar con las imágenes. Fue interesante en ese sentido: fue como un viaje a la imaginación de Raúl.

¿Qué fue lo más arduo?

Las personas sordas, por ejemplo, podían leer solamente los labios del que estaba frente a la cámara, pero no la respuesta del otro personaje. Entonces, había que inventar ese intervalo para tener la respuesta y, bueno, fue un rompecabezas increíble. Pero estoy muy contenta. Me gusta mucho cómo quedó la película, y me gusta mucho también el trabajo que hizo [el compositor] Jorge Arriagada también: le pedimos una música contemporánea, para que realmente se formaran contrastes con ese material que venía del pasado.

¿Está la idea de tener una fundación?

Tenemos una asociación, pero sin mucho dinero: ayuda con las traducciones y esas cosas, pero igual hay que gestionar los dineros para terminar las películas.

¿Qué rescates pueden venir?

Hay una versión de cuatro horas de Realismo socialista (1972) que queremos terminar. Y hay un inglés que está logrando restaurar la película que Raúl hizo en Taiwán [La comedia de las sombras, 1995].

¿Le gustaría conservar el título original de Ruiz para su película (El realismo socialista considerado como una de las bellas artes)?

Exacto. Es el título que hay que mantener.