Ernesto Garratt (1972) viene llegando del Tricel donde fue a reclamar junto a otros en contra del Consejo Nacional de Televisión porque no considera a los independientes para la campaña en pantalla abierta del proceso constituyente. Allí estuvo hablando con Inés Catalán, representante de un comité de allegados en Pudahuel. Garratt revela una cifra impresionante: cuatro millones de personas viven en Chile bajo esa condición de sobrevivencia. El periodista especializado en cine de larga trayectoria repite varias veces "invisible" para definir aquel estado de precariedad en torno al cual giran sus libros Allegados (2018), debut que le valió el premio Marta Brunet a mejor novela juvenil, y el reciente Casa propia (2019). "Son personas que además viven una cuota de miseria económica y donde las secuelas de salud mental son gravísimas", apunta.
A Garratt la historia no se la contaron ni tuvo que reportear. La saga, finalmente una trilogía con una tercera parte prácticamente lista, tiene trazos de autobiografía. Él y su madre fueron allegados y a partir de ese hecho narra las aventuras y reflexiones de un protagonista sin nombre, un chico que enfrenta junto a la progenitora enferma y envejecida las postrimerías de la dictadura subsistiendo apenas y bajo constantes humillaciones en casas ajenas. Para el protagonista sin nombre la existencia sólo es llevadera en la medida que ha inventado un mundo de fantasía a través de una novela que escribe sobre un vampiro -Mihai-, una extensión de su propia existencia amortajada para no molestar. La fantasía se envuelve con la realidad en una especie de realismo mágico alternativo a la chilena y descreído donde el chico puede volar, leer el pensamiento e introducir ideas en las cabezas de otros.
Una novela dentro de otra es una consecuencia de hábitos de infancia y adolescencia de Garratt, escribir y dibujar no solo por gusto sino como una forma de evasión. "La fantasía es considerada como de nicho por el oficialismo pensante de este país", dice, "pero para mí el nicho es ese oficialismo, esa academia apolillada que repite la misma fórmula una y otra vez".
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Casa propia transcurre en 1989, fecha clave no sólo porque significa el último año íntegro de Pinochet en el poder, sino que para la generación del autor fue el remate de la educación media. Garratt combinó sus recuerdos con la investigación propia del oficio de reportero, el contexto de aquel periodo, "pero la mayor parte del tiempo planteo esta trilogía como algo a nivel de ciudadano común y corriente. Me importaba más el proceso en el que transcurre más que el contexto histórico. Igual fui riguroso, leí harto. Como periodista vas a la fuente, los diarios, las crónicas, las fechas, como si se tratara de un reportaje más grande".
La idea del anonimato del protagonista surge de la invisibilidad a la que son forzados los allegados. Él y su madre hacen lo imposible por no incomodar en estos espacios ajenos lo que implica no meter ruido alguno y pasar inadvertidos. Las condiciones a veces son tragicómicos. "Ninguna novela juvenil te empieza hablando de cómo el protagonista hace caca", ejemplifica Garratt, algo receloso de la categoría a la que han sido suscritos ambos libros.
"Más que hacer una novela juvenil traté de hacer una buena novela que a mi me gustaría leer. Consumo de todo tipo, a veces son juveniles, otras más adultas, novelas gráficas. Me gusta eso de usar un formato aparentemente más inofensivo, lo que hacen los hermanos Grimm que parecen inofensivos, y poner elementos de otro espesor y contenido. Tal vez un poco más provocador pero sin buscarlo. Simplemente es lo que me tocó vivir".
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"La ira es una energía" repite una y otra vez Johnny Lydon hacia el final de "Rise", el viejo éxito ochentero de Public Image Limited. Si la saga de Garratt tuviera banda sonora, es la canción perfecta. Entrevistas y reseñas destacan el miedo como el factor dominante de la saga, sin embargo la rabia y el resentimiento también compiten como fuerzas motrices. Es parte de un trayecto íntimo, una batalla que aún libra el periodista y escritor. "Es un esfuerzo muy grande tratar de convertir la fuerza del odio, la rabia y del resentimiento, que es enorme, en algo creativo y una energía que al final genere algo positivo. Es como tener una planta de purificación en tu cabeza y en tu corazón para tratar de producir eso".
"Te juro", continúa, "que no envidio a ningún millonario, a ninguna persona privilegiada. Lo único que me da una rabia y una pena infinita es que no sean capaces de ponerse en los zapatos de los millones de personas en este país que tienen problemas y están hasta la tusa. Igual hablo desde un privilegio. Soy profesional pero no quiero ser desleal a ese origen".
https://youtu.be/9Bdvg0MGLGw
-En ese cruce de energías positivas y negativas, el personaje adora a su madre y ama a la polola, pero siente un odio visceral hacia otros y así se humaniza extraordinariamente. Ni bueno ni malo todo el tiempo. Simplemente es.
Tenía que demostrar que este personaje posee una capacidad de amor infinita pero debido a las condiciones que le tocaron vivir también una capacidad enorme de odio y resentimiento. Y tenía que ser lo suficientemente capaz y ocupar una estrategia para exponerlo al lector y que empatizara con eso. O sea, en el fondo estai hablando con alguien que tal vez puede ser más malo que bueno, tal vez puede ser más oscuro. Era muy relevante tener este tipo de personaje. No es alguien visto con paternalismo. Me ha tocado mucho comentarlo de personas bien intencionadas de clase alta que me dicen 'oiga pero deje de lado el odio, no le hace bien'. Y es como, por favor, hay que vivir este proceso de maltrato constante de una sociedad. El mejor consejo es tratar de empatizar y cambiar las condiciones como acción humana del otro.
-La patudez de pedir dar vuelta la página.
No tiene sentido para mi. Escribir esto, aparte de terapéutico, puede ser valioso también. Es la primera vez que se escribe de allegados en un país de cuatro millones de allegados. No puedo creerlo.