Es más de medianoche en la Quinta y Kramer inicia su rutina. Entra a una atmósfera "improbable". Una atmósfera donde circunda un miedo del cual él se hace parte. Ya, desde comienzos de Enero que venimos escuchando lo mismo. El mismo tantra de que "quedará la cagá…" Kramer, en tanto, promete que esta vez, "será sólo él y no imitará a nadie". Da inicio, luego, a una parodia sobre su propio "miedo". Va entregándole contorno, poder y forma. Nos cuenta, por ejemplo, que su vecino le teme a él, y que él también le teme a su vecino, y que en Chile todo el mundo le teme a todo el mundo. Y en eso no se equivoca. Luego del estallido, juntamos y juntamos miedo. La frase, "nadie sabe lo que pasará" nos interrumpe. Se nos cuela entre los helicópteros sobrevolándonos, el asado, las compras escolares y la cerveza. Nos hacemos testigos del aquelarre de la prensa y de su impudicia de meternos miedo.

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El miedo del que nos habla Kramer, entonces, es real. Tan real y paradójico, como nuestro consumo exacerbado del verano, conviviendo, con nuestro miedo profundo a la crisis. Las tarjetas fueron, las que definitivamente más sufrieron. Y con Kramer pasó exactamente lo mismo. Por un lado aseguró que tenía miedo pero no se comportó como tal. El miedo suele provocarnos crisis, parálisis y llegada a los extremos, pero jamás nos deja impunes o en estado gaseoso o mantecoso. El miedo puede conducirnos, de igual forma a una habitación oscura como a un discurso infalible, disruptivo y creativo. El miedo, por ejemplo, es lo que motivó a la fallecida Carrie Fisher a realizar uno de los mejores stand up comedy sobre su adicción a las drogas y al alcohol, que no se había visto nunca antes por parte de una mujer tan famosa. La vimos desangrarse en el escenario pero con risa. O tal vez fue ese mismo miedo lo que motivó a Daniel Muñoz a matar a El Malo en la Quinta o a Coco Legrand a revivir al Lolo Palanca. Shows que nos quedaron grabados con fuego.

Pero Kramer, en cambio, confesó su miedo, pero no hizo nada tan valiente como desangrar su intimidad o la intimidad de un país que anda con las venas abiertas. No. No, preparó una rutina, llena de vericuetos y dobles lecturas, como la que preparó Jorge Alís entorno a la crisis. No, Kramer no hizo eso, Kramer le dijo al monstruo justo lo quería oír y se resbaló en sus aplausos. Se planteó como "políticamente incorrecto" sin correr ningún riesgo. Ser políticamente incorrecto implica jugar con ironía pero en contra. Molestar. Tocar los bordes del poder. Kramer en cambio, amortiguó la cebolla. Apuntó a lo justo y necesario —con clichés y frases mil veces aprendidas— como para tranquilizar al monstruo, pero sin traspasar los límites. Lo hizo sin herirle ningún sentimiento a los "fácticos" que son los que le dan que comer. Los mismos que a través de eventos, millonariamente pagados, lo sustentan. Decir "creemos consciencia" no significa nada si no le apuntamos directamente a los que no la crean. ¿Y esto para qué? Para cambiar a Chile o para obtener "gaviota".

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Kramer y su esposa.[/caption]

Luego, para empeorarla aún más, llamó a su mujer para hacer un show familiar, ¿A quién le importa? Puso el mismo show —que según él realiza— todos los años para la alianza escolar de sus niños. Pero por si esto fuera poco, su mujer, también inscribiéndose en la "incorrección política" sin riesgo, se atrevió a esgrimir el concepto de "paridad hombre-mujer", ignorando, que su subida al escenario, no solo es el peor ejemplo de feminismo mal parido, sino además, es de un rotundo machismo. Preguntémonos, por ejemplo, si se hubiese podido subir —al mismo escenario que se han subido Mercedes Sosa, Paloma San Basilio, Raphael o Jorge González entre otros— si no se hubiese casado con quien se casó.

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Es así, en Chile decimos que tenemos miedo, pero seguimos comportándonos como si no lo tuviéramos. La alcaldesa Reginatto, es otro ejemplo, también pontifica que hay que ser "precavida" frente a tanto vándalo que ha llegado a Viña con la crisis, pero al mismo tiempo, se pasea alegremente con su cabellera estática, sujetando una acusación municipal por desfalco de más de 17.585 millones, ¿por qué no le teme a su desfalco la alcaldesa?

Y por si esto fuera poco, para agudizar aún más la sensación de desprotección e impunidad que siente la ciudad hacia ella, no haya nada mejor que plantar —en pleno centro de una de las principales plazas de Viña— una cancha de patinaje de hielo, a pleno sol. Mientras que en los países más fríos, cierran todas sus canchas para ahorrar energía, ella en cambio abre una, que necesita más electricidad que cualquier otra actividad infantil. La cancha no sólo se ve como una carpa blanca de género gigante, completamente descontextualizada en un entorno de arbustos, árboles y juegos de niños, sino además, provoca gran molestia e ira en vecinos. Uno se pregunta porqué lo hace, por qué continúa por ejemplo, azuzando el miedo de todos los locatarios de su comuna, asustándolos con una supuesta diáspora de vándalos que llegarían desde Santiago a raíz de la crisis, y no se preocupa de darle mejor infraestructura y seguridad a su zona.

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Los que veraneamos en Viña sabemos. Sabemos que Febrero significa antesala de festival, restoranes y bares abiertos hasta las 4 de la madrugada y quizás más. Pan duro para el viñamarino y aquelarre para el turista. Miles de locatarios esperando "la salvada" del verano. Pero este año no. Este año la antesala, sólo fue algas estancadas, olor a desagüe y miedo. De ese miedo que sólo se materializa en frases tales como, "no sé nada yo" o "quizás quién sabe lo que pasará". Eso es lo que más se ve en Viña, locales cerrados, incluso antes de la 1 de la madrugada, junto al gesto taciturno del dueño y la frase, "no sé nada yo".