En algún momento de la noche, tras la pausa comercial, la orquesta que dirige Carlos Figueroa comenzó a tocar los primeros compases de la clásica cortina del Festival de Viña, aquella que dice que "Viña es un festival, música junto al mar" y que inevitablemente retrotrae a imágenes difusas del pasado y de lejanas noches de los veranos de los 80. Junto a un clip de la rutina de La Cuatro Dientes de 1988, fueron los únicos guiños que hubo ayer a la prehistoria del certamen, en la noche menos "festivalera" que haya albergado alguna vez la Quinta Vergara. Una jornada revolucionaria, a todas luces histórica, donde se trastocaron prácticamente todos los códigos que por décadas han ido aparejados al evento.
La aparición de los animadores sobre el escenario lo dejó claro de entrada: luego de media hora de sonoros cánticos de los asistentes contra el gobierno, carabineros y la misma organización del Festival ("¡Sin censura!", clamaba la galería recién iniciada la transmisión), María Luisa Godoy y Martín Cárcamo salían a escena entre las tenues rechiflas y la indiferencia del público. No hubo aplausos, interacción ni el tradicional -e infantil, a estas alturas- pedido del "beso". Tal vez como nunca antes, los anfitriones del certamen parecían accesorios, fuera de lugar, actores secundarios de su propia fiesta.
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FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO[/caption]
Si hubo un protagonista anoche ese fue el público, marcado por las mujeres jóvenes y la diversidad. Probablemente, gente que nunca había ido antes al Festival. Adiós las parkas acolchadas de la marca de Douglas Tompkins, bienvenidos los ponchos, las flores y -sobre todo- los pañuelos verdes y morados. Un nuevo "Monstrue" millennial, de jóvenes feministas y parejas diversas, que se las arregló para lucir pancartas contra el Presidente -se dice que fue el equipo de Mon Laferte el que las facilitó-, que no pide permiso para gritar contra las autoridades y la transmisión, pero que al mismo tiempo es inclusivo y sabe ser respetuoso con los artistas.
No hubo mayores reclamos, por ejemplo, contra las competencias, un segmento que por lo general es recibido con frialdad, al menos en las últimas ediciones. Tampoco pifias contra los representantes de Argentina, Perú y otros países de la región que habitualmente enfrentan cierta hostilidad chovinista, y que anoche se fueron entre aplausos.
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FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO[/caption]
Javiera Contador tenía motivos para entrar algo nerviosa. Mal que mal, le tocaba debutar en Viña luego del apoteósico, emocionante y combativo regreso de Mon Laferte a la Quinta. Pero anoche no había nada que temer: este nuevo Monstruo no se mueve en la lógica del circo romano e incluso en los momentos bajos de la exitosa rutina de la actriz -que los hubo- respondió con respeto y sobre todo sororidad, el sentimiento que primó en la primera noche protagonizada por tres mujeres chilenas.
Tal vez lo último también ayuda a explicar por qué a las 2 de la madrugada el recinto siguiera considerablemente lleno, al momento en que Francisca Valenzuela apareció para cerrar la jornada.
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Francisca Valenzuela en su show. Foto Agencia Uno.[/caption]
La solista, quien semanas atrás fue tildada de "amarilla" y recibió más de alguna crítica en redes sociales antes -por no explicitar qué tipo de protesta haría en el Festival-, terminó realizando no solo el mejor show en lo que va de Viña 2020, sino también el más explícito en cuanto a demandas sociales, curiosamente.
Junto con la cueca de Mon Laferte que juntó a medio centenar de cantautoras chilenas sobre el escenario, la imagen de Valenzuela bailando al ritmo de "El violador eres tú", el himno de Lastesis cantado espontáneamente por la audiencia cerca del final de su presentación, fue la otra gran postal que dejó la histórica noche femenina del evento veraniego. Una en la que las artistas demostraron que, casi siempre, va a ser más útil y efectivo sumarse que restarse, hacer propios los espacios y aprovecharlos para visibilizar -en este caso al mundo- la causa que sea, antes que censurarlos por anticipado y desde la comodidad del hogar.
Una noche revolucionaria en la que, además, aquellos que durante décadas fueron material de burlas en las rutinas del humor festivalero se tomaron al menos por un día la Quinta Vergara.