Con una presentación que transitó entre las referencias al estallido social, tener 39 años y ser padre, Pedro Ruminot construyó su segunda vez en el Festival de Viña. Tras una tibia primera vez (en 2016, burlándose de sí mismo por su piel morena y que tuvo algunas pifias), esta vez el ex Club de la comedia logró conectar con la Quinta Vergara sin grandes problemas, con una rutina de stand up que privilegió los chistes cortos y donde no evidenció nervios en ningún momento.

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Ruminot es un comediante con gracia para hablar, pero el ritmo para llevar la rutina siempre ha sido su principal punto débil. Anoche, a ratos, esa falta de velocidad se dejaba sentir, lo que generaba algunos silencios y falta de tensión. Así, las sonrisas resultaron esporádicas -especialmente en situaciones empáticas con la gente-, que fueron decayendo en la medida que el hilo conductor varió y se desestructuró, hasta retomar en su recta final, donde lució sus mejores momentos y chistes, sacando reales risas. Tras hablar de temas políticos y de sí mismo, vinieron intervenciones sobre el ser chileno y el público reconectaba cada vez que había referencias identificables, como de los padres en Facebook o con celular.

El humor de Viña 2020 fue dispar: tuvo dos buenas noches con Stefan Kramer y Javiera Contador, pero vino la mediocridad de Ernesto Belloni, la ramplonería de Fusión Humor y la irregular presentación de Paul Vásquez. Siendo justos, a Ruminot habría que ubicarlo por sobre los tres últimos. El problema es que lo que preparó de principio a fin no alcanzó a llegar al nivel de las espléndidas rutinas de Kramer y Contador.

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Pedro Ruminot evidenció la gracia que tiene para relatar y la sencillez con la que suele plantarse sobre un escenario, pero no basta con tener chispa si el libreto no es una metralleta a todo momento. No para el Festival de Viña, por la masividad que lleva consigo. Sin duda dio pasos adelante respecto a lo que mostró hace cuatro años en este mismo escenario -en rigor, no hay comparación entre ambas, el crecimiento es evidente-, pero queda una sensación agridulce, con un libreto que partió débil y que fue creciendo lentamente, hasta los 20 minutos finales, a partir de la historia de su madre y su tía hacia Lo Vásquez, de los recuerdos de los años 90 y hasta la aparición de Marcelo Barticciotto para cantar "Ya nada es importante" o del vocalista de El Símbolo, en el bis, para recordar "1, 2, 3" o "Levantando las manos". Una recta final definitivamente graciosa y movida, que bien pudo haber contagiado los primeros 40 minutos.

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