La televisión abierta vive una curva decreciente de su sintonía desde hace casi una década, que parece imparable y definitiva. La TV de pago también, mientras el streaming se ha convertido en un competidor voraz que cada día suma más suscriptores. Por eso resulta particular que el Festival de Viña 2020, el evento vilipendiado, de formato antiguo y que tantas veces provoca vergüenza ajena, haya conseguido su mejor rating de los últimos nueve años: 32,7 puntos promedio (no definitivo) en sus seis noches, casi tres unidades más que el año pasado y una marca que no se veía desde 2011, cuando anotó 35,2.
Probablemente el actual momento país, posestallido social, sea el factor principal para explicar el alza y este inesperado reencuentro con la audiencia. El certamen se convirtió, más que nunca, en una plaza pública que reunirlos a todos, donde la gente gritó consignas en la Quinta Vergara, tanto en los asientos como arriba del escenario, en una auténtica manifestación televisada -y no censurada, pese a las teorías conspirativas en las redes sociales-, donde solo cuatro artistas no hicieron mención a lo que ocurre en el país. Y aunque el público gritó consignas contra el gobierno en el aforo viñamarino, no hubo ningún desmán, nadie quiso quemar la Quinta -como dijo el Presidente Piñera- y privilegió la tranquilidad, versus las manifestaciones de domingo pasado, afuera del Hotel O'Higgins, con autos quemados y la van de Ricky Martin apedreada en un ventanal que pudo pasar a mayores.
Los organizadores leyeron a la gente al programar a Ricky Martin junto a Stefan Kramer en la primera noche (en la actuación más mordaz de su carrera hacia la clase política, donde el evento dio una señal de que este año sería un Festival conectado con el momento social); al tener a la artista chilena más popular, Mon Laferte (en un show potente y también de cariz político), pero también al invitar a números más tradicionales, como Ana Gabriel o Pablo Alborán, o de impacto masivo como Maroon 5 u Ozuna.
Es cierto que la unión de TVN y Canal 13 le da amplitud al Festival y que cinco de las seis noches del evento terminaron antes de las 03 de la madrugada, lo que contribuyen a un rating mayor (solo la última jornada terminó más tarde, a las 04:04 horas), pero sería miope no constatar que esta edición del evento reconectó con la gente y, en ese sentido, se trata de la versión más significativa de la última década. Pensar que fueron solo seis días de "pan y circo" sería una lectura demasiado torpe para lo que significó ahí, en términos de discursos y comunión nacional.
Durante el año, los canales chilenos hacen lo imposible por marcar sintonía, de las formas más insólitas y desesperadas, y no lo logran. Un ejemplo: esta semana, el matinal más visto fue el de Canal 13 y marcó apenas 6,8 puntos, por tanto se infiere que el Festival no traspasó su fervor al resto de la programación de los canales que lo emitieron y solo funciona en su emisión en directo.
Sin besos, saludos ni reality
Viña 2020 también será recordada como la edición donde cayeron varias tradiciones del evento. Un "sacrificio" para estar a tono con los tiempos. El beso de los animadores, una costumbre incómoda que forzaba a que fuera en la boca, con los gritos de la gente pidiéndolo, este año simplemente se desterró: nadie lo pidió, nadie se acordó.
El rito de saludar cada noche a las autoridades también cayó: la alcaldesa Virginia Reginato no fue mencionada y tampoco los directores ejecutivos de TVN (Francisco Guijón) y Canal 13 (Maximiliano Luksic). La costumbre de que Reginato subiera a la Quinta Vergara a darle la Gaviota al ganador de la competencia internacional también se esfumó, según reconocen en la organización, por acuerdo mutuo entre la alcaldía y los canales organizadores, "para no exponerla a las pifias".
Tampoco se vieron los múltiples carteles que llevaba habitualmente el público -saludando pueblos, familias o haciendo chistes-, aunque en este caso fue forzoso: la organización los requisaba en la entrada de la Quinta Vergara, arrebatando también la única tradición realmente entrañable que mantenía al evento. Ni hubo obertura en el debut y la única noche donde se mostró algo -un homenaje a Camilo Sesto- fue un desastre.
Como no sucedía desde hace 10 años, por primera vez se suspendió la gala y no hubo la campaña promocional de otras veces. Los animadores solo dieron una conferencia de prensa antes del debut y en los días venideros -de manera inédita- no dijeron una sola palabra a los medios. Tampoco hubo el tradicional balance que realiza la organización tras el cierre.
Pero, televisivamente, el cambio más notorio fue la transmisión en sí. En los últimos ocho años la dirección corrió por cuenta de Álex Hernández, quien extremó algo que también hacían sus antecesores: mostrar al público, las caras riendo, llorando o cantando, las parejas abrazadas y, sobre todo, a los rostros conocidos en platea pasándolo bien. Convirtiendo en una especie de reality lo que sucedía allí, más allá de quién estuviera sobre el escenario.
En Viña 2020, con Felipe Morales en la dirección general, hubo un cambio de estilo. La Quinta Vergara permaneció casi siempre a oscuras, las cámaras se concentraron en mostrar las actuaciones y salvo una que otra toma hacia las graderías, el público perdió presencia en la transmisión televisiva. Lo escuchó, pero apenas lo vio la gente en sus casas.
Ese cambio convirtió al Festival de Viña en un concierto televisado más que en un evento. Fuentes de la organización reconocen que, debido a la tensión social, se quiso privilegiar el escenario. Pero el sacrificio derivó en una transmisión más aburrida y menos inclusiva. Porque parte importante del público mira Viña sin saber quién está actuando. Seguramente los mayores de 50 no sabían quién era Maroon 5, pero ahí estuvieron viéndolo: 32,1 puntos promedio. Seguramente si el concierto que dio la banda el viernes en Santiago hubiese sido televisado, no habría marcado ni 5 puntos. Por eso en esa decisión hay un peligro, en caso de que se convierta en una constante para más adelante: el show en las tribunas, aunque a muchos les irrite, forma parte de Viña.
Saber leer a la gente
Ricky Martin, Stefan Kramer, Mon Laferte, Ana Gabriel, Pablo Alborán, Francisca Valenzuela y Ozuna se convirtieron en lo más destacado de este año. Javiera Contador fue una revelación. Mientras, Ernesto Belloni ofreció la actuación más bochornosa de esta edición, dedicado más a pedir perdón que a ofrecer una rutina digna. Vimos, en vivo, el funeral de un comediante que, aterrado por las pifias, fue capaz de traicionarse a sí mismo.
Fusión Humor provocó las mayores pifias de la Quinta Vergara cuando fueron despedidos sin un bis, pero su presentación fue básica, al igual que la de Paul Vásquez, quien se salvó solo porque la gente lo quiere y no quiso sacrificarlo. Mucho mejor resultó Pedro Ruminot, irregular la mayor parte del tiempo, hasta que sacó a flote un mejor libreto. Las competencias, en tanto, siguieron fueron intrascendentes -CHV intentó darle más brillo, los canales de ahora no-, salvo cuando presentaban al jurado y nombraban a Francisco Saavedra, ovacionado cada noche.
También será el año donde los animadores se vieron rígidos, opacos, sin química. María Luisa Godoy y Martín Cárcamo lucieron como una muy buena pareja en 2019, pero esta vez estuvieron robóticos y con poco espacio para jugar. Cárcamo es un animador suelto, con chispa, y verlo tan tenso, tan incómodo, es la antítesis de su estilo. De ser reconfirmados oficialmente, hay un trabajo entre ambos que se debe hacer para no depender solo de los libretos y recobrar el fiato que tenían, pero que esta vez perdieron.
A partir de anoche, la televisión chilena volvía a los estrenos, a los nuevos programas, estelares y teleseries. Es la llegada de marzo y, probablemente, la vuelta a la TV que nos vienen dando en el último tiempo, con escasa inversión y riesgo, con poca tensión y sorpresas. Para los canales, Viña 2020 debiera funcionar como señal, como otra señal que están teniendo: la gente sigue dispuesta a ver televisión chilena. Al contrario del streaming, los canales locales pueden seguir aglutinando gente socialmente tan diversa, convirtiendo un evento en motivo de discusión nacional. Convocados en un programa donde se sientan parte y no meros espectadores. Pero, para que eso ocurra, los canales tendrían que empezar a leer a la gente tan bien como lo hizo este Festival.