Columna de Matías Rivas: Médicos
Los testimonios de los especialistas son conmovedores y dramáticos. Si algo tenemos claro es que como sociedad dependemos de sus voluntades, sus saberes. Son los que deciden sobre lo colectivo y lo individual. Qué duda cabe, en estos momentos tienen el poder.
A las nueve de la noche escucho los aplausos dirigidos a los médicos y trabajadores de la salud. Están cumpliendo labores heroicas, corren riesgos en turnos extenuantes, apelan a una vocación que los anima a desafiar la muerte. Los testimonios de los especialistas son conmovedores y dramáticos. Si algo tenemos claro es que como sociedad dependemos de sus voluntades, sus saberes. Son los que deciden sobre lo colectivo y lo individual. Qué duda cabe, en estos momentos tienen el poder.
Muchas personas sienten especial atractivo por ellos. Los encuentran inteligentes, quizá por estudiar muchos años una carrera difícil. En ocasiones les llaman eminencias. Recuerdo haber escuchado esa palabra asociada a nombres de cardiólogos, broncopulmonares, internistas, psiquiatras y ginecólogos. Incluso, pueden lograr milagros y revertir catástrofes físicas con su pericia. Lo cierto es que abundan los mitos respecto de los médicos. A mí -en lo particular- me causan temor. La experiencia me ha enseñado a escoger a los médicos mayores, ya que son los que más escuchan. Pocos quedan de la vieja escuela, los que creen en la semiología. Me refiero a la práctica de auscultar a los pacientes, hablar con ellos y, a partir de esas señales, elaborar un diagnóstico.
Es posible que la literatura y el cine que emerjan de esta pandemia estén llenos de toda clase de expertos en salud. Gozan de una perspectiva única, directa, que les ayuda a conocer casos en detalle, manejar los códigos y medicamentos precisos para mantenerse alertas, concentrados y rápidos. Son diestros en funcionar bajo presión. No están dispuestos a ser contradichos. Michel Foucault en su libro El nacimiento de la clínica reveló la tradición, los métodos y criterios que utiliza la medicina. Examina la formación de los doctores y la estructura de los lugares de reclusión. Foucault evidencia el vínculo político que existe entre cuerpo, salud y autoridad. Su pertinencia hoy es indudable.
Días atrás hallé Historias de médicos, breve volumen de cuentos de William Carlos Williams que creía perdido o robado. No lo había leído completo. Solo había puesto atención a su última parte: un fragmento autobiográfico en el que el autor explica su pasión por curar a otros, gente muchas veces consumida por el miedo y la ignorancia de sus padecimientos. Ahora que me decidí por terminarlo, encontré que estas narraciones íntimas son excepcionales. En ellas asoma el lado psicológico de los enfermos a través de diálogos y descripciones sucintas. El morbo está ausente, al igual que la ironía. Son textos cuyos protagonistas aguardan con angustia a quien los salve. Requieren piedad y la reciben con más o menos indiferencia. Agobiados por los síntomas, solos o acompañados, depositan sus temores al contar lo que sufren. Víctimas de la Gran Depresión, son norteamericanos pobres y desesperados. Williams capta cómo hablan, marca sus inflexiones. Al igual que en su poesía, alterna lo visual con voces. La piedad es el rasgo distintivo de su mirada, desprovista de artificios. Una prosa vital, exacta. La crítica señala que está emparentado con el también médico Antón Chéjov, maestro de este tipo de relatos. En Pabellón número 6 expone el ambiente de descomposición mental y física, tanto de los pacientes como del personal a cargo de un manicomio. El personaje central es amable y frío. Poco a poco va tomando distancia ante la miseria que lo rodea. Su carácter se va modificando hasta convertirse en un ser invadido por la desidia, que no cree en la salvación de nadie.
Leo sobre sus conductas con la aspiración de entender sus temperamentos. Ocupan el espacio simbólico de los sacerdotes y chamanes. Los horarios, rutinas y leyes comunes no aplican en sus casos. Son orgullosos y temerarios. Curtidos en situaciones terminales, miran con menos miedo lo siniestro. Soportarlos a veces es difícil, salvo que uno esté internado de urgencia. Hoy son los dueños de la épica y la confianza. El peso cultural que asumen es enorme y sus consecuencias sociales, imprevisibles.
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