Su primer encargo, cuando ingresó a la célebre agencia Magnum de París, en 1959, fue conseguir tomarle una foto a Giuseppe Genco Russo, un capo de la Cosa Nostra, en una pequeña localidad de Sicilia. Pero el chileno, entonces de 28 años de edad, no actuó como un paparazzi cualquiera: se hizo amigo del mafioso y lo visitó por dos semanas. Y recién entonces sacó la cámara, con la excusa de querer tener recuerdos de Russo y de su hermosa casa. Así logró que el mafioso posara con gran orgullo, en un retrato que dio la vuelta al mundo.
A esas alturas, Larraín ya había expuesto su trabajo en el Museo de Bellas Artes, junto a una serie de pinturas de la norteamericana Sheila A.W. Hicks, y el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York había adquirido dos fotografías que él tomó en 1952 y 1953. Hijo del arquitecto y coleccionista Sergio Larraín García-Moreno, fundador del Museo Chileno de Arte Precolombino, el fotógrafo llevaba varios años viviendo en Valparaíso, y retratando la singular forma de habitar de los porteños, casas de prostitutas, marinos y menores de edad incluidos, así como su serie de retratos de niños que vivían en el río Mapocho. Cuando el mismísimo Henri Cartier-Bresson vio esa serie, lo invitó a integrarse a Magnum.
Después de una década en Magnum, trabajando para las mejores revistas del mundo, decidió dar pie atrás. Volvió a Chile a fines de los años 60, tras haber quemado parte de sus negativos, y se radicó en Tulahuén, cerca de Ovalle. Se recluyó y vinculó al misticismo, haciendo yoga, pintando y recibiendo visitas sólo el primer martes de cada mes. Larraín murió en 2012, y además de un legado fotográfico alabado en todo el orbe, dejó varios libros, pensamientos filosóficos, trabajos experimentales e innumerables fotografías modernas que testimonian la pobreza y la injusticia social. Tras su deceso, se hizo una gran retrospectiva que debutó en el Festival de Fotografía Rencontres d’Arles, en Francia, y que itineró por todo Chile durante dos años: él prohibía que sus fotos se exhibieran mientras estuviera vivo.
Esta verdadera leyenda de la fotografía se reencuentra ahora con el público chileno en una original producción audiovisual que ha sido realizada por la Corporación Cultural de Las Condes, con la curatoría de Agnès Sire, directora de la Fundación Henri Cartier-Bresson en París, la gestión de Verónica Besnier, y la colaboración de Magnum.
Sergio Larraín. El fotógrafo invisible se estrenará en www.culturallascondes.cl el 20 de mayo y será posible verla hasta el 31 de agosto. Con una duración de seis minutos, plantea un recorrido por la vida y la obra del artista, integrando más de 40 imágenes, música, y textos de su autoría. Por ejemplo, por qué creía que la fotografía hay que buscarla dentro de uno mismo.
Fotografías y haikus de un místico
El diaporama, según Verónica Besnier, responsable de la retrospectiva que en 2014 estrenó el Museo de Bellas Artes, permite que “uno se meta dentro del mundo de Sergio Larraín”. La muestra aborda distintas etapas de su vida, e incorpora algunas de sus series más conocidas, como las fotografías tomadas en Bolivia y Perú, Londres y Valparaíso, además de una selección del conjunto Los abandonados (1955-1957), y cierra con Simple Satori (estado de gracia), que refleja cómo su búsqueda espiritual se fusiona con la fotografía. También se incluyen haikus de Larraín, como por ejemplo: “En vez de desear algo nuevo, ¿por qué no apreciar lo que tienes?”.
“De él se dice que fue como una estrella fugaz, que aparece, llega a la cima y desaparece. Su obra es muy potente, misteriosa y está llena de energía, pero además su personalidad intrigó mucho porque tuvo la fuerza de carácter para dejar Magnum, la notoriedad, la fama y la plata, e irse a vivir a Tulahuén, donde estuvo más de 40 años”, comenta Besnier.
“Sergio Larraín era muy místico. Había nacido en una familia burguesa, y dejó la fotografía y la fama por conectarse consigo mismo. Cuando trabajaba por encargo para Paris Match y la revista Life, él tenía la impresión de vender un poco su alma. Por ejemplo, lo mandaron a hacer un registro del matrimonio de Farah Diba con el Shá de Irán, cosa que a él no le interesa nada. Él estaba tan conectado consigo mismo, con sus propias emociones, que eso hace sus fotos tan potentes”, asegura Besnier.