Maite Alberdi, documentalista: “Siempre hago odas al documental, pero hay momentos en que se hace inviable filmar el dolor”

Maite Alberdi
La cineasta Maite Alberdi cree que las catástrofes son terreno de la ficción “porque no avisan”.

La realizadora de La once pretendía estrenar el 11 de junio en Chile su último filme, El agente topo, pero la crisis sanitaria la obligó a reagendar. También la llevó a pensar en su lugar en un contexto de crisis.


De buenas a primeras, los documentales podrían hacérsenos especialmente urgentes en medio de la crisis. De ahí la variedad de productos en curso: en la TV argentina se ha visto la serie Personas, no números, que homenajea a los fallecidos, mientras en Chile se ha desplegado una iniciativa de microdocumentales en cuarentena y en Europa hay quienes se dedicaron a registrar las grandes avenidas sin gente.

A Maite Alberdi (1983), por su parte, le han llegando no pocos registros de los días de confinamiento: un “cúmulo de imágenes” que ha estado gestionando y con las que algo podría llegar a hacer. Pero tal vez no: “No me quiero obligar a darles un destino”.

Las medidas sanitarias de marzo la pillaron en Santiago, en medio de la itinerancia festivalera de El agente topo, su nueva realización, que alcanzó a mostrarse en Sundance y que pretendía llegar a las salas chilenas el 11 de junio. Ahora está encerrada, como tantos, pero pese a su involucramiento en iniciativas locales, la realizadora de La once y Los niños no ha estado filmando.

En este tiempo, confidencia, se le ha repetido en la cabeza la última escena de La frontera: el protagonista (Patricio Contreras) es entrevistado por dos periodistas acerca de un maremoto, pero es incapaz de verbalizar la tragedia. Dice Alberdi que hoy se siente así, “enmudecida”: “No sé quién es capaz de retratar la dimensión del dolor. En la película no eran los periodistas, tampoco los archivos de ese tiempo. Sólo la ficción, que tiene acceso directo a la intimidad de los personajes en los estados de excepción. Siempre hago odas al documental, diciendo que la realidad supera a la ficción, y por eso me gusta lo que hago. Pero hay momentos en que se hace inviable para el documental filmar y representar el dolor”

Por otra parte, añade, “los que trabajamos filmando la realidad nos negamos a teletrabajar con la realidad. Telefilmar el encierro sería hacer un reality show”.

¿En qué términos interpela esta crisis a quienes, como usted, suelen seguir el pulso de la vida?

Hago documentales en los que suelo filmar el cotidiano. Mis rodajes se centran en pasar días esperando que lo inesperado, o el azar, se revelen frente a la cámara, pero siempre sé o intuyo qué estoy esperando. Ahora no hay azar en mi rutina. La única vida que podría filmar sin salir es la mía, que se ha vuelto totalmente predecible. Tampoco sé, exactamente, qué estoy esperando... Es perturbador y frustrante no poder salir a filmar. Necesito procesar la realidad para filmarla, entenderla, tomar partido. No la estoy entendiendo aún. La estoy viviendo y digiriendo. Esta realidad ya es muy pesada de vivir como para, además, pensar en filmarla. Yo, al menos, no soy capaz.

“Siempre he creído que las catástrofes son terreno de la ficción”, agrega la cineasta, quien siente que llegaría tarde con su cámara “porque las catástrofes no avisan, los terremotos no avisan”.

La pandemia se instaló en Chile cuando estaban aún presentes los ecos de octubre. ¿Cómo la han tocado estos acontecimientos?

Me suelo mover entre certezas, y en ambos casos me dio miedo la incertidumbre. En el estallido, era el miedo a que todo siga igual; ahora, es el miedo a quedarnos así. Sobre cómo será la vida post pandemia, hoy sólo tengo preguntas. Sólo queda vivir la incertidumbre y habitar un terreno de fragilidad. En los primeros días del estallido social también estaba tratando de entender: eran más preguntas que respuestas, pero de a poco se fue articulando un discurso y unas esperanzas. Quizás con el estallido sentía una compulsión por el registro, porque tenía fe en que era un momento histórico con cambios que sólo podían ser alentadores y que estaban en nuestras manos. Ahora no sé a qué podemos a llegar.

Un infiltrado octogenario

Cree Alberdi que la actual crisis acelerará el crecimiento de plataformas de streaming y modificará las cadenas tradicionales de distribución. Pero, apunta, “eso ha sucedido siempre”, por lo que descree de la muerte del cine en salas. El problema es cómo se resiste la espera “en una industria como la nuestra, donde la exhibición y distribución de cine chileno siempre ha sido frágil, y donde la circulación de gran parte del cine nacional ha residido principalmente en salas independientes que ahora no tienen cómo subsistir”.

En lo que le toca a El agente topo, se considera afortunada: es de la franja minoritaria de películas 2020 que ha podido verse en circunstancias relativamente “normales”. Eso sí, su recorrido mundial se vio suspendido, pues se bajó de los festivales que decidieron seguir adelante en línea. Otro caso es el de Karlovy Vary: el certamen checo movió su 55ª edición para 2021, pero hizo una selección de filmes internacionales que se exhibirán en salas de su país.

En esos términos tendrá su première europea este documental de detectives, por así llamarlo. Una cinta que nació después de que la realizadora encontrara a un ex PDI cuya oficina entrena agentes infiltrados, y que sigue los pasos de un hombre de 85 años convertido en espía en un hogar de ancianos.

Hay quien presenta El agente topo como su primera ficción, aun si para IMDB es un documental. ¿Es solo un tema de etiquetas?

Es una película, no importa el género. Yo trabajo con la realidad: no sé hacer otra cosa. Hay distintas técnicas y formas de aprehenderla y representarla. El agente topo es una película de un espía, un agente infiltrado y una misión. Una realidad insólita, sí, como muchas.

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