Apenas terminó de hablar, el reverendo Martin Luther King sintió que le faltaba el aire y la vista se le nublaba. Cuando bajó del estrado, cada paso resultaba un esfuerzo sobrehumano. Se tambaleó y casi se precipita al suelo. Rápido, uno de sus acompañantes lo auxilió. El hombre de oratoria fogosa, el que había ganado la atención de mundo con una marcha multitudinaria sobre Washington en 1963, estaba rendido. Como resoplando un último aliento.
“Casi se derrumbó, tuvo que ser ayudado a sentarse en su silla en la parte posterior de la plataforma. Parecía desinflado, parecía completamente agotado”, escribe Joseph Rosenbloom en su libro Redemption: Martin Luther King Jr.’s last 31 hours. Tras recobrar el aliento, poco después, se marchó del Templo Mason de Memphis, Tennessee, donde había hablado esa noche, como en tantas otras. Muchas otras. Pero esa resultaría especial.
Era la noche del 3 de abril de 1968. La última noche de King con vida.
El ministro estaba agotado por el esfuerzo de un día intenso. Nada raro. Hubo muchos similares en los casi trece años dedicado al activismo por los derechos civiles; su trayectoria acumulaba manifestaciones, sentadas en lugares reservados a los blancos, arrestos policiales, escuchas telefónicas del FBI, cartas de amenazas, rondas de gases lacrimógenos y hasta una puñalada en el pecho, lanzada por una mujer mientras se encontraba en una librería, de la que logró sobrevivir.
En la mañana, King llegó al aeropuerto de su natal Atlanta, para tomar el vuelo que lo llevaría hasta Memphis. Mientras se acomodaba en el asiento, vio como la tripulación de la nave se movía de un lado a otro. De pronto, irrumpieron policías con perros de rastreo. Había una amenaza de bomba dirigida contra él. Todos los pasajeros, cuenta Rosenbloom, debieron evacuar. No había bomba y finalmente el vuelo llegó con una hora de retraso a su destino.
No era la primera vez que lo amenazaban, pero King quedó preocupado
En rigor, Luther King había estado en Memphis la semana anterior para apoyar la huelga de los trabajadores negros del servicio de recolección de basura de la ciudad. Exigían mejoras en sus condiciones de trabajo. No podían acceder a las duchas, porque estaban reservadas para los conductores blancos. Tampoco contaban con un lugar para refugiarse en los días de lluvia, entre otras cosas.
El punto álgido ocurrió cuando dos operarios negros, Echol Cole y Robert Walker, que buscaban protegerse de una copiosa nevada, se subieron a la parte trasera del camión. Al hacerlo quedaron enganchados al compactador de basura. Gritaron desesperados por ayuda, pero no los escucharon. Murieron triturados. En la noche, los operarios consideraron que ya habían tenido suficiente y decidieron la huelga.
En plena carrera espacial y años de prosperidad económica en EE.UU, la situación de los basureros de Memphis era un ejemplo más de la situación difícil de los afroamericanos. No solo debían hacer frente al racismo, sino que además a la pobreza. “En 1959 más de la mitad de las familias negras vivía bajo la línea de la pobreza (más del 70% en el caso de aquellas en las que el padre estaba ausente). En 1975 poco más del 30% seguía siendo pobre. A mediados de los años cincuenta, en una ciudad promedio del Sur, 90% de los hogares blancos tenían excusados, pero sólo el 30% de los negros”, comenta Erika Pani en su libro Historia Mínima de los Estados Unidos de América (Turner Publicaciones, 2016).
Precisamente, el asunto de la pobreza concentraba la atención de King en esos días. El reverendo trabajaba en la planificación de una gran marcha sobre Washington, fijada para fines de abril. Pese a la promulgación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que contribuyó a eliminar la segregación, consideraba que faltaban leyes sociales que contribuyeran a mejorar la precarización de la vivienda, la falta de empleos y el acceso a la atención médica.
La idea, era concentrar una gran multitud en una manifestación pacífica para dar visibilidad a la situación socioeconómica de los afroamericanos, tal como lo había hecho en 1963, cuando reunió a más de 200.000 personas en el Monumento a Lincoln. La ocasión en que pronunció su célebre discurso “Yo tengo un sueño”, el que lo catapultó al reconocimiento nacional e internacional con el Premio Nobel de la Paz. Esta vez, sin embargo, King no estará allí.
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Una vez anunciada la huelga, las iglesias protestantes locales -de color- la apoyaron. El reverendo James Morris Lawson Jr., se reunió con los basureros, los aconsejó y con sus sermones presionó al alcalde local para que escuchara sus demandas. “El clima en Memphis era el de un racismo bastante feroz", recordó el ministro en una entrevista al portal NPR. Su idea era replicar los métodos de acción no violenta que había impulsado King.
Pero al no encontrar eco en las autoridades, la huelga poco a poco comenzó a bajar su impulso. En ese momento decidieron contactar a Martin Luther King, quien ya era una figura respetada por buena parte de la comunidad afroamericana. Lawson lo llamó, y de inmediato obtuvo una respuesta positiva.
Con Martin Luther King a la cabeza, los trabajadores salieron a las calles de Memphis el 29 de marzo. Pero la manifestación debió enfrentar la hostilidad de algunos sujetos que les atacaron. Ello derivó en enfrentamientos con la policía. Pronto la tensión escaló con barricadas en las calles, disturbios, saqueos y ataques a locales del comercio. Desde que se inició el movimiento por los Derechos Civiles, los enfrentamientos callejeros y la represión policial no eran novedad.
“La movilización de las poblaciones afroamericanas del Sur enfrentó una violencia inaudita -explica Pani-. Frente a las escuelas y en las calles los blancos sureños escupieron, abuchearon, insultaron y golpearon a los activistas; la policía los roció con mangueras de bombero, les soltó a los perros, los arrestó, encarceló y arrojó del otro lado de las fronteras estatales. Los segregacionistas incendiaron los autobuses de los freedom riders, y pusieron una bomba en una iglesia bautista en Alabama que mató a cuatro niñas”.
Ante la gravedad de los hechos, el gobernador de Tennessee declaró el estado de emergencia, se convocó a 3.800 hombres de la Guardia Nacional, y el alcalde Henry Loeb estableció un toque de queda. King estaba decepcionado por el desarrollo de los acontecimientos. “Algunos de sus ayudantes dijeron que nunca lo habían visto más deprimido de lo que estaba en ese momento”, detalla Rosenbloom. Esa noche, reunido con los organizadores, les dijo que consideraba necesario volver a la ciudad en breve. Así lo hizo el 3 de abril por la mañana, pese al aviso de bomba.
Ese día, esperaba reunirse nuevamente con los basureros y participar junto a ellos en una nueva marcha fijada para el día 6. En cambio, debió hacer frente a un grupo de jóvenes negros que criticaban sus métodos. "Se autodenominan Invasores. Y no tenían una gran estima por King. Eran nacionalistas negros -explica Rosenbloom-. Al menos en su retórica, propugnaban muchas conversaciones violentas. Así que diferían con King. Creían que su movimiento no violento fue ineficaz, que no fue lo suficientemente agresivo”.
“He visto la tierra prometida”
Pero King todavía creía en el poder de convocatoria y ante todo, en el don de la palabra. Por ello se anunció su presencia en la reunión de apoyo a los trabajadores en huelga fijada en el Templo Mason para la noche. En la tarde se desató una tormenta, por lo que el reverendo pensó que nadie asistiría. Sin embargo, al llegar notó que el lugar estaba repleto.
Mientras la lluvia golpeaba el tejado con su canto prístino, Martin Luther King, fatigado por las tensiones, subió al estrado sin apuntes ni papeles, tal como solía hacerlo. Recordó el incidente de la bomba en el aeropuerto y comenzó a hablar.
"Tenemos algunos días difíciles por delante”, dijo King. Pero realmente no me importa ahora, porque he estado en la cima de la montaña".
"He visto la Tierra Prometida -siguió-. Puede que no llegue allí contigo. Pero quiero que sepan esta noche, que nosotros, como pueblo, ¡llegaremos a la Tierra Prometida! Y esta noche estoy feliz. No estoy preocupado por nada. No temo a ningún hombre ¡Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor!".
Los aplausos se escucharon largo rato.
Según Rosenbloom, ese discurso, el último que pronunció King, se debe comprender por el subtexto. “Al final, recurre a su propia mortalidad. Habla de su temor a morir en forma violenta. Estaba realmente aterrorizado”.
"Para mí fue una de las experiencias centrales de toda la campaña, todo el movimiento", señala el reverendo Lawson en NPR. “Afuera había truenos y relámpagos, y teníamos un techo de chapa en parte del Templo Mason. Entonces la lluvia estaba golpeando el techo. Sin embargo, había una sensación de calidez y unidad. Estábamos comprometidos en una gran lucha”.
“Creo que la emoción del día comenzó con la amenaza de bomba y todo el esfuerzo de llegar al Templo Mason a pesar de que estaba exhausto -agrega Rosenbloom-. Creo que todo eso le había pasado factura".
Agotado, King se marchó al Motel Lorraine, un lugar reservado solo a gente de color. Al día siguiente, junto al grupo de pastores y asistentes que le acompañaban, trabajó los detalles de la marcha sobre Washington. Una vez que acabaron, King se bañó y se vistió de cara a un evento para el que estaba invitado en la noche. Caía la tarde. El reverendo salió al balcón a tomar aire. Allí le habló al cantante Ben Branch, quien iba a participar en el acto programado más tarde. Le pidió que no se olvidara de incluir el tema “Take my hand, precious Lord”. Es una linda canción, le dijo.
Entonces se escuchó un disparo. Solo uno. Pero atronó seco y terrible como un bombardeo. King cayó pesadamente al suelo. La sangre manaba profusa y espesa desde la mejilla. Rápidamente, el grupo de pastores salió al balcón. El líder ya estaba inconsciente. Lo llevaron a toda carrera hasta el St.Joseph’s Hospital. Se intentó reanimarlo, pero fue en vano. Martin Luther King fue declarado muerto a las 19.05.
La noche más larga de abril
El Presidente Lyndon B. Johnson se preparaba para asistir a una reunión cuando le entregaron una nota. “Sr. Presidente: La justicia acaba de informar que el Dr. King está muerto", decía. De inmediato comprendió la gravedad del asunto. Dio instrucciones para capturar al asesino lo más rápido posible, porque intuyó que la situación se podía agravar. Según la revista Newsweek, años después recordó que “pocas veces he sentido más agudamente esa sensación de impotencia, que el día en que Martin Luther King Jr., fue asesinado".
Esa misma noche el mandatario habló por televisión. Condenó el crimen e hizo un llamado a mantener la cordura y a no celebrar hechos de violencia. Los pastores que acompañaban a King expresaron algo similar; que la mejor manera de honrarlo era seguir su línea de acción de una estricta no violencia. Pero no bastaron. A la misma hora que Johnson daba su mensaje, estallaron manifestaciones de protesta en varios puntos del país.
Para las 23.30, los incendios y los saqueos se extendían por la capital federal, llegando a cuadras de la Casa Blanca. Según el registro de Washington Post, los policías y los bomberos fueron atacados a pedradas. Esa noche se quemaron tiendas, restaurantes e incluso concesionarios de automóviles. Johnson pidió que no se respondiera con fuerza excesiva temiendo que ello podía provocar más incidentes. Pero en la capital, la policía disparó y mató a dos personas que participaban en las protestas, uno de ellos un chico de 15 años.
"Hubo una confluencia de ira y dolor”, le dijo Charlene Drew Jarvis, una ex concejal de la Capital Federal al Washington Post. En su opinión se trataba de una acumulación de rabia que encontró una salida tras el asesinato de King. “Mucho de eso tenía que ver con: ‘Hemos estado contenidos aquí. Estamos enojados por esto. No le debemos nada a las personas que nos han confinado’”.
Los incidentes no se detuvieron en semanas. Su duración y complejidad varió de acuerdo a la ciudad. En Cincinnati, salieron a la calle 1.500 efectivos de la Guardia Nacional para reforzar a la policía y se impuso el toque de queda. Medidas similares se tomaron en Pittsburgh y Detroit. Mientras en Baltimore, donde las tropas salieron con bayonetas a las calles, hasta las 4 de la mañana del 6 de abril se registraron cinco muertos, 300 incendios y 404 arrestos. Ese día, “(Sittin' On) The Dock of the Bay” de Otis Redding llegaba al número 1 del Billboard Hot 100. “Parece que nada va a cambiar/Todo sigue igual”, decía en parte la letra que, en rigor, hablaba de nostalgia.
En su artículo El sueño diferido, Peter B. Levy afirma que entre la tarde del 4 de abril, cuando King es asesinado, y el 14 de abril, que coincidía con la celebración católica del Domingo de Resurrección, hubo incidentes en ciudades de 36 estados de la Unión. Murieron 43 personas, entre hombres y mujeres, 3,500 resultaron heridas y 27,000 fueron arrestados. Se movilizaron 58.000 soldados de la Guardia Nacional y tropas del ejército. Para dicho autor, fueron las mayores jornadas de disturbios desde la Guerra Civil de Secesión finalizada poco más de un siglo antes.
El 9 de abril se realizó el funeral de King. Una multitud acompañó el cortejo. El Presidente Johnson pensó en asistir, pero finalmente una reunión en Camp David (y el temor a una reacción popular en su contra) lo hizo desistir. En su lugar, se presentó el vicepresidente Hubert Humphrey.
Con la situación más controlada, el 12 de mayo de 1968 se llevó a cabo la gran manifestación que había concentrado la atención de King en sus últimos días. Se le llamó “la marcha de los pobres”. Participaron la viuda del Premio Nobel, Coretta, y el grupo de predicadores que le había acompañado hasta ese viaje final a Memphis. Con no pocas resistencias, en 1986 se celebró por primera vez el Día de Martin Luther King, fijado para el tercer lunes de enero.
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Dos meses después, la policía declaró haber arrestado al asesino en Londres. Era un delincuente habitual y exrecluta del ejército llamado James Earl Ray, un fugitivo de la prisión estatal de Missouri. Sus huellas coincidían con las de una escopeta Remington calibre 30.06, hallada muy cerca del albergue frente al Motel Lorraine, desde donde se cree, se disparó el tiro mortal. Además, testigos afirmaron verlo escapar del lugar poco después del suceso. Tras un largo periplo hacia Canadá huyó a Europa, donde finalmente fue capturado. Para evitar la silla eléctrica se declaró culpable, aunque días después se retractó. Fue sentenciado a 99 años de prisión, donde murió en 1997.
Casi de inmediato surgieron las teorías conspirativas sobre el crimen, de modo similar al ocurrido con el magnicidio del Presidente John F. Kennedy en 1963. Sin embargo, la investigación del Departamento de Justicia estableció que James Earl Ray actuó solo y sin relación con algún grupo.
Incluso se abrió una segunda investigación a fines de la década de los noventas, al darse a conocer el testimonio de un sujeto que decía haber contratado a un sicario -distinto a Earl Ray- para matar a King, por petición de la mafia. Sin embargo, el informe del Departamento de Justicia concluyó que las acusaciones de conspiración “no eran creíbles”, aunque sí se reconoció que “las preguntas y la especulación siempre pueden rodear el asesinato del Dr. King y otras tragedias nacionales”.
Para la historiadora Erika Pani, la muerte de King, así como las de John y Robert Kennedy (este último también en 1968), significaba la partida de los grandes promotores de “la ‘promesa americana’ de un futuro compartido”. Era el fin de una era de aspiraciones y la entrada en un período de crisis republicana marcada por la debacle de Vietnam, el escándalo de Watergate que forzó la renuncia de Richard Nixon, y las crisis internacionales. “Las ‘grandes expectativas’ que engendraron las transformaciones de la posguerra eventualmente no podían sino generar frustración -escribe-. El último tercio del siglo XX se vería marcado por el derrumbe de las certidumbres macroeconómicas que habían acompañado un crecimiento prácticamente ininterrumpido de casi tres décadas”.