Pintado entre 1562 y 1563 por el holandés Pieter Bruegel, el Viejo, considerado uno de los cuatro grandes de la pintura flamenca —junto a Van Eyck, el Bosco y Rubens—, El triunfo de la Muerte muestra un ejército de esqueletos arrasando un poblado medieval.
En un primer plano, vemos a la Muerte al frente de sus soldados sobre un raquítico caballo rojo, destruyendo el mundo de los vivos, quienes son conducidos con espanto a un enorme ataúd, bajo la música del horror y un timbal tocado por una calavera, sin esperanza de salvación.
“Pieter Bruegel es un pintor de mediados del siglo XVI, una de las grandes, grandes figuras de la historia del arte europeo. Tenemos muchas, podemos decir lo mismo de Miguel Ángel, de Velázquez, de Durero, de Goya, de tantos. Uno de ellos es sin duda Pieter Bruegel”, clasifica Alejandro Vergara, jefe de conservación de pintura flamenca y escuelas del norte del Museo Nacional del Prado.
Según Vergara, Bruegel pinta en Amberes y Bruselas, y se sustenta sobre una tradición riquísima de pintura de hace unos cien años. “Ya cuando él aparece en el mundo del arte, van der Weyden ha pintado sus grandes cuadros, entre ellos El descendimiento (1443), y van Eyck ha sido una de las grandes figuras de la cultura europea”, asegura.
Un nuevo Bosco
En La Guía del Prado (Museo Nacional del Prado, 2019) se lee que Bruegel nació al norte de Brabante, por lo que le resultó fácil que se interesara por la obra del pintor más famoso de la zona: el Bosco, fallecido en 1516.
“Bruegel inicia su carrera como un nuevo Bosco”, cuenta el experto en conservación de la pinacoteca española. “En un principio es dibujante y sobre todo grabador, y graba muchas escenas que se sustentan en la obra del Bosco”.
A la altura del siglo XVI, el nuevo centro artístico de los Países Bajos era Amberes y allí transcurrió la formación de Bruegel, “probablemente en el taller de Pieter Coecke van Aelst. Sin embargo, frente al estilo dominante, que había sintetizado la tradición local y el clasicismo italiano dando lugar a un tipo de pintura híbrida, compleja y erudita, Bruegel optó por la vía del naturalismo y la tradición popular flamenca”, reza la guía editada por María Dolores Jiménez-Blanco.
En 1551, el pintor obtuvo la maestría y al año siguiente se encontraba en Italia. En Roma entabló amistad con Giulio Clovio, miniaturista al servicio del cardenal Alejandro Farnesio y miembro de un importante círculo intelectual.
Bruegel viajó por Italia, Francia, suiza y Austria y se entregó al dibujo y a la pintura de paisajes. No solo continuó la estela del gran pintor Joachim Patinir, sino que incorporó en sus vistas de pájaro los adelantos de la representación topográfica. De hecho, el flamenco mantuvo una estrecha amistad con el geógrafo Abraham Ortelius.
De regreso a Amberes, en 1554, trabajó con el grabador Hieronymus Cock, primero diseñando paisajes y luego obras de carácter moralizante inspiradas en el Bosco. Entre 1559 y 1563 empleó estas imágenes en obras de gran formato, como El triunfo de la Muerte, que logró gran aceptación por parte de coleccionistas como el cardenal Granvela o el comerciante Nicolaes Jonghelinck.
Aspecto infernal
Bruegel empieza a pintar tarde en su vida, explica Alejandro Vergara del Museo Nacional del Prado. “Cuando muere, en 1569, lleva pintando no demasiado tiempo. La mayoría de sus cuadros conocidos son de la última década de su vida”.
Fue apenas seis años antes de morir que terminó el lienzo de El triunfo de la Muerte, en 1563, cuando tenía 38 años de edad.
¿En qué consiste la grandeza de Bruegel? “Siempre es difícil ponerle palabras a estas cuestiones, pero es un pintor que tiene una humanidad profunda, da la sensación de que comprende las tribulaciones, los problemas que implica estar aquí, en este mundo. En ese sentido es un pintor que se parece, sorprendentemente, quizás algo a Goya”, dice Vergara.
Luego sigue: “Lo que pinta en El triunfo de la Muerte es una obsesión por el terror que existe en esa época ante la Muerte, como una presencia abrumadora y constante en las vidas de las personas. Es una antigua tradición, según la cual la Muerte implica que, en última instancia, todos somos iguales y es fundamental vivir una vida correcta para enfrentarnos a ella con esperanza de salvación”.
Vergara cuenta que las imágenes de Bruegel se basan en tradiciones populares y crean una especie de “escenas medievales muy extrañas”, en las que es difícil entender la jerarquía formal en el sentido renacentista.
Según el experto, “en un cuadro del renacimiento italiano estaríamos viendo figuras grandes y sabríamos claramente dónde mirar. En este cuadro, como pasa en los cuadros del Bosco también, es difícil saber dónde mirar. Parece todo un gran tapiz en el que todo tiene la misma importancia”.
“Bruegel había viajado a Italia dos veces y se empieza a ver la influencia del arte italiano, que va acabar siendo dominante en Europa un par de décadas después, en los escorzos muy bonitos de algunas figuras en la parte baja y también en que hay seis parejas de figuras que parecen querer ordenar este enorme caos que pinta el artista”, agrega.
La pintura reproduce un tema habitual en la literatura del medioevo como es la danza de la Muerte. La Guía del Prado hace notar que Bruegel dotó a toda la obra de un tono pardo rojizo, que ayuda a dar un aspecto infernal a la escena, apropiado para el asunto representado.
El color de la Muerte
Restaurado a comienzos de 2018 en los talleres del Museo del Prado, El triunfo de la Muerte perteneció a la reina Isabel Farnesio (1692-1766), quien lo tenía en el Palacio de La Granja.
“Es un cuadro que necesitaba restauración, sobre todo por dos razones: una, porque tenía un barniz muy amarillento que iba amarillando más con los años y esto hacía que el cuadro tuviese como un velo que lo tapaba, y ese velo hacía que no tuviese la fuerza que tiene la pintura al óleo. Y dos, porque también era un cuadro con una superficie muy irregular y eso se debía a que las tablas se habían ido rompiendo y moviendo de manera que la curva natural de un grupo de tablas que forman un soporte conjunto, pues se había roto y dificultado también su correcta contemplación”, contaba hace un par de años el jefe de conservación de pintura flamenca y escuelas del norte del Museo Nacional del Prado, Alejandro Vergara.
María Antonia López, restauradora del Museo Nacional del Prado, explica que el trabajo en el cuadro de Bruegel fue muy intenso porque en sala “no parecía que tenía un estado de conservación tan deficiente y realmente ha sido mucho lo que hemos ido descubriendo con la restauración”.
Sobre El triunfo de la Muerte, dice que es “es una obra muy meditada, muy trabajada desde la raíz, desde el inicio”.
Luego añade: “Tiene un dibujo que se estudia en el infrarrojo, muy escaso y preciso, claramente pasado desde un cartón”.
Según la experta, “es un calco nítido, donde (Bruegel) sitúa cada uno de los elementos allí y los elabora después en la pintura, repasando por un trazo fluido a pincel en color rojizo que ya lleva a la composición completa de la obra”.
El triunfo de la Muerte
Si bien Bruegel comparte el carácter moralizador del Bosco, “no invade la pintura con seres fantásticos” sino “con una veraz batalla entre muertos y vivos”, puntualiza La Guía del Prado.
Allí se explica que la cultura medieval europea conjuró el miedo a la muerte mediante las “danzas macabras”, donde hombres de toda condición pasaban por igual el trance final.
Si en Italia Petrarca ya había cantado en sus Triunfos la victoria de la Muerte sobre la Vida, en la pintura de Bruegel, la Muerte galopa sobre un cadavérico caballo cercenando vidas con su guadaña.
“Una ingente hueste de esqueletos, protegidos por escudos-ataúdes, espera a los que huyen para encerrarlos en un inmenso ataúd”, describe La Guía del Prado.
“A lo largo del profundo paisaje, pelado y ardiente, vemos los ataques de los muertos a los vivos, ejecuciones, horcas y picotas”, añade.
“En el primer plano de la pintura diferentes tipos sociales encarnan pecados completos. Es el caso del rey de la avaricia del ángulo izquierdo, el de los amantes entregados al placer sensual del ángulo opuesto. El bufón, jugador y cobarde, o el valiente caballero presto a luchar, del ángulo derecho, serán igualmente masacrados sin remisión”.
Es el terrible mensaje de Bruegel sobre la Muerte: todos los estamentos sociales están incluidos, sin que ningún tipo de poder o fe puedan salvar a nadie.