Había allí un material en bruto de enorme potencial dramático. Una madre desaparecida, un padre maldito, una familia dispersa y un ídolo que sucumbe frente al éxito. Por supuesto, ese ídolo estaba a merced de todas las formas posibles de evasión: alcohol, parranda, noche y mujeres, mujeres por doquier. Así fue la vida de Luis Miguel en sus comienzos, una vida que él por años se esforzó en mantener oculta, a discreción, porque lo que importaba era el artista en cuanto a su música, no el hombre real que estaba tras ese cantante que movía a un continente entero con su voz. La vida de Luis Miguel, por supuesto, tenía más componentes de gran riqueza narrativa: una hija no reconocida, más novias, deudas millonarias y toda clase de turbulencias.
Con todos aquellos eventos mencionados anteriormente como inspiración, Luis Miguel, la serie parece haberse convertido en un clásico instantáneo. Desde usuarios en redes sociales hasta conversaciones durante el horario de almuerzo en oficinas, el programa producido por Netflix encanta y crea devoción (en Argentina una mujer se paseó por cuanto programa misceláneo hay asegurando ser Marcela, la madre perdida). Cabe preguntarse, entonces, por qué. Intuyo que hay dos o tres factores cruciales para entender este fenómeno.
Por una parte, la música del cantante funciona como gancho emocional ineludible para quienes están entre los cincuenta y los treinta años. Sus éxitos, en la historia sirven para remarcar puntos importantes en la trama, y a la vez aluden al imaginario pop de gran parte de los espectadores. Aquí, como dice el creador de The Sopranos, David Chase, la música cumple la función de un coro griego, aunque más que revelar información sobre la historia al espectador, lo que hace es detonar sentimientos y emociones.
Otro factor de relevancia es el cruce entre serie y telenovela que el show consigue. Es algo que varios han advertido y que, en algunos casos, no ha gustado por el énfasis que el relato pone en el melodrama. Y aunque el tono del relato sí juega sus cartas hacia la emoción y los momentos de mayor volumen trágico, también hay que valorar la apuesta estructural que realizan los creadores y guionistas del programa. Encontramos aquí los rasgos distintivos de cualquier ficción de calidad moderna: un arco horizontal, un gran enigma (el paradero y circunstancias de desaparición de la madre), episodios con tramas conclusivas pero al servicio de la gran historia, y por sobre todo, personajes complejos y con dimensiones. Pareciera que a medida que avanzaba la escritura, los autores se arriesgaban más y permitían que las cosas sucedieran de manera más orgánica, sin perder nunca de vista los grandes hitos narrativos que traía la historia original de Luis Miguel. Fue también la apuesta que hizo el ídolo para revitalizar su carrera a través de esta serie: no podía ser sólo el niño bonito, el galán de los discos Busca una mujer y Romance; era necesario entrar en el caos, en los vicios, en las miserias de la fama. En la serie, Luis Miguel es una suerte de Edipo revisitado; no ha matado al padre, sino el padre quiere acabar con él, consumirlo. Tampoco ha poseído a la madre, pero ése es el impulso esencial del personaje: buscar a la madre por todas partes, desearla para poseerla simbólicamente, y como en toda gran tragedia, ese deseo queda trunco, no se cumple, queda suspendido y Luis Miguel cae. Aunque lo veamos en la cúspide de su fama, su carrera y sus dotes musicales, por dentro el héroe se estrella y no es capaz ni de perdonar al padre maligno, ni tampoco de hallar a la madre perdida.