A la manera de los primeros cristianos, o de los perseguidos en alguna correría medieval, en 1978, los Inti Illimani bajaron hasta las entrañas de la iglesia del Sacro Cuore di Maria en Roma. No iban a participar en algún rito religioso. Allí, en un rincón de la plaza Euclide en la “ciudad eterna”, se ubicaba el estudio Orthophonic. Un recinto subterráneo, propiedad de los compositores Armando Trovajoli, Luis Bacalov y el legendario Ennio Morricone.

“Era un estudio fantástico, el mejor que había en Roma”, recuerda al teléfono Horacio Salinas, el entonces director musical de Inti Illimani, quien hoy lidera la denominada sección histórica de la agrupación.

Por entonces, Orthophonic era un sitio en que la música y el cine cruzaban la línea a diario; entre otros, allí trabajaba Nino Rota, el hombre a cargo de las partituras de filmes de Federico Fellini como La dolce vita, o de El Padrino, nominada al Oscar en 1972.

Inti Illimani residía en Italia desde que el golpe militar de 1973 sorprendiese al grupo en plena gira por aquel país. Para finales de la década, habían conseguido gran popularidad en la península; los discos grabados en esos días como Viva Chile! o La Nueva Canción Chilena, editados por el sello Vedette, lograron altas ventas. Por ello, en 1978 cambiaron de casa discográfica y pasaron a la EMI.

Así fue que llegaron hasta Orthophonic. “Ya no teníamos compromisos con Armando Sciascia, dueño de los estudios de Milán y de Vedette Records”, recuerda Salinas. Ello les permitió elegir con libertad un nuevo estudio, y se inclinaron por la mejor opción en la capital italiana.

“Estaba en una iglesia que debe haber sido de fines del siglo XIX, comienzos del XX, en un barrio relativamente nuevo de Roma. Todo el subterráneo era el estudio”, detalla Jorge Coulon, quien dirige a Inti Illimani en la actualidad.

En rigor el estudio, hoy llamado Forum Music Village, se construyó bajo un templo inaugurado en 1936 en el acomodado barrio de Parioli. Salinas recuerda que era un recinto enorme. “Era un espacio muy alto, de una altura de unos 10 metros, quizás hasta un poco más. Tenía una gran sala en que cabía perfectamente una orquesta sinfónica y un par de coros, pianos de cola, timbales de percusión, todo”.

Precisamente, entre los pasillos del estudio, como si fuera la sombra de algún antiguo romano, el grupo solía toparse a Morricone. “Me solía encontrar con él porque grababa muchísimo para cine y nosotros grabamos muchos discos allí. También cuando yo iba a mezclar nuestras grabaciones”, asegura Horacio Salinas.

Al contrario de la leyenda sobre su personalidad arisca, Jorge Coulon señala que su recuerdo sobre el compositor es otro. “Era un persona muy gentil y cordial. En su trabajo trataba muy de igual a igual a sus músicos. Era bastante tímido, característica extraña para un romano. Nunca lo vi como riguroso, mañoso, era bastante reservado”.

Según los músicos chilenos, se trataba de alguien de bajo perfil. Aunque tenía sus razones.

Horacio Salinas

“En esa época había una organización criminal, la Banda della Magliana -rememora Salinas-. Hacían raptos de personas ricas y Morricone en ese entonces era el ciudadano romano que pagaba más impuestos. Entonces, por temor a que lo raptaban, andaba en una citroneta muy destartalada, yo me lo encontraba al llegar al estudio y venía medio disfrazado”.

El grupo no trabajó directamente con el célebre compositor de bandas sonoras como la del filme El bueno, el malo y el feo, aunque éste estaba al tanto de su labor. “Tenía una buena impresión de nosotros -recuerda Salinas-. Se había enterado que grabábamos en su estudio, pero no fuimos amigos ni nada. Éramos profesionales que trabajamos en el mismo lugar”.

De todas formas tenían un nexo en común: el ingeniero de sonido Sergio Marcotulli, quien también trabajaba en los discos de la agrupación criolla. Ello les permitió, a veces, asistir como espectadores a las sesiones dirigidas por el maestro. “Nos producía mucha curiosidad quedarnos a verlo. Él grababa en vivo con toda la orquesta, era entretenido”, recuerda Jorge Coulon.

Pero en un momento, los caminos de los Inti Illimani y Morricone casi confluyen hacia una colaboración.

Entre convenios y giras

Sucedió a mediados de los ochentas, cuando al maestro italiano se le encomendó el trabajo de componer la banda sonora de una película que estaba en proceso de rodaje. Se llamaba La misión, una producción británica, que se ambientaba en el corazón de sudamérica colonial.

Ahí se produjo un acercamiento entre el director y los músicos chilenos que se topaba en los pasillos. “Él quiso que nosotros tocáramos la quena, la zampoña, las flautas, esos instrumentos”, señala Horacio Salinas.

“[Morricone] nos preguntaba sobre todo por el sonido de los sikus, las zampoñas, pero más que nada buscando sonoridades, no le enseñamos nada”, recuerda Coulon. “Por trabajar en su estudio teníamos un contacto con él, pero no estrecho. Cuando le encargaron esa película le resultó natural pedirnos para la grabación. Estábamos super contentos con la idea”.

Pero la idea finalmente no prosperó. “Nosotros estábamos en un tour, en una gira por EE.UU, fuera de Roma -explica Salinas-. Como no nos pudo ubicar optó por unos músicos italianos que también tocan estos instrumentos que se llamaban el Trencito de los Andes. Eran dos italianos [Felice y Raffaele Clemente] que conocían muy bien la música andina. Esto lo supimos porque nos lo contó Sergio Marcotulli”.

Consultado en su Facebook Oficial, Trencito de los Andes no respondió a las preguntas de Culto.

Por su lado, Jorge Coulon propone una explicación diferente para el asunto.

“Había producción inglesa en la película. Entonces los convenios sindicales ingleses exigían que los músicos fuesen sindicalizados en Inglaterra y por esa razón se formó un conjunto en Inglaterra. Creo que había un chileno que hizo lo que teóricamente debíamos hacer nosotros”.

Sin embargo, Salinas descarta cualquier caso relacionado con convenios sindicales. “No, eso no es así. Lo que pasó es que él nos trató de ubicar para que tocáramos parte de la música. Si hubiéramos estado en Roma lo hacíamos encantado”.

Los créditos oficiales de la banda sonora de La Misión (1986) señalan que la música compuesta por Morricone fue grabada por la London Philharmonic Orchestra y las voces fueron cantadas por el coro London Voices.

Sin embargo, allí se apunta que la “instrumentación indígena”, estuvo a cargo del conjunto Incantation. Se trata de una agrupación inglesa liderada por Tony Hinnigan y Mike Taylor, quienes grabaron flauta de pan y sonidos étnicos para el filme. Según los registros sobre el grupo, en alguna de sus formaciones participaron los chilenos Claudia Figuerora, Sergio Ávila y Mauricio Venegas. Probablemente, a esa banda es la que se refiere Coulon.

De haberse concretado la colaboración, a juicio de los músicos de Inti Illimani el estudio de Morricone reunía excelentes condiciones para registrar instrumentos de viento. “Las quenas, las zampoñas, además de las voces, sonaban muy bien ahi por el techo alto -explica Salinas-. Lo que es pasa es que a diferencia de los instrumentos pulsados, los armónicos que sueltan, mientras más aire toman, más brillan”.

El diseño del estudio le daba una sonoridad especial e incluso una deliciosa reverberación natural que se puede escuchar en las canciones que el grupo grabó allí, entre las que se cuentan clásicas como “El mercado Testaccio” o “Palimpsesto”.

“Sergio Marcotulli no usaba eco electrónico sino que instalaba en los corredores un juego de parlantes y micrófonos. Con eso fabricaba unos ecos extraordinarios, un eco natural. Ese era el sello de ese estudio, así como el sonido del tren en el de Peter Gabriel”, detalla Coulon haciendo referencia a una técnica que usaron bandas desde Led Zeppelin a Grizzly Bear.

Aunque no llegaron a grabar con él, Salinas admiró el trabajo de Morricone. “Sorprendía su manera de componer, que la encontraba muy cerebral, muy sarcástica de llevar las cosas hacia extremos un poco ridículos, exagerando, en fin. Conocía mucho del oficio del compositor que puede reproducir situaciones emotivas”.

En el año 2003, Inti Illimani grabó una versión en clave latinoamericana de una composición del maestro italiano. Se trata de “Tema d’amore”, original de la banda sonora de Cinema Paradiso (1988). Para sorpresa de los músicos, el homenajeado la escuchó. “Nos mandó un mensaje de agradecimiento, imaginate, estábamos súper contentos, porque los agradecidos teníamos que ser nosotros con él -dice Coulon-. Era un persona muy sencilla”.