Ha pasado una hora de concierto, se acaba y hay cierta perplejidad en al ambiente mientras una parte del público se retira de la Quinta Vergara en una de las pocas noches con el recinto completamente repleto, constatando la expectativa que siempre genera la noche anglo. No hay premios ni palabras de agradecimiento, tampoco un bis. Hemos sido testigos de algo parecido a un trámite con el debut de Maroon 5 en el festival de Viña en su cuarta visita a Chile. Para quienes hemos visto sus anteriores shows no hay gran sorpresa. En la última pasada por el Movistar Arena el 7 de marzo de 2016, el líder y sinónimo del grupo, Adam Levine, salió con guayabera. No es de interactuar, saludos, tampoco baila, sino que se pasea con la condescendencia y el relajo de un turista en un all inclusive que va por enésima vez al bar.
En el papel Maroon 5 parece tenerlo todo: un cantante que arranca suspiros con una voz característica, hits por montones y una pandilla de músicos con el oficio inherente a una banda de ventas millonarias, uno de los nombres insoslayables en el pop rock cuando se hacen recuentos del milenio. Es la clase de artista de los que te sabes las canciones aunque no te gusten. Sin embargo en directo son músicos que interpretan con una energía enganchada en velocidad crucero, capaces de pasearse por diversas vetas del pop estadounidense de raíz negra de los últimos 60 años con los barnices de modernidad correspondientes. En su repertorio cabe desde el soul de ojos azules, las reverencias hacia Stevie Wonder y los caminos del pop más masivo de la actualidad trazado por Ed Sheeran. Maroon 5, cuyo rostro fue jurado en The Voice -un formato donde toda la música suena igual de descafeinada-, podría ser la banda permanente de ese programa. Tocan con el entusiasmo correspondiente a un set de televisión. El festival de Viña lo es por cierto, pero también tienes al frente a 18 mil personas que esperan algo especial y emocionante.
Lo interesante es que Adam Levine actúa dando a entender que le da lo mismo, como si tuvieras la suerte de verle. No parece entusiasmado en cantar canciones interesantes, algunas de ellas realmente memorables como "She will be loved". Qué decir del mega hit "Moves like Jagger". En directo Levine, de 40 años, parece un jubilado al lado de la energía de líder de los Stones a los 76.
La sensación con la que quedas es la de una fotocopia de la fotocopia, una propuesta musical que domina las formas, la cáscara, pero olvida lo esencial. Para tocar música de raíz negra es necesario proyectar ritmo y carnalidad. Maroon 5 domina las notas pero el ejercicio es sin sudar.
Mientras el público se impacientaba por la larga espera, en galería las mujeres comentaban medio en broma medio en serio, que lo único que esperaban era que Adam Levine se quitara la polera, tal como en el criticado show en el Super bowl de 2019, espectáculo con el rating más bajo en una década. Nunca hubo asomo de tal cosa. Estaba un poco más fresca la noche en la Quinta y Adam Levine de seguro pensó que no era necesario. Tocaron tarde, se saltaron los premios y brindaron un concierto breve comparado al Foro Sol en Ciudad de México hace cuatro días, con siete temas más. No hicieron mucho mérito por la noche anglo. Viña les importó un carajo.