Tito Fernández, El Temucano: “No quiero ser recordado”

el Temucano

En 2016, antes de la investigación que dos años después reveló la existencia de la secta Tallis, por la que hoy fue formalizado por delitos sexuales, el cantor popular habló con La Tercera de su retiro de los escenarios y de la singular mirada que por esos días tenía de su propia persona.


Tito Fernández (75) aún se estremece: “Una señora en el centro una vez me dijo: ‘¿usted es el Tito Fernández? ¡Qué lástima que no lo hayan fusilado los militares!’ Me chocó y no lo olvidé más. Era una señora muy linda, pero cómo podría haber habido tanta maldad en ella. Debe haber sido alguien muy a favor de los militares. Se le notaba además, esa clase social se conoce rapidito”.

¿Y cómo le gustaría ser recordado?

Noooo, nada: no quiero ser recordado. Yo sé que va a ser inevitable, por eso le he contado a algunos familiares muchas cosas que van a tener que aclarar cuando yo no esté. Pero no quiero ser recordado. Ya no voy a estar. Punto.

Aunque se resiste a la memoria colectiva, El Temucano dio este año el primer gran paso para entrenarse en la nostalgia: el 26 de agosto agendó en el Teatro Caupolicán un show publicitado como su despedida de los grandes escenarios. “Estos espectáculos requieren dos horas de actuación y ya no estoy en edad. El médico me dijo hace 30 años que parara la chacota, que cantara sentado, pero yo no puedo. Si paso mucho tiempo haciendo un show, termino como trapo. Lo empecé a pasar mal en mis últimas presentaciones, porque salgo y lleno el escenario, tengo presencia, que es algo que no ha aprendido ningún otro artista”.

¿Hay un sentimiento especial por este adiós?

Ninguno. Me da lo mismo. Hace 20 años que no escribo un verso, una línea, una estrofa. ¿Para qué? He grabado 96 discos y 800 canciones. La nostalgia es para otros. Los cantores somos diferentes.

¿Por qué?

Puedes acusar a un cantor de cualquier cosa, menos de cantar lo que no es. Pero como a nadie le gusta la verdad, siempre seremos atacados. Por eso hay un tipo que se hizo famoso diciendo: “No hay nada más difícil que vivir sin ti”. Y eso no puede ser. Hay cosas mucho más difíciles. Yo no podría subirme al escenario a cantar eso. Luis Miguel es extraordinario, pero canta: “Si nos dejan/ nos vamos a querer toda la vida”. ¿Y si no nos dejan? Nadie se ha preguntado eso. No conozco a ningún cantor que no le llegue a la gente.

¿Lo sintió desde un principio de su carrera?

Yo no tengo carrera. Lo mío es un destino. ¿Cuándo empezó mi carrera? No tengo idea

Pero usted grabó canciones, tiene una discografía, salió de gira.

Yo no he sacado nunca un disco, lo sacó una empresa, pero yo no. ¿Cómo de un destino vas a hacer una carrera? Todavía me siento un extraño cuando la gente me saluda en la calle. Hay señoras que me abrazan y se ponen a llorar, y yo no sé qué hacer. Entonces ni salgo. ¿Cómo te sentirías si un desconocido te empieza a besar las manos?

¿Le cuesta asumir que genera un lógico interés público?

No fui hecho para las entrevistas. Estoy dando una entrevista porque me dijeron que hablara del recital. Mira: yo fui muy curado. Curado curado. Y no creo que a nadie le interese ser como a ese tipo. Lo hacía para evadirme de la gente. Después descubrí que vivo del público. Pero yo no sé cómo atender a la gente. El Tito Fernández sí. El tiene como 35 años, pero yo ya tengo 75.

¿Son dos personas distintas?

Sí, y no tengo nada que ver con Tito Fernández, yo solo lo recreo, y se lo digo al público. Muchas veces me aburrí del Tito. Me esclavizaba, porque nadie hablaba conmigo, todos hablaban con él. Y la gente no me conoce: sólo me ha visto en el escenario y saca sus conclusiones.

¿Ha pensado en su legado?

Yo no escribí nada para que fuera legado de alguien. Si alguien lo quiere tomar como legado, que tome lo que quiera o lo que le sirva.

Cuesta seguir un diálogo más lineal con El Temucano. Como casi ningún otro músico chileno, su centro de operaciones es una oficina tapizada con sus reconocimientos y galardones, mezclados entre una biblioteca con libros de J. J. Benítez y un diario de vida que empezó a escribir en 1964, distribuido en 83 tomos y 51.189 páginas. El mismo que hoy está resumiendo por encargo de un editorial. Entonces, ¿por qué a un hombre tan preocupado por su pasado no le importa su legado? “Eso es lo que el sistema te exige. Yo sólo quiero dejar esto a mis hijos para que lo muestren. Y el libro lo estoy haciendo porque me lo pidió un editorial, o sino no lo hago”.

De alguna manera, Fernández se mueve en esa dualidad que marcó su vida: también como casi ningún otro músico nacional, su obra fue absolutamente transversal, iniciada en 1971 en Dicap (el sello de las Juventudes Comunistas) y luego admirada por militares y representantes de derecha (“Alguien me dijo que Pinochet era mi admirador. Puede ser, si era un ser humano”).

De hecho, el hombre de “Me gusta el vino” no dejó Chile durante la dictadura y tuvo una activa agenda en vivo y en TV. “Fue terrible: yo fui detenido, era un artista perseguido y cantaba en TV porque un fulano de determinado canal me consiguió un espacio para ese programa. Mi canto no era mío, ni yo tampoco, me podían matar al otro día. Pasé 17 años en esa disyuntiva. Pero había que comer, el canto era lo que me daba más dinero”.

¿Se arrepiente de algo?

Hice lo que pude y no pude hacer más. A mí me asignaron algunas tareas, no puedo decir quién ni para qué, pero me recomendaron que no me asilara y que pusiera las palabras “obrero” y “trabajador” en una canción. Hice un show homenaje a Víctor Jara en 1978 en el Gran Palace, adentro había una comisión de militares determinando si yo podía seguir actuando o no. Eso me lo dijo en Miami alguien de la CNI que ya jubilado me invitó a un asado: él estuvo ahí, hizo un informe positivo y yo pude seguir cantando.

¿Y qué sentía al ver a sus compañeros perseguidos o exiliados?

Me sentía haciendo algo muy importante. De hecho, yo iba para el extranjero a cantarles. Y ellos estaban afuera, no se exiliaron. No pudieron entrar, esa es la verdad. Otros decidieron irse. Yo me quedé acá para defender el canto popular.

¿Le costó cara esa opción?

Los que hablan mal de mí lo hacen por envidia, porque no me exilié, porque no me morí. No puedo pedir: “por favor, mátenme para que se queden tranquilos”. Tú ves lo que ha hecho la TV con la Nueva canción chilena: nunca me mencionan, y eso que fui el más popular.

¿Tuvo buena relación con los militares?

Muchísimos eran más admiradores que siete del Temucano. ¿Y se los voy a prohibir? Muchos me quisieron ayudar. Alvaro Corbalán era un gran admirador. ¿Y cómo me lo hago a un lado? ¿Lo echo del camarín? Nunca me dijo si realmente me salvó la vida. Una vez me invitó a una gira con Pinochet y le dije que no. Otra vez me llamó para decirme que intentara parar una entrevista que yo había dado a la revista de la Vicaría, porque me iba a perjudicar. Hablé con la periodista y la sacaron. Otra vez hubo un simulacro de fusilamiento donde él tuvo algo que ver para que no me hicieran nada. Años después, le fui a preguntar si él me salvó la vida. Sólo se sonrió.

* Publicado en La Tercera el 22 de julio de 2016.

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