Sergio Ramírez: “En Nicaragua el gobierno castiga al que se cuida de la pandemia”
Premio Cervantes y ex vicepresidente de ese país, el novelista cumple cuarentena voluntaria en una sociedad que vive sin restricciones, con fronteras y escuelas abiertas.
En marzo, cuando el Covid-19 ingresó a Nicaragua, el escritor Sergio Ramírez (1942) se encerró en su casa, en Managua. Para el autor de El cielo llora por mí, la crisis tiene rasgos de ficción. “Me siento como al otro lago del espejo de Lewis Carroll: el mundo ocurre y cambia afuera, y yo estoy del otro lado. Extraño el mundo como no lo hacía desde hace mucho tiempo”, dice.
Premio Cervantes de Literatura y ex vicepresidente de su país, Ramírez fue el invitado del jueves en el ciclo Conversaciones LT. El novelista cumple una cuarentena voluntaria, en una sociedad que enfrenta la pandemia sin restricciones, con colegios y fronteras abiertos. Si bien los índices del gobierno de Daniel Ortega son optimistas, el escritor dice que “en Nicaragua la pandemia ha pegado muy duro”.
De acuerdo con las cifras oficiales, Nicaragua registra 3.000 contagios y poco más de 100 personas fallecidas. En contraste, el Observatorio Ciudadano, una red de médicos y profesionales independientes, contabiliza 9.000 personas contagiadas y 2.500 víctimas.
“Nicaragua es el segundo país más pobre de América Latina, la gente vive de oficios informales en su inmensa mayoría. Si alguien no sale a la calle a ganarse el sustento no come ese día”, dice Ramírez. Aun así, la gente se protege, “a pesar de que la política estatal ha sido castigar a los que se cuidan. Al principio, en los hospitales públicos estaba prohibido llevar mascarilla, porque eso causaba alarma. Los niños están obligados a ir a la escuela. En Nicaragua las víctimas casi no existen. Hay una denegación de la pandemia para evitar el desastre económico”.
-¿La actitud ha sido desafiar a la pandemia?
-Al principio los voceros del gobierno decían que el coronavirus era el ébola de los ricos, que no iba a afectar a los pobres, y el régimen preparaba una gran movilización popular, y mandaban a empleados públicos y sus partidarios a celebrar la lucha contra el enemigo. Eso ha ocurrido, sigue ocurriendo, y el país está pagando las consecuencias de eso.
-¿El Presidente Ortega no ha estado muy presente?
-Hemos llegado a un estado en que él considera que no necesita aparecer. Es una actitud extraña, aparece de vez en cuando. No me preocuparía que el presidente de un país en crisis apareciera poco si dijera cosas claras, pero no es así.
-¿Encuentra paralelos en otros países?
-Brasil. Son dos situaciones muy parecidas: negacionismo absurdo, radical, fundamentalista, de que la pandemia no existe. Para el Presidente Bolsonaro el virus era un simple resfriado y lo terminó afectando a él mismo. Los índices de muertos en Brasil son altísimos, lo mismo en EEUU, donde las conductas de la Casa Blanca están teñidas de interés político, igual que aquí. El negacionismo es porque hay que dar la imagen de un país estable, que sigue a su líder y al que no cualquier catarro lo va a afectar.
-¿Cuál será el costo político de esta gestión?
-El costo político es el deterioro, en una situación como esta lo que busca el gobierno es sostenerse como pueda en el poder. El deterioro va a hacer colapsar al régimen tarde o temprano. En una situación económica de crisis, desempleo, no hay salidas ni se están buscando salidas para una transición. Estamos en un verdadero desastre económico.
-Durante una década, Sergio Ramírez estuvo vinculado a la Revolución Sandinista. Fue miembro de la Junta de Gobierno y vicepresidente entre 1985 y 1989, y dejó testimonio de ello en su memoria Adiós muchachos. Hoy no participa en política, si bien está en la oposición a Daniel Ortega y suele manifestar públicamente sus críticas. “Creo que es mi deber no guardar silencio”, dice.
-¿Se arrepiente de su participación en la revolución?
-Arrepentirsde de una etapa de la vida me parece del terreno de lo imposible. La vida es como ha sido, compuesta de contradicciones, ideales, sueños, cosas que uno creyó posibles y no lo fueron. No puedo juzgar mi vida con la edad que tengo ahora, debo ponerme en los zapatos de un muchacho de 25, 28 años, que creía en los cambios en América Latina. Hoy los criterios políticos han cambiado, y las ideas de transformación y cambio que teníamos entonces no tienen sustento. Yo siento que muchos intelectuales que entonces participaron y apoyaron estos cambios hoy están muy a la defensiva, ocultando su pasado como si hubiera sido algo incorrecto. Yo no siento haber hecho algo incorrecto, hice lo que me tocó vivir”, dice. “Si me preguntas, la revolución fracasó. Fracasó rotundamente en traer ese cambio económico y de equidad que pretendía, quizás porque las premisas ideológicas eran equivocadas. Pero eso no les quita valor a los ideales que empujaron ese proceso”.
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