Jaime Bayly (55) tiene miedo: “Tengo terror a contagiarme. Mi sistema inmunológico es tan poderoso como la marina de guerra boliviana. Mis pulmones serían dos piscinas. El coronavirus me mataría fácilmente”.
De esa manera -y en un intercambio vía mail con Culto desde su residencia en Miami-, el escritor y conductor de TV alerta sobre cómo ha convivido con la trama con inicio y sin final de la pandemia del Covid-19. En su caso, ha mantenido sin variaciones drásticas un loop que dicta dormir por la mañana, escribir durante la tarde y grabar por la noche su show televisivo Bayly, el que se emite para Estados Unidos a través de la cadena Mega TV y que a Chile llegó a mediados de junio por Vía X (lunes a viernes a las 23.00 horas, con distintas repeticiones).
Un programa que cruza análisis de actualidad, soliloquios, una pizca de stand-up, entrevistas, y que lo exhibe en uno de sus primeros grandes amores, la pantalla chica, desde donde amplificó su personaje.
“Me gusta hablar. Me gusta ver una noticia, analizarla, interpretarla, dar mi opinión. Toda mi vida he sido un periodista de opinión. Primero fui periodista, luego escritor. Me hace bien seguir siendo un periodista de opinión. Me mantiene atento, despierto. Me obliga a estar informado. Todo eso, sospecho, enriquece al escritor. O por lo menos enriquece su cuenta bancaria”, admite ante el tema.
Luego completa: “Estoy entusiasmado de volver a la televisión chilena. Lo último que hice allá fue un programa con Felipe (Camiroaga), en 2002. ¡Han pasado casi veinte años! Estoy feliz, además, de jugar en un club chico, pero de prestigio, que me da completa libertad. No todos pueden triunfar en el Barza o el Madrid. Yo soy feliz jugando en el Villarreal. Mira a Riquelme: no triunfó en el Barza, pero hizo maravillas en el Villarreal. Al final, lo importante es jugar. Y cuando metes un gol, lo gritas como si fueras Messi, aunque por supuesto nunca serás Messi”.
Con respecto a su amistad con Camiroaga, describe: “Fuimos grandes amigos. Era una amistad transparente, noble, desinteresada, sin duplicidades. Uno podía intuir que había sufrido de niño, pero de eso no se hablaba. Quise hacer una película con él, me parecía un actor de gran talento, pero no nos dio el tiempo”.
-En una de sus recientes columnas, titulada El verano soñado, dice que su trabajo en TV no le permite tomarse vacaciones de diez semanas. Ahí comenta: “No soy un hombre libre. El público que ve mi programa me tiene en cautiverio”.
Nadie es completamente libre. Todos hacemos concesiones. Yo quise ser un escritor, solo un escritor, pero, al mismo tiempo, creo en el libre mercado, y es un hecho cierto que el mercado, es decir la demanda de las personas, me pide que esté en la televisión, y por eso estoy allí, sin dejar de escribir. No es un equilibrio fácil, pero es una vida más rica, más completa, que la del escritor pobre, ensimismado y ermitaño.
-¿Cómo ha sido vivir esta crisis sanitaria en el Estados Unidos de Trump?
-Trump está acostumbrado a ser prepotente y matón con sus enemigos. Pensó que podía derrotar a este enemigo invisible con discursos matonescos. Pero fracasó, por supuesto. Como dijo Thomas Friedman, el coronavirus es la madre naturaleza, y la madre naturaleza es química, física y biología, y nadie le ha ganado un duelo en cuatro billones de años.
-¿Tiene algún análisis de la forma de actuar de los líderes de los grandes colosos latinoamericanos en torno a la pandemia?
-Las cuarentenas, en general, no han funcionado, porque los países latinoamericanos son pobres y la gente no tiene ahorros y tiene que trabajar para ganar el pan del día. Los dos países que han conjurado mejor esta amenaza en América Latina son Uruguay y Costa Rica. Tanto el presidente Lacalle como el presidente Alvarado se negaron a decretar una reclusión forzosa de la población en sus casas. Acertaron. La estrategia, no muy distinta del modelo sueco, consistió en confiar en la responsabilidad individual de los ciudadanos: darles recomendaciones, pero no imponerles prohibiciones.
-¿Le merece alguna opinión el manejo de esta pandemia en su país natal, Perú?
-El presidente peruano es un desastre, un incompetente. Lo ha hecho todo mal. Su modelo autoritario, represivo, antiliberal, es un fracaso absoluto. Al encarcelar a la gente en sus casas, y al permitirles salir solo ciertos días y a ciertas horas, ocurrió el efecto inverso al deseado: todo el mundo salía tales días a tales horas y se formaban unas aglomeraciones espantosas. Decir que los hombres no podían salir los martes y los jueves y que las mujeres no podían salir los lunes, los miércoles y los viernes fue una estupidez monumental. Yo me opuse a su modelo chino desde el día uno. Le dije que no funcionaría y que, tarde o temprano, la gente rompería el arresto domiciliario en que se hallaba confinada y el virus seguiría en las calles, como ha ocurrido.
-¿Ha seguido con alguna clase de atención el proceso que se desarrolla en Chile desde octubre, calificado como “estallido social”?
-Piñera es una gran decepción. Ha demostrado que no es un liberal. No ha sido capaz de aprender de los modelos exitosos, como Uruguay y Costa Rica, y ha terminado imponiendo el modelo autoritario chino, despojando al individuo de su libertad, tratándolo en forma condescendiente como si fuera un niñato irresponsable y encerrándolo bajo siete llaves en su casa, aunque pase hambre. Pero ¿desde cuándo el señor Piñera es el enfermero, la nodriza y el ama de llaves de cada chileno adulto? El gobierno del cuerpo y de la salud es un asunto que atañe a cada ciudadano, no al presidente ni a su ministro de Sanidad. Es inaceptable que Piñera le diga al chileno promedio: como tú no sabes cuidar tu salud, te voy a encerrar en tu casa porque yo cuidaré tu salud mejor que tú mismo. Es completamente abusivo y antiliberal. Y la premisa es falsa: ningún chileno es tan tonto, nadie quiere enfermarse ni morir, el instinto de supervivencia es el más fuerte entre los seres humanos.
-Usted ha entrevistado a varios mandatarios. ¿Qué le preguntaría a Piñera?
-¿Usted quiere que Chile sea como Wuhan o como Suecia?
-Que existan líderes como Trump o Bolsonaro, quienes en esta crisis incluso se han enfrentado a la ciencia, ¿qué dice para usted del momento que estamos viviendo?
-La política, en general, se ha acanallado bastante, sobre todo en los Estados Unidos, donde Trump parece un caudillo populista latinoamericano. Cuando yo era joven, los grandes políticos tenían una cierta consistencia intelectual y hasta ética: leían novelas, leían poesía, sabían hablar, hablaban varias lenguas, les cabía el mundo en la cabeza. Ahora van quedando pocos políticos de esa vieja estirpe. Ves a Trump y a Bolsonaro, a López Obrador y a Maduro, y parecen esos comisarios pistoleros de las películas de vaqueros que llegaban a caballo al pueblo a ganarse el respeto a tiros.
-¿Tiene optimismo en los procesos que pueden venir en un futuro inmediato?
-Soy optimista. La tecnología ha dado libertad y poder a los individuos. Ahora cada uno puede tener su propia tribuna desde la cual gobernar al mundo. Antes los jóvenes que querían cambiar al mundo se convertían en revolucionarios y se iban al monte con un fusil y vestidos de camuflaje. Ahora abren una cuenta en las redes sociales y gobiernan a su país, a los países vecinos, al mundo entero. Eso es muy bueno. Las personas se expresan, aunque a menudo lo hagan procaz o despóticamente. Pero eso es mucho mejor que enlistarse en la revolución y creer en la lucha armada, como hicieron muchos de nuestros mayores.
-¿Ha abandonado la idea que tuvo alguna vez de ser candidato a la presidencia de Perú?
-Sí. Soy un escritor. Elijo seguir siéndolo. No se puede ser un escritor y un político profesional. Además, soy bipolar, estoy un poco loco, no soy una persona confiable, a duras penas puedo gobernar mi vida.
-A usted por décadas se le conoció con las etiquetas de ácido, francotirador, niño terrible. Pero hoy con las redes sociales, la polémica es algo de cada día.
-Yo solo he tratado de ser un escritor estos últimos treinta años. Solo he tratado de ser fiel a mis obsesiones, a mis traumas, a mis delirios y fantasías. He tratado de ser honesto conmigo mismo y con mis lectores.
-¿Cree que ser “polemista” ha perdido valor?
-A mí las polémicas me dan un poco de pereza porque nadie convence a nadie y al final son un derrame de insidias y mezquindades del que prefiero abstenerme.
-En su Twitter lo que más se ven son fotos suyas con su familia. Uno podría haber imaginado: “Bayly utilizará las redes para encender un poco la chispa”. Sin embargo, da la sensación de que esa cuenta muestra todo lo contrario. ¿Fue deliberado?
-Yo no uso Twitter ni estoy pendiente de lo que se dice en Twitter. En general, me parece muy bueno que la gente se exprese en Twitter. Es saludable que una persona iracunda pueda descargar allí sus iras; que una persona envenenada pueda derramar allí todo su veneno; que una persona acomplejada o frustrada pueda verter allí todas sus miserias. En general, creo que Twitter le permite a cada individuo tener su pequeña república independiente y gobernarla como le dé la soberana gana. Casi siempre los gobernantes de Twitter son despóticos y vulgares.
-En julio, 150 personalidades expresaron su preocupación en una carta por la “intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo”. Fue un manifiesto que deseaba alertar acerca de “la intolerancia de izquierda”. ¿Existe una inclinación de los sectores progresistas a anular las disidencias?
-Sí, claro. Eso se nota mucho en las universidades de élite de este gran país. Si un profesor defiende a Trump, lo despiden. Si un intelectual se opone a que derriben estatuas de Cristóbal Colón, le hacen un linchamiento moral y lo acusan de racista. Si alguien osa decir que el afán de lucro es bueno, lo lapidan. La izquierda académica y periodística se ha vuelto muy intolerante.
-¿Ha visto usted casos así en los ambientes laborales donde se mueve?
-Sí, lo veo a menudo. El miedo a decir lo que uno piensa, el afán de pertenecer al océano bobo de lo políticamente-correcto, acaba rebajando a las personas a una condición de zombis pusilánimes, asustadizos.
-Para usted, ¿la izquierda vivió algún proceso que la hizo volverse más “intolerante”?
-Lo que veo muy a menudo, en Venezuela o en Argentina o últimamente también en Chile, es que cierta izquierda intolerante, para acallar a quien no es de izquierda, le dice fascista. Neoliberal y fascista. A mí me dicen fascista todo el tiempo. ¿Cómo podría ser fascista, si soy liberal, libertario? ¿Cómo podría ser fascista, si deploro a los curas y los militares? ¿Cómo podría ser fascista, si soy ateo y celebro la diversidad sexual y creo en el poder del arte y no en el poder político? Bien mirada, la izquierda colectivista, estatista, antiliberal (digamos, la izquierda chavista) es profundamente fascista, porque aplasta la libertad del individuo y otorga todo el poder al Estado. Los fascistas, en realidad, son ellos.
-Otro de los grandes temas hoy es el feminismo. ¿Cuál ha sido su sensibilidad con él?
-Soy padre de tres mujeres. Mis hijas mayores viven en Nueva York y son tan espléndidamente libres que me siento orgulloso de que hayan nacido en este país. Soy además un hombre delicado. Antes eso se veía como una vergüenza. Pero ahora el hombre delicado goza de mejor reputación.
-¿Saldremos mejores personas luego de esta pandemia?
-No. No creo. Saldremos probablemente peores. Nos han confinado a un arresto domiciliario tan abusivo y prolongado que, cuando nos devuelvan las libertades y estemos vacunados, vamos a tener ganas de portarnos mal. Muy mal. O hablo por mí.
-¿Y por qué un hombre como usted, que ha hecho de las entrevistas cara a cara una de sus fortalezas, opta en este caso por el mail?
-Nunca he dado una entrevista por videoconferencia. Tampoco las hago. He hecho tantas entrevistas en mi vida que no ignoro algo peligroso: una entrevista mal hecha puede destruir tu vida.