Las otras Fiestas Patrias en que Chile se confinó: el final de la Madrastra
El 17 de septiembre de 1981, gran parte del país se encerró en casa y vació las calles, igual que ahora, aunque sin la obligación de una pandemia: ese día se emitió el final de la teleserie de Moya Grau y se resolvió quién mató a Patricia.
Las credenciales que cuelgan sobre la memoria del fundador de la Brigada de Homicidios son inigualables. Gran sabueso policial, el también escritor René Vergara -alias Hércules Poirot, alias inspector Cortés- resolvió casos como el del Tucho Caldera en el Chile de 1947 y fue uno de los investigadores que aclaró el atentado explosivo en contra del Presidente de Venezuela Rómulo Betancourt en 1960. “Debe ser uno de los mejores policías del mundo”, sentenció Raymond Cartier, director de la revista francesa Paris Match.
Su última y más delirante investigación fue un encargo que le hizo La Tercera en agosto de 1981. El inspector Cortés debía responder la pregunta que desde el 21 de abril se hacían todos los televidentes de La Madrastra: ¿quién mató a Patricia? Como todo el mundo, lo único que sabía era que Marcia (Jael Unger) había pasado 20 años en una cárcel de Estados Unidos por un crimen que no cometió y que regresaba a Chile a limpiar su nombre y recuperar a sus hijos, quienes la creían muerta (de ahí el título de la teleserie). El único personaje que sabía la verdad del crimen era Serafín Diez Cabezas (Eduardo Naveda), un viejo miserable que, antes de morir, en el punto de partida de la trama, le dejaba una carta-crucigrama a la protagonista. El nombre del culpable estaba escrito en clave.
Con humor, el inspector Cortés interrogaba a los personajes de la telenovela y publicaba sus conclusiones en las páginas del diario. Lamentablemente no pudo cotejar sus últimas hipótesis. Murió el 24 de agosto de ese año, casi un mes antes de que el guionista Arturo Moya Grau revelara, por fin, el misterio. Los televidentes, detectives aficionados, debieron seguir tras el enigma sin la ayuda del experto.
Este diario, además, realizó el concurso “Quién mató a Patricia”. A partir del 12 de junio y hasta el 14 de septiembre se publicó el cupón recortable para participar. En tanto, Sábados Gigantes buscaba a la “doble de Patricia”: la primera teleserie chilena a color fue un auténtico fenómeno.
La Madrastra y las cuecas
El final de la telenovela se emitió el jueves 17 de septiembre de 1981 y, sin cuarentena que lo dictara, los chilenos se confinaron en sus casas varias horas; el capítulo marcó más de 80 puntos de rating. ¿Cuecas dieciocheras? Claro, Eugenio “Tiqui” González había compuesto la cueca de La Madrastra.
“Ese día (el 17) no había ni un alma en las calles. Y no sólo ese día, me acuerdo que incluso era común correr las reuniones de apoderados para no perderse los capítulos. Yo también me quedé en mi casa porque quería saber quién mató a Patricia. Ninguno de los actores, excepto Gloria Münchmeyer (Estrella, la asesina), sabía la verdad”, recuerda Ramón Farías (uno de los hijos de La Madrastra en la historia).
“Fue verdad que el país se detuvo. Fíjate que una amiga mía se iba al sur y le tocó la hora del último capítulo en el camino, así que se bajó del auto en un bar de mala muerte a ver el final. Ahora eso no pasaría jamás, porque lo puedes grabar y ver después”, dice Gloria Münchmeyer.
El actor Mario Lorca, uno de los posibles asesinos en la trama, recuerda una anécdota. “Mi personaje se llamaba Boris. Un día salió publicada una nota que decía algo así como ‘Boris: Soy inocente’. Unas señoras que estaban leyendo el diario, me miraron con desconfianza y cuchichearon, ‘umm, dice que no es el asesino, umm’”. También cuenta que la semana de la recta final viajó a Argentina a pasar las Fiestas Patrias. En el avión debió responder las preguntas de muchos pasajeros. Una y otra vez repitió que no sabía quién mató a Patricia. “No estuve acá en Chile el día del final, pero sí sé que el país se paralizó”, cuenta.
Lorca dijo la verdad durante el vuelo. Efectivamente nadie del elenco conocía la verdad. Patricio Achurra era Leonelo, el hijo de Patricia: “A Moya Grau le gustaba ir al Café Paula del centro. Me acuerdo que tenía una mesa para él, la mesa de Moya Grau. Ahí, a los que teníamos la suerte de ser sus amigos, nos contaba historias, tenía una gran imaginación. Pero le gustaba el misterio. Me decía, por ejemplo, ‘escribí una escena tan buena para tu personaje, me encantó, pero no te la voy a decir’”. Así las cosas, las probabilidades de revelarle quién había matado a su ‘mamá’ eran nulas. Tuvo que descubrir la verdad ese 17 de septiembre.
“Cuando Moya Grau supo que esto estaba tomando otro cariz y que se estaba haciendo una investigación policial, puso el nombre del asesino en una notaría, porque quería que fuera todo transparente”, recuerda Gloria Münchmeyer. Y para evitar filtraciones, el director Óscar Rodríguez grabó cuatro finales. Sólo a Gloria Münchmeyer le avisó, a través de un papelito, que ella había matado a Patricia.
El 23 de agosto se conoció el contenido de la carta que descifraba el crimen. “La gente unía letras y palabras de la carta buscando el nombre del asesino, era muy entretenido”, dice Ramón Farías. En el fondo, los televidentes replicaban lo que, en teoría, hacía Marcia, intentar resolver el puzzle que había dejado el viejo miserable de Serafín. Pero ni el mejor sabueso policial podría competir con el humor de Moya Grau.
En la archiesperada escena, Marcia enfrentaba a Estrella. Le decía cómo había resuelto el acertijo y le leía un extracto de la famosa carta: “La leí mil veces, separé sílabas, separé palabras. Me costó mucho, pero ahí estaba tu nombre (…) ‘Yo vi a alguien salir de la habitación de Patricia. No puedo decir si era hombre o mujer. Pagó mi silencio con favores. Es canallesco lo que hice. Fue tremendo lo que hice. Dios me perdonará, ya que sé que tú nunca lo harás’. Seguí investigando y juntando sílabas. ES canallesco. ES. Fue TRE-mendo. Ya tenemos ES y ya tenemos TRE. Luego ‘YA que sé que tú nunca lo harás’. YA. ES-TRE-YA. Con falta de ortografía, pero Estrella al fin”.
Resuelto el misterio, había que recompensar al televidente que ganó el concurso. “Parte del premio consistía en una comida con el asesino. El día de la comida, llegamos al restorán los del canal y los periodistas, pero el premiado no llegó. Le debe haber dado susto comer con la asesina”, recuerda Münchmeyer.
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