¿Teorías conspirativas? a) Lo mató la mafia en una vendetta del manager Michael Jeffery. b) Las simpatías con las Panteras negras sellaron su suerte como parte de un plan de J. Edgar Hoover. c) La última letra que escribió un día antes de morir, The story of life, es una nota suicida por líneas como “la historia de la vida es más rápida que un abrir y cerrar de ojos”.
Hechos. Jimi Hendrix fue declarado muerto a las 12:45 horas del 18 de septiembre de 1970 en Londres. Los testimonios de la última persona en verlo con vida, la patinadora alemana Monika Dannemann, perdieron credibilidad al alentar la versión de una muerte a manos del crimen organizado, machacar culpa a los servicios médicos, responsabilidad descartada por la justicia, e insistir en su condición de novia oficial.
Mujeriego e insaciable, Hendrix solía ofrecer matrimonio a sus eventuales novias, y con la misma facilidad las golpeaba. Ingirió nueve pastillas del sedante Vesparax intentando conciliar el sueño tras un cóctel de anfetas, hachís, marihuana y vino, consumido la tarde y noche del 17 de septiembre en la mansión del hijo de un lord, Phillip Harvey, que lo invitó a carretear mientras esperaban luz verde en sus respectivos autos.
Fueron los últimos excesos en un cuerpo que a los 27 años presentaba señales de deterioro producto de una carrera fulminante que le había convertido en la estrella más grande de la guitarra eléctrica. En sus manos, el instrumento parecía una extensión natural de su cuerpo reaccionando a la intensidad del volumen y la ductilidad del fraseo, la oscilación entre el estallido incendiario y la delicadeza.
Como un V2 cargado de decibeles, Jimi Hendrix impactó a Londres por primera vez el 24 de septiembre de 1966. Ese mismo día conoció al futuro miembro de The Police Andy Summers, tocó blues en un club con Eric Burdon de The Animals como espectador (“era fascinante lo bueno que era”) y sedujo a Kathy Etchingham, una peluquera especialista en novios rockstars como Brian Jones y Keith Moon.
Apenas una semana más tarde, Cream le cedió el escenario en un interludio. La sala, y en especial Eric Clapton, quedó boquiabierta con una salvaje versión de Killing floor, original de Howlin' Wolf. Tres meses después, en un show junto a The Who, Jack Bruce figuraba en el público. Impresionado e inspirado por la voluptuosidad musical del guitarrista y cantante, apenas llegó a casa compuso el riff de Sunshine of your love.
Cuatro años después Jimi Hendrix estaba fundido. Arrastraba problemas glandulares, comía pésimo, dormía poco y trabajaba en exceso. Si no estaba de gira se recluía en el estudio. El consumo de todo tipo de drogas más alcohol y tabaco era demencial. Enfrentaba problemas legales por una demanda de paternidad y recelaba del creciente interés de familiares, en particular su padre, por asuntos monetarios.
No estaba satisfecho con el curso de su carrera y pretendía terminar la relación laboral con Michael Jeffery, que lo utilizaba como moneda de cambio en proyectos dudosos como el filme Rainbow bridge, un pastiche hippie sin guión en el que participó en julio de 1970 en Hawai, donde proféticamente anunció que el regreso a su natal Seattle sería “en una caja de pino”.
Desde enero de 1970 Hendrix había girado y grabado incansable, contando dos tours a EE.UU, registros en Londres con Stephen Stills, Arthur Lee y Love, y constantes sesiones en sus estudios Electric Lady en Nueva York.
A pesar de la fidelidad del baterista Mitch Mitchell, no lograba lo mismo en el bajo. Noel Reeding había sido apartado a mediados de 1969 y su reemplazante Billy Cox, un viejo amigo de los días de Hendrix en el ejército, no podía lidiar con el vértigo cotidiano del guitarrista. Cox intentó refugio en el ácido para descubrir que le volvía paranoico y catatónico.
“Sigo sonando igual, mi música es la misma y no puedo pensar en nada nuevo que agregar en su estado actual”, declaró desilusionado Hendrix en una de sus últimas entrevistas a Melody Maker, en la previa del festival en la isla de Wight a fines de agosto. Tampoco estaba seguro de continuar tocando exclusivamente guitarra eléctrica, abrazando la idea de dedicarse al formato acústico por un par de años. Tenía intención de armar dos bandas, una pequeña y otra con más integrantes para consagrarse a la composición.
“Y con la música pintaremos imágenes de la Tierra y el espacio”. No quería seguir capturando la atención por trucos como tocar con los dientes y destrozar guitarras (aunque en 527 shows reventó menos de una decena), sino por la calidad intrínseca del material que pretendía llevar a otro nivel donde “Strauss y Wagner van a formar el trasfondo de mi música”.
Los últimos conciertos fueron flojos. Hendrix llevaba un mes sin tocar para la isla de Wight y se notó. Siguió una opaca mini gira por Suecia, Dinamarca y Alemania. En la primera fecha danesa estaba tan puesto que apenas articuló dos temas.
El remate fue en el Open air love & peace festival en Fehmarn, Alemania, del 4 al 6 de septiembre, que de pacífico no tuvo nada. Un grupo de motoristas robó la recaudación y tomó el control del evento a golpes. Tras una lluvia torrencial reinaba la tensión porque el show de Hendrix estaba retrasado un día.
Cuando salió a escena arreciaron las pifias. “Me importa un carajo si abuchean”, desafió, “siempre y cuando abucheen afinados”. Luego pidió disculpas por la tardanza para ganar rápidamente al público con Killing floor, el cover con el que Londres se había rendido por primera vez. Fue su último concierto.
Ese mismo día apareció una entrevista en la prensa danesa tras su paso por Copenhague con otro vaticinio fúnebre. “No estoy seguro de vivir hasta los veintiocho años”. Mostró interés en lo sobrenatural, mencionó a Jesús y el deseo de buscar paz y armonía mental asegurando que sacrificaba parte de su alma cada vez que tocaba.