Con California ardiendo como ya es triste costumbre cada verano, Deftones lanzó “Ohms” en agosto, el primer single que bautiza su noveno álbum en 25 años. “Estamos rodeados de escombros del pasado, y es demasiado tarde para provocar un cambio en las mareas”, lamenta Chino Moreno, como si hubiera cedido el control lírico a Greta Thunberg. La canción se desliza por un embrujante espiral descendente de guitarra y bajo para empalmar un riff con resonancias de una tribu piel roja en pleno baile ritual. “Sí, el tiempo no cambiará esto, es como se quedará”, dice una parte del coro con el acabado clásico melancólico de Chino. En su voz el futuro suena pesimista.
“Ohms” es el décimo corte y punto final de este regreso a cuatro años del celebrado Gore. En un cuarto de siglo la calidad de la discografía del quinteto de Sacramento no afloja, cosechando elogios por una trayectoria que instala al grupo en un espacio único sin competencia. Enlazan géneros e influencias aparentemente divorciados, una música agresiva y muscular en elástica alternancia con pasajes etéreos, acordes delicados y expresivos, voces melódicas y quejumbrosas que de pronto estallan como un gigantesco ventanal sometido a los más altos decibeles. Es metal sin solos de guitarra. Es rock gótico reacio al refugio único de la tristeza. Rock cachondo -sugerente y romántico-, sin vulgaridad.
Terry Date (Pantera, Soundgarden), productor de los primeros cuatro trabajos, regresa con parte de la urgencia de esa etapa, aunque sin el cliché de las bandas veteranas que por manual intentan rescatar un viejo período de gloria y frescura. Ohms ofrece algunos ajustes de piezas. El guitarrista Stephen Carpenter, distante en la composición de Gore a cargo de Chino y el bajista Sergio Vega, retoma su lugar pivote con el soporte siempre preciso y furioso de Abe Cunningham en batería, más los decorados electrónicos de Frank Delgado, el último en integrarse cuando Deftones ya era un nombre mundial, y que ha demorado varios discos en encontrar su lugar en medio de la masa de sonido, hasta convertirse en un orquestador de interludios.
Como sucede con los artistas rock trascendentes, el material de Deftones rebosa carácter cinematográfico. Los empalmes de teclados entre “Pompeji” y “The link is dead” contienen ecos de la banda sonora de Blade Runner irradiando belleza y desolación, mientras “Headless” y “Ohms” se encadenan con la misma mecánica.
En 47 minutos sin rellenos, cada canción ofrece nuevas conjugaciones de sus habilidades. Abre “Genesis” con una suave obertura acompañada de unos acordes subvencionados por Pink Floyd, seguidos de la angustia clásica de Chino Moreno surcada por susurros, ecos, melodías, frases rematadas en un solo golpe de doble pedal, hasta llegar a un remanso electrónico donde la guitarra acecha. “Urantia” ataca con implacable metal que muta rápido en rock pop sinuoso. El envase progresivo de “Error” y sus distintos ambientes bailables, adheridos a un riff que parece procesado en un reactor. El graznido de gaviotas en “Pompeji” con un rechinar de cuerdas que decanta en un tiempo lento y cadencioso hasta rematar en sonidos del mar y un fondo de sintetizadores, la postal de un futuro melancólico. El robótico riff del bajo en “Radiant city” que alterna velocidades junto a la guitarra, mientras “Chino” Moreno posa el canto en un tiempo de balada.
Cada nuevo álbum se mide con White pony (2000), considerado como la obra maestra de Deftones, aún cuando hay al menos un par de títulos igualmente sólidos, en particular los últimos diez años. Ohms inaugura la nueva década con una consistencia extraordinaria y atípica, una banda con órbita propia y curso inalterable en el arte de conjugar lo que parecía imposible.