Si le preguntan a Graham Coxon por la imagen que ilustra The Great Escape, el mítico guitarrista de anteojos y autor del score de The End of the F***ing World, dirá que Blur había tocado fondo.
Capturada en el lente de Tom King, fotógrafo especializado en retratar deportes acuáticos, la cuarta entrega de los ingleses evoca tanta superficialidad como hastío.
Después de todo, ¿qué más podemos inferir de dos hombres atléticos y sonrientes montados a torso desnudo una calurosa tarde de mar abierto sobre una opulenta lancha Four Winns bajo un cielo celeste, amplio y despejado?
La acción continúa bajo la línea de flotación: mientras ambos observan cómo alguien se zambulle en altamar, la imagen ampliada de la edición en CD muestra a un tiburón acechar desde las profundidades.
“Nos estábamos volviendo más astutos con ese tema (de los estereotipos)”, declaró Coxon a Proxy Music, “pero a veces quizás demasiado; estábamos en peligro de volvernos bastante caricaturescos”.
Toco fondo
Promediando el segundo semestre de 1995, Blur ya había amasado gran popularidad y la fama semejaba un piquero en mar abierto para la vida de sus integrantes. Desde la cubierta de su propia embarcación, el cuarteto ya convivía con el éxito en una industria musical dominada por su propia generación.
Tal vez el primero que entendió esto fue el bajista del conjunto, quien tuvo una epifanía en medio de un concierto ante 27 mil personas. En su libro Bit of a Blur (Little Brown UK, 2008), Alex James cuenta que tras el show del Mile End Stadium de Londres, Blur se convirtió en “propiedad pública” y, por consiguiente, en uno de los favoritos del movimiento Cool Britannia.
Los números eran elocuentes. The Great Escape vendió 68 mil copias solo en Estados Unidos, según datos del Chicago Tribune; mientras que al año siguiente, la revista Music & Media publicó que se compraron 600 mil en Europa; cifras comerciales que reflejaron —junto a álbumes como (What’s The Story) Morning Glory?— la reinserción de las bandas británicas en el mercado de la música popular.
Incluso, la contraportada del disco —en que el grupo interpreta a un equipo de ventas— fue utilizada en una campaña publicitaria de lentes en Japón, según documenta el fansite Veikko’s Blur Page.
Pero en el reverso del éxito, Blur se dirigía directo a la boca del escualo: Graham Coxon enfrentaba un estado depresivo tras una ruptura amorosa; Dave Rowntree acababa de casarse e intentaba abandonar el alcohol; Damon Albarn vivía los descuentos de su relación con Justine Frischmann (ex Suede y luego fundadora de Elastica); y Alex James vivía una rutina de discusiones con su pareja, vínculos con amantes y noches sin dormir.
Todo ese desencanto volvió a expresarse en videos como “The Universal”, donde describen un momento en que “el futuro se ha vendido” y donde los medios de comunicación transmiten que mañana, tal vez, en medio de la salvaje monotonía, será “tu día de suerte”.
O sencillos como “Charmless Man”, sobre aquellos personajes que se esfuerzan en aparentar un estilo de vida exitoso, además de recurrir al alcohol y el ejercicio sexual para reprimir su soledad e inseguridades.
Otros temas, como la reposada “Fade Away”, aluden a cómo las relaciones amorosas pueden pudrirse hasta el punto de evitar compartir los mismos espacios con el otro.
Volvemos a la imagen que ilustra el disco: ¿The Great Escape es un álbum conceptual? Sin duda, porque Blur no sólo critica los malestares de una sociedad como la inglesa; también ofrece —con un envoltorio pop diseñado para un público masivo— sus propios demonios.