Fin a una bohemia: un recorrido por el mítico bar Cinzano de Valparaíso
El local porteño dejará de funcionar indefinidamente tras 124 años de historia. Su escenario albergó a distintas figuras de la cultura popular, como los tangueros Carmen Corena y Alberto Palacios. También, el actual guitarrista de Los Jaivas, Alan Reale, relata a Culto que tocó su primera guitarra eléctrica en el legendario y ahora extinto bar porteño.
—Llegó “El llanero solitario” —le decían a Pedro Pardo cuando entraba al Cinzano. Sus primeras visitas al local fueron a finales de la década del 60, tiempos en que asistía con sus compañeros de universidad para beber cerveza y escuchar tango; aunque fue en 1993 cuando empezó a ir de manera recurrente.
No importaba si iba solo o en compañía, siempre encontraba algún conocido y, si no lo había ninguno, lo invitaban a sumarse a un grupo.
Según relata a Culto, siempre había gente esperando para entrar al bar. Las personas fumaban adentro, pedían tragos, comida casera y escuchaban a los músicos de tango y boleros, quienes ya eran conocidos en el sector de la plaza Aníbal Pinto.
Uno de ellos era el cantante Alberto Palacios, también conocido como "El señor del tango'', quien falleció a los 82 años en 2010.
En varias oportunidades, Pardo llegaba solo, así que el músico lo apodó como “El llanero solitario”. “Años más tarde, iba a comer con mi hijo y me decía que venía con ‘guardaespaldas’”, recuerda Pardo.
La música iniciaba a las 22 horas y terminaba a las 4 de la mañana. Él era uno de los últimos en irse y aprovechaba cada oportunidad que tenía para disfrutar de una cazuela durante los fines de semana. Eso sucedía sobre un piso de madera, con murales pintados que decoraban el lugar. También había cuadros y fotos de Valparaíso en el siglo XIX.
Tanto para Pardo como para otros visitantes, el Cinzano era una parada obligatoria, en la cual se sumergían en una experiencia que pasó a ser parte del folclor porteño.
El lunes 19 de octubre, un fallo del 4º Juzgado Civil de Valparaíso confirmó una situación que se temía tras el estallido social y la pandemia: el tradicional bar inició un proceso de liquidación, por lo que cerró sus puertas indefinidamente.
Aunque Valparaíso es considerada una “Ciudad Musical” por la Unesco, el editor de El Martutino, Oscar Aspillaga, asegura que carece de espacios para escuchar música en vivo y que “el cierre de bares como el Cinzano dificulta que los intérpretes puedan mostrar su arte”.
Emblema porteño
En 1896 llegó al puerto de Valparaíso el italiano Pipo Lima. Eran los primeros años de una oleada de migrantes que se extendería hasta 1930, en que miles de familias de Italia viajaron con América como destino final.
Al poco tiempo, Lima fundó un establecimiento frente a la plaza Aníbal Pinto, que recientemente había cambiado de nombre —antes fue la Plaza del Orden— en honor al presidente que comandó al país durante la Guerra del Pacífico. Era una pulpería en la que vendían alcohol y, ocasionalmente, funcionaba como bar. Con el paso de los años se especializó en este último servicio y también como restorán. Tiempo después llegó su sobrino, Stefano, quien se unió al proyecto junto a un amigo suyo, Jerónimo Morcchio. Le hicieron algunas modificaciones mientras estuvo a su cargo hasta 1932.
Ahí vino una seguidilla de cambios de dueño. Pasó a las manos José Capurro y, al poco tiempo, a las de Juan Padovani, quien conservó la esencia del negocio. Luego, Vitalicio Duque lo tuvo hasta 1958, pero ese mismo año pasó a ser de Lino Benvenuto; de hecho, fueron sus descendientes quienes lo conservaron hasta 1978.
Se acercaban los cambios.
Ese año lo adquirió Pablo Varas —padre del propietario actual—, quien le dio un giro al negocio al habilitar una tanguería en el segundo nivel, dejando el primero para el resto de la música latinoamericana. Al poco tiempo, Varas decide reubicar el espacio dedicado al tango en el piso de base y convirtió el segundo nivel en un salón de baile.
Un día la tierra se sacudió. Era domingo, anochecía el 3 de marzo de 1985. La gente que se encontraba en el Cinzano no gritó ni escapó. Quizás porque varios estaban ebrios, o porque simplemente la música sonaba fuerte y había mucha gente reunida como para asustarse; en cambio, los contertulios alzaron sus vasos y se pusieron a cantar el himno nacional.
Dicen que, con ese cántico, los temores se calmaron. Es una de las leyendas que circula entre las mesas del emblemático local.
Visitas ilustres
La primera vez que Alan Reale tocó una guitarra eléctrica, fue en el bar Cinzano. En aquel momento, el actual guitarrista de Los Jaivas tenía 16 años y acudía al recinto para escuchar a los músicos que tocaban en el mítico bar. Según comenta a Culto, siempre se sentaba a un lado: observaba y trataba de aprender.
Con el tiempo, se hizo amigo del intérprete de las seis cuerdas, quien le entregó algunas recomendaciones y después le prestó un instrumento el mismo día en que cumplió 17: una Tyco de una cápsula, 24 espacios y con la forma de un murciélago.
—No lo podía creer; con esa toqué en Psicodelia, el primer grupo en mi carrera musical.
En 1996, en el extinto programa de Canal 13, Viva el Lunes, Franco Nero, icónico actor italiano del spaghetti western, contó que había visitado Valparaíso cinco años atrás. La primera vez que él estuvo en la ciudad porteña —y en el Cinzano— fue para rodar la película Amelia López O´Neall (1990), filme chileno en que el guión estuvo a cargo de los esposos Valeria Sarmiento y Raúl Rúiz.
Más de una década después, en noviembre del 2007, el actor que protagonizó Django (1966) y Tristana (1970) volvió para rodar la cinta alemana Mein Herz in Chile (2008). Junto a un grupo de cincuenta extras grabó la escena de funeral en el Cementerio N°1 de la ciudad, para luego trasladarse, alrededor de las cinco de la tarde, al bar Cinzano y filmar la ceremonia fúnebre.
La escena solo dura un par de minutos. Todos están vestidos de negro, el humo de los cigarros flota en el aire, mientras una mujer canta suavemente con una guitarra. Si bien Nero estuvo en el bar, en ese fragmento de la película solo aparecen dos de los protagonistas, interpretados por Bettina Zimmermann y Huub Stapel, quienes sostienen una conversación en la barra del local.
En 2004, el músico Pedro Aznar, autor de canciones icónicas como “A primera vista” y “Quebrado”, dio un concierto en el Teatro Municipal de Valparaíso. Después del evento, la juerga se trasladó al icónico bar junto a su equipo de músicos y su staff.
Según relató una crónica del diario La Estrella, Aznar apareció en el local cerca de las tres de la madrugada y pidió una copa de vino. Los clientes que estaban en el local empezaron a corear:
—¡Aznar!, ¡Aznar!, ¡Aznar!
El músico tapó su rostro con una servilleta y, ante la insistencia y los aplausos, se subió al escenario a cantar tangos junto a Manuel Fuentealba y Carmen Corena. Aznar tuvo que pedir un cancionero, porque no se sabía bien algunas letras. Al poco rato pudo interpretarlas en un ambiente que, según relató el cronista, rápidamente adquirió una intimidad que suele entregar el autor de “Amor de juventud”.
Se retiró después de unas horas.
Un sueño cumplido
En 2001, un grupo de músicos tradicionales del Cinzano cumplió un antiguo anhelo: grabar un disco. Y fue el contrabajista de Los Tres, Roberto “Titae” Lind, quien se encargó de producir Una noche en el Cinzano, álbum que reunió versiones de temas como “La joya del Pacífico” y “La hiedra”.
El disco fue presentado una noche de diciembre en el bar. Los músicos Carmen Corena (voz), Manuel Fuentealba (voz), Benjamín Campos (guitarra), Humberto “Pollito” González (piano) y Luis Barrera (acordeón) interpretaron las veintiún canciones que suenan en la obra.
En el evento, Titae señaló a El Mercurio de Valparaíso: “Estoy muy contento”. El miembro de Los Tres llevaba nueve años concurriendo al espacio de la bohemia porteña.
Titae siempre tuvo ganas de hacer un disco con ellos. “Me fascina el sonido que tienen”, aseguró.
Cuatro años atrás de ese lanzamiento, el artista llegó con un estudio portátil y, durante dos noches completas, se dedicó a grabar con el quinteto de músicos. Pero el resultado no fue satisfactorio: el piano estaba desafinado y se metían muchos borrachos a cantar.
Después del primer receso de Los Tres en el año 2000, el músico tuvo más tiempo para involucrarse de manera seria en el proyecto. “Quedó increíble y lograron interpretaciones rotundas”, afirmó; e incluso, lo ofreció al sello Warner Music.
—Somos una reliquia —declaró la vocalista Carmen Corena, quien en ese entonces ya llevaba dieciséis años cantando en el Cinzano.
Pero a pesar de su trayectoria, nunca había podido grabar un disco: ese día cumplió un sueño. “Esto llegó como caído del cielo”, manifestó.
El espíritu de la bohemia
La cantante de música popular, Carmen Corena (su verdadero nombre era Bertina Campusano), empezó a trabajar en el Cinzano en agosto de 1986, y así se quedó hasta el día de su muerte en el 2008. Encabezó un trío musical con el guitarrista Augusto Díaz y el pianista José “Pollo” González; con los años se sumaron otros músicos como Luis Barrera y los cantantes Alberto Palacios y Manuel Fuentealba.
Mientras preparaban un segundo disco con “Titae”, titulado Otra noche en el Cinzano (2007), Corena tuvo problemas cardíacos y falleció meses después. Su muerte dejó inconcluso el plan que tenía el bajista de Los Tres: grabar un álbum de ella como solista.
Un año antes de morir, cuando estuvo hospitalizada, declaró al diario La Estrella:
—La palabra bohemia no está relacionada directamente al trago o al alcoholismo: está asociada a un mundo de intelectuales, de conversación, de cultura y arte. Y por esta razón yo encarno el espíritu bohemio.
Tras su fallecimiento, el bar Cinzano fue nombrado “Memoria Viva” por la Municipalidad de Valparaíso, en una ceremonia a la que incluso asistió la entonces ministra de Cultura, la actriz Paulina Urrutia. Ahí también se anunció un concierto para homenajear a Corena, al que llamaron “Cinzano All Stars”, evento que contó con la participación del grupo Los Tres.
Un canto a Wanderers
Alberto Palacios, seudónimo de José Silva, otro mito del local, se inició en la música a los dieciocho años. Recorrió todo Chile cantando tangos y, ya en Valparaíso, tenía su mesa favorita ubicada al rincón del local, desde donde hacía muecas y gestos a los garzones.
El cantante siempre usaba sombrero, costumbre que sostuvo hasta el día de su muerte en 2010. Además del tango, tenía un sentido del humor que destacaba en el local; también era hincha del club de fútbol Santiago Wanderers. Los fines de semana iba al Cinzano a ver los partidos del equipo porteño y entonaba el himno del club encima del mesón, envuelto en una bandera con los colores wanderinos.
“Siempre venía gente a preguntar por él, incluso los extranjeros le sacaban muchas fotos”, recordó el administrador del bar, Jorge Campusano, en El Mercurio de Valparaíso.
El acordeón de un relojero
Hasta el 2017, Luis Barrera tocó el acordeón en la orquesta del bar; la misma que se mantuvo como estandarte de la bohemia porteña por más de dos décadas.
—La gente va, escucha, le gusta y piden sus tangos —relató el acordeonista al sitio Memoria Musical de Valparaíso—. No aspiramos a la fama, no aspiramos a hacernos grandes figuras.
En aquella instancia, Barrera manifestó que ellos solo eran “tocadores” de canciones vigentes en la memoria colectiva. Además, recordó las décadas de los 50 y 60, cuando los locales nocturnos estaban abiertos toda la noche y géneros como el folclor, lo tropical y el tango convivían en el ambiente.
Como la mayoría de los músicos porteños, Barrera no solo hacía música, sino que también tuvo otros empleos: fue chofer de camiones, trabajó en Chilectra y ejerció como relojero durante cuarenta años.
En una crónica titulada “Renace el Cinzano: Homenaje a Carmen Corena”, el académico Ricardo Martínez —autor de Clásicos AM: historia de la balada romántica latinoamericana (Planeta, 2019)— recordó una escena del Cinzano en que el cantante Manuel Fuentealba se negaba a interpretar (otra vez) la canción “Balada para un loco”, mientras Luis Barrera se dormía sentado, apoyando su cabeza en el acordeón Hohner y el pianista “Pollito” González enunciaba la frase:
—¡Te-ne-mos seeed!
También, el cronista rememoró una vez que estaba en el bar con un amigo, quien le preguntó: “¿Y cuándo se mueran estos viejos qué va a ser de nosotros?”. Martínez se encogió de hombros. Esa fue su única respuesta.
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