Cuando Chile elegía Presidente “a lo gringo”: el voto por electores entre guerras civiles y gritos en el Congreso
Implementado en la Constitución de 1828, el sistema indirecto -en que el Presidente de la República era elegido no por voto directo, sino que por un colegio electoral designado por regiones- duró casi un siglo en nuestro país. Factores como la escasa conectividad explican su implementación, pero el mayor deseo de una democracia representativa, establecida en la Carta Magna de 1925, hizo posible su cambio por el sistema directo. Algo que, casi un siglo después, aún no ocurre en Estados Unidos.
Con gritos de sus partidarios y tiros de revólver al aire. Así recuerda el expresidente Arturo Alessandri Palma en sus memorias lo ocurrido en el salón de la Municipalidad de Santiago, donde se llevó a cabo el escrutinio de los electores de la provincia de Santiago, durante las disputadas elecciones presidenciales de 1920, que debieron ser dirimidas por un tribunal de honor.
Eran días tensos y el sistema de votación de alguna forma quedó en entredicho. “Estaba latente el peligro de que se disolvieran 179 electores que me habían dado las urnas, para entregar la elección al Congreso”, anotó el “León” en sus memorias.
Tal como sucede en Estados Unidos, en esos años en Chile el Presidente de la República era elegido de forma indirecta a través de electores convocados al Colegio Electoral, en que finalmente se votaba por el primer mandatario. Una práctica que se implementó en la Constitución de 1828, hasta su reemplazo por la votación directa en la carta fundamental de 1925. Es decir, se extendió casi por un siglo, con problemas y pugnas que recuerdan mucho a los debates que hoy tienen los estadounidenses en términos que, bajo este sistema, tener más votos totales no es sinónimo de ser el elegido.
“Era un sistema que se usaba en países que tenían poca conectividad y era difícil desplazarse, que era el caso de Chile, en ese entonces, por eso no es raro que se haya establecido”, explica el historiador y académico de la Facultad de Derecho de la USACH, Cristóbal García Huidobro.
Por su lado, el investigador y director de la Escuela de Periodismo de la misma casa de estudios, René Jara Reyes, agrega que en la definición del método también influyeron los referentes culturales de la elite. “Los sistemas de votación en Chile históricamente siguen dos grandes modelos: el inglés y el francés. Solo a finales del siglo XIX se comienza a observar con cierto interés la experiencia norteamericana”.
Pero todo comenzó mucho antes. La primera vez que los chilenos fueron convocados a votar por electores fue entre el 15 y 16 de mayo de 1829. Unos comicios marcados por la creciente polarización política, entre fuerzas liberales y conservadoras. Barros Arana detalla que en esos días se repartieron en las principales ciudades algunas proclamas “escritas casi todas ellas con una gran procacidad”.
Según el artículo 64 de la Constitución del ’28, cada provincia elegía a un número de electores -por votación popular-, que triplicaba a la cantidad de diputados y senadores correspondiente. Es decir, en todo el país se elegían a 216, quienes luego se reunían en la capital provincial para sufragar por dos personas, que ocuparían los cargos de Presidente y Vicepresidente.
En esos días, quien aspiraba a ser elector (Art.65) debía reunir los mismos requisitos para postular a la cámara: mayor de 25 años, si era soltero, o 21 en el caso de los casados, además de “una propiedad, profesión u oficio de qué vivir decentemente”.
Pero el debut fue difícil. El primer Presidente elegido con este sistema, fue el general Francisco Antonio Pinto (quien hasta entonces gobernaba como interino), con 118 votos electorales. Mientras, la situación del Vicepresidente resultó una cosa más compleja, pues ninguno de los candidatos obtuvo la mayoría relativa, lo que obligó a dirimir al Congreso, como establecía la ley. En este se eligió al liberal Joaquín Vicuña, quien apenas fue el cuarto más votado, lo que detonó una crisis con la oposición, que derivó en la renuncia de Pinto y el enfrentamiento armado en una guerra civil.
Ser un elector
Pero dicha Constitución no duró mucho más. Los vencedores del conflicto civil proclamaron la carta de 1833, que estableció un sistema electoral controlado desde la Presidencia de la República, lo que le permitía manejar la designación del sucesor, como ocurrió en los llamados decenios conservadores, entre 1831 y 1861.
Tras algunos años no exentos de conflictos, el devenir de las alianzas políticas forjadas en los pasillos de salones y clubes sociales, permitieron algunas variaciones. “Por ejemplo, la forma en que se constituyen los registros electorales va a cambiar, hay reformas en 1874 y 1888, entonces era un sistema que fue muy variable”, explica García Huidobro.
Sin embargo, se mantuvo la votación indirecta (aunque sin el Vicepresidente). Y en ese sentido, la nueva carta tampoco cambió en lo medular la lista de requisitos exigidos para ser considerado elector; eran los mismos que se demandaban para postular a la cámara de diputados, en el artículo 28. Salvo que allí se especificó que además de contar con la ciudadanía, el postulante debía tener una renta “de quinientos pesos, a lo menos”.
Cuando llegaba el momento crucial de competir por el sillón de La Moneda, cada candidatura presentaba listas de personas que comprometían públicamente su apoyo, las que por ley eran sometidas a votación los días 25 de junio del año electoral correspondiente. “En este sistema se elegía a un número de electores proporcional (el triple) a la cantidad de diputados electos en cada distrito -detalla René Jara-. Este también se aplicó para la elección de senadores bajo la modalidad de la lista cerrada”.
Un mes después, los elegidos se reunían en el colegio electoral donde se dirimía al primer mandatario. Este procedimiento se mantuvo durante todo el siglo XIX y solo se reformó en 1917, en que se estableció que los electores debían ser elegidos noventa días antes del final del mandato presidencial. Luego se reunían, votaban y se enviaban dos listas con los ganadores: una a la capital de la provincia y otra a Santiago, donde se leían a viva voz en una sesión pública del Congreso. Esa es a la que se refiere Alessandri en sus memorias.
“Los electores estaban forzados a votar por el candidato al que habían jurado su lealtad -detalla García Huidobro-. No es como lo que pasa en EE.UU donde no es obligatorio que estos voten por el candidato que prometieron apoyar, por eso se les llama los faithless elector”.
Todo por un voto
La tensión del día en que se leían los votos electorales, tambíen derivaba de otro asunto. Debido a la proporción de diputados, había provincias que contaban con una mayor cantidad de electores, las que se volvieron claves para los partidos y sus candidaturas. Por ello, se disputaban con todo lo que tuvieran a mano (hasta los puños) los votos de Santiago, Valparaíso, Colchagua, el Maule y Concepción; es decir, las del valle central.
Ello tuvo consecuencias en el sistema de partidos. “Por un lado, consolidó un tipo de vínculo político clientelar, muy asociado a la figura de caciques locales, sobre todo durante el periodo posterior a la guerra civil de 1891 -explica René Jara-. Por otro, permitió que surgieran con mucha fuerza en el norte, al calor de las faenas mineras, grupos de trabajadores y asalariados organizados, los cuales dieron nacimiento a los primeros partidos políticos obreros y socialistas”.
Y también se hizo común el cohecho, el fraude y la compra de votos. Allí salía a relucir el ingenio criollo; desde la entrega de votos marcados previamente por los partidos que se escondían en las ropas, hasta las “encerronas” con tragos, comida y baile a los votantes que eran partidarios del candidato opositor, para de esta forma impedirles votar. Incluso, en 1896, a un elector lo acusaron de vender su voto por un plato de lentejas. Por ello, las elecciones se volvieron especialmente reñidas.
Las de 1915 fueron dirimidas por el Congreso ante las acusaciones mutuas de fraude por parte de las candidaturas de Javier Ángel Figueroa y Juan Luis Sanfuentes; el primero tenía más votos totales, pero el segundo (un político con una muñeca especialmente mañosa), más electores, por lo que fue ratificado para la presidencia. Caso similar ocurrió más tarde con la última elección en que se usó el sistema, hace exactamente un siglo.
Fue en la reñida campaña de 1920, disputada entre Luis Barros Borgoño y Arturo Alessandri. Este último se presentó como un reformista crítico de la oligarquía que apelaba a las masas, gracias a su flamígera oratoria, lo que le valió ataques desde varios sectores. Tras la votación, ocurrió que Barros Borgoño superó a su fogoso contendor solo por 1.017 votos, pero el “León” consiguió más electores, gracias a su arrastre en el norte grande. Como ambos proclamaron su triunfo, entre acusaciones mutuas de fraude y robo de votos, un tribunal de honor dirimió el asunto: Alessandri obtuvo la victoria, apenas por un elector.
Hacia el final del gobierno del “León” se promulgó la Constitución de 1925, que eliminó el sistema indirecto y estableció la votación directa, aunque con una diferencia respecto al modelo actual en cuanto a la elección presidencial: se estableció que si no había una mayoría absoluta de los sufragios para un candidato, el Congreso escogería entre las dos mayorías relativas, sin la segunda vuelta que conocemos hoy y que se implementó a partir de la Constitución de 1980.
René Jara plantea que el cambio en la forma de votar respondió a una necesidad de profundizar la democracia, tras los años de crisis en el sistema. “Se busca fortalecer la figura del presidente haciéndola depender directamente del sufragio popular. De esta forma, puede ser visto como un elemento central en la democratización del sistema político”.
Pero García-Huidobro puntualiza otro aspecto: ya en esa época había convencimiento en que el modelo era complejo y anacrónico, lo que hace más sorprendente que Estados Unidos lo mantenga hasta nuestros días. “Para la década de los 20′ buena parte del mundo ya tenía el sistema directo, por lo tanto si Chile quería ser una república moderna, tenía que cambiarlo”, dice el académico. “Además había convencimiento de que la votación por electores podía trastocar la voluntad popular, que fue lo que ocurrió precisamente en la elección de 1920. Y en EE.UU eso lo vimos en la elección de Bush/Gore y en la de Trump/Hillary Clinton”.
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