Mauricio Redolés lo advierte: nunca fue un fanático exaltado de The Beatles (“cuando tenía 15 años me identifiqué con Ringo, porque tenía la misma cara de pajero que él, pero no mucho más”, completa).
Pero en esos días posteriores al 8 de diciembre de 1980, quedó tumbado como casi todo el planeta cuando supo que John Lennon había sido acribillado en Nueva York por un perturbado mental.
Sobre todo en su caso, ya que contaba cinco años viviendo en el exilio en Londres, por lo que fue testigo en terreno del remezón que significó el asesinato del cantante en el país donde había nacido y donde había impulsado su leyenda con The Beatles.
Aquí, el relato de una jornada de hace 40 años que aún no olvida:
“Yo estudiaba en The city university en Londres, que no era una universidad con mucha tradición, aunque sí tenía tradición en motores de aviones y esas cosas. Pero tenía una ramita chica de ciencias sociales y ahí tenían sociología, donde llegué yo”.
“Iba a clases en la mañana y esa vez, en pleno invierno en Inglaterra, en diciembre, recuerdo que iba camino a la universidad cuando algo en un quiosco me llamó la atención. Por esa época los diarios más chicos de allá, como el Sun o el Evening Standard, colgaban en distintas partes una hoja grande con el logo del periódico y un par de letras impresas a la rápida con el titular principal: la idea era que tú lo vieras y fueras a comprar el diario, ahí o a un negocio cercano. Por ejemplo, podías ver ‘Lady Di meets Pope’ (‘Lady Di conoce al Papa’). Entonces esa mañana de repente leo a lo lejos: ‘John Lennon shot dead’ (‘John Lennon muerto a tiros’)”.
“Lo primero que dije fue: chucha, ¿cómo?, ¿lo mataron? No lo puedo creer. ¿Será así o me pilló el inglés? Puta de repente pensé que se había tomado un copete y quedó muerto, algo así, como a veces a los copetes les dicen shots. Le trataba de dar una explicación. Y no porque admirara tanto a Lennon, sino porque me gustaban los Beatles”.
“Voy y compro el diario en un negocio, salí y decía que en Nueva York lo habían matado. ¡Conch…! Quedé en ácido, quedé loco, iba a la biblioteca a estudiar, que era una forma de decir nomás para darse importancia, porque era un lugar calentito en diciembre, pero también me iba a leer a Walter Whitman”.
“Decidí no ir. Partí para mi casa, para la pieza donde vivía, y me subo al metro. Rumeaba la tristeza y la pena, estaba súper agilado con la noticia. Llega el metro, me subo y estaba lleno. Se cierran las puertas y me agarra el diario. Empiezo a tironear y las puertas se vuelven a abrir. Ahí salté de vuelta al andén, pero el diario se me cayó en las vías, en los rieles”.
“Ahí lo miro y digo: chucha, ¿qué hago?, donde vivo no venden diarios. Era mi diario y era una portada además histórica. Y ahí dije filo, me tiro no más, qué tanto: me tiré a agarrar el diario y toda la gente empezó a gritar ¡nooooo! ¡nooooo! ¡Se tiró, se tiró!”.
“Capaz que hayan pensado que me quise suicidar por la muerte de Lennon o algo así”.
“Llegaron dos a tres pasajeros y me sacaron de un ala, me dijeron cómo se le ocurre, extranjero imbécil, mire lo que ha hecho; ok, ok, it’s all right, it’s all right. Era realmente peligroso, porque en Londres, al menos en esa estación, los trenes vienen de una curva y aparecen de repente, entonces podía pasar cualquier cosa”.
“Lo importante es que llegué a mi pieza con mi diario. Al día siguiente pasé por la misma esquina y estaba la misma portada del tamaño de un diario extendido, más grande, me la robé, la guardé y la pegué en mi pieza. Aún creo que la tengo. Pura necrofilia. Un amigo hasta me tomó una foto con esa imagen de fondo”.
“Quizás fue toda una inspiración para escribir el poema ‘Fulgor y muerte de John Lennon’, ese donde dice ‘ah Lennon, eras casi Lenin’. Lo hice el 82, cuando fui a Praga y en una calle estaba escrito con tiza ‘Lennon y Lenin’. Qué bueno me pareció”.
“Yo de verdad no tuve ni tengo mucha onda con la gente famosa que muere. Como cuando se murió Maradona, por ejemplo. Me dio mucha rabia cuando asesinaron a Allende, o cuando murió Neruda, Víctor Jara o el Che Guevara. Ahí fue como: ya, hasta aquí no más llegamos. Por Roberto Bolaño es el único famoso por el que he llorado en mi vida cuando se murió”.
“Pero a partir del asesinato de Lennon, empecé a leerlo mucho más. Ya manejaba el inglés, así que empecé a leer sus letras en su lengua, lo sentía mucho más cercano. Repasé sus entrevistas, como se echaba la choreada con McCartney en algunas revistas. En términos generales, era alguien de izquierda. Le caían muchos palos, como a Neruda, que era de izquierda pero tenía casa en la playa. O a Víctor Jara, que era de izquierda pero tenía una novia inglesa”.
“Nunca pensé que fuera una contradicción esa: ser de izquierda y ser millonario. De hecho, siempre pensé: ¡chucha qué bueno!”.