Las hazañas, los dones y las debilidades, así como los fracasos de Simón Bolívar se relatan con brío en la biografía de Marie Arana. Investigado en profundidad y escrito con estilo, es el recuento más accesible y completo de la vida de Bolívar que aparece en idioma inglés, ahora traducido al castellano como Bolívar, libertador de América (Debate, 2020). Arana reconstruye hábilmente la estridente juventud de Bolívar en Venezuela y rastrea sus serpenteantes movimientos en la Europa napoleónica, donde definitivamente se moldeó su forma de pensar. El retrato de Arana del Bolívar prerrevolucionario —un joven apasionado, impaciente, a menudo petulante y ambicioso, que revolotea de una amante a otra antes y después de la muerte de su amada esposa— es un valioso contrapunto a la posterior figura archirrevolucionaria y marcial en la que se concentran la mayoría de los biógrafos. Afortunadamente, el relato de Arana sobre las hazañas amorosas de Bolívar hace más que estimular. Entrega, en cambio, una visión de su frágil psicología y su comportamiento rutinariamente inescrutable, aspectos de su carácter que el énfasis tradicional en su infatigable pluma y espada tiende a oscurecer.
Pero la biografía de Arana es más que los anales de la angustia adolescente, disipación desenfrenada y amor no correspondido. Ofrece un relato fascinante del meticuloso y tortuoso ascenso de Bolívar al poder político, su lenta maduración como estratega militar, su vacilante negociación con personalidades y facciones rivales y el amalgamiento de su radical, y nunca realizada, visión panamericana. Arana demuestra, de manera convincente, cómo las mismas cualidades que hicieron a Bolívar irresistible en el debate y casi invencible en la batalla le sirvieron de poco en la transición a la vida civil una vez terminadas las guerras de independencia.
Arana no blanquea ni de ninguna otra forma expía las sanguinarias fechorías del Libertador, ya sea su declaración y prosecución de la “guerra a muerte” contra los españoles o su predilección por ejecutar a rivales en las filas patriotas. Tampoco disfraza ni de ninguna otra forma disculpa los profundos e intolerantes recelos de Bolívar hacia la participación popular en el gobierno o su megalomanía mal disfrazada y bufonesca, no importa la poco halagüeña luz que arrojen tales revelaciones sobre su protagonista.
Ciertamente Bolívar encarnaba muchas de las aspiraciones y contradicciones de su época. Sin embargo, la biografía tiene una utilidad limitada como herramienta de explicación histórica. La vida épica de Bolívar puede ser un sinónimo de la independencia latinoamericana, pero no es intercambiable ni equivalente a ella. El libro de Arana es menos logrado, entonces, cuando se aleja del propio Bolívar, cuya vida y obra conoce íntimamente, y se aventura hacia la explicación de procesos más amplios, donde su comprensión de la historia y la literatura histórica reciente sobre el tema es más inestable.
Tomemos, por ejemplo, la representación de Arana de la América Española a finales del siglo XVIII. En su relato, todo es oscuridad, una tierra despojada por el despotismo, el desgobierno y la explotación, privada de la ilustración que entonces iluminaba a Europa y la América del Norte de habla inglesa. Pero la provincia conquistada y asediada descrita por Arana cuenta con escasa base en la evidencia histórica. El final del siglo XVIII fue un período de reforma y renovación en el Imperio Español. Con algunas excepciones notables, particularmente la rebelión de Túpac Amaru en Perú y la revuelta de los comuneros en Nueva Granada (Colombia), España había desviado el descontento que había agrietado al Imperio Británico en América del Norte.
Los criollos, como la familia Bolívar, compartieron esta prosperidad, que creó oportunidades para el avance social y político tanto en el Nuevo Mundo como en el Viejo. La pertenencia de Bolívar a esta casta ascendente le facilitó la entrada a los mejores salones de Europa. El descontento de Bolívar con este mundo de privilegios llegó más tarde. De hecho, la imagen de una España atrasada y rapaz formó parte de la justificación post-facto de la revuelta, prevaleciente en los escritos de Bolívar y repetida en las historias de finales del siglo XIX. Arana, impregnada de los escritos de Bolívar, se ha empapado de esta caricatura anacrónica del dominio colonial español.
No existía una demarcación rígida entre la España peninsular y la América Española antes de 1808, cuando la invasión de la Península Ibérica por parte de Napoleón precipitó la crisis. La independencia fue simplemente una respuesta, entre muchas, a esa crisis. Seguramente, hubo múltiples causas para el resentimiento hispanoamericano, manifestado en expresiones de frustración. Surgió un incipiente “patriotismo criollo”, que enfatizó el abismo infranqueable entre las dos orillas del Atlántico y empujó a muchos a imaginar un futuro político independiente. Pero el sentido pleno de identidad nacional y la conciencia del binarismo América / España, surgió más tarde, buscado y tanteado, forjado y fundido durante las guerras anticoloniales y civiles que duraron a través de la década de 1820.
En una etapa anterior, existía la esperanza de que el Imperio Español trasatlántico pudiera reconfigurarse como monarquía constitucional para servir a los intereses de todos sus constituyentes. Tales esperanzas desfallecieron en las Cortes de Cádiz y luego se hicieron añicos con la restauración de Fernando VII en 1814. Estas realidades históricas más amplias ayudan a explicar los fracasos de Bolívar antes de 1814 y hacen plausible su éxito posterior. Sin embargo, no hay conciencia de tales procesos más amplios en la por otra parte meticulosa y admirable biografía de Arana.