Alejandro Zambra: “Ojalá hubiera muchos poetas y profesores en la constituyente”

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Poeta chileno, su última novela, ha aparecido en la mayoría de los recuentos como uno de los mejores libros del año. En conversación con Culto, su autor se refiere a ella, además de la vida en México, los días de pandemia, la Convención Constitucional y adelanta cuáles serán sus lanzamientos para 2021.


Toma unas naranjas, y cual Vito Corleone juega despreocupadamente con ellas antes de irlas despachando en un ritual silencioso. El tibio sol de Ciudad de México ilumina una nutrida biblioteca que lo acompaña a sus espaldas. Cuenta que hace poco han llegado ahí con su esposa y su hijo de tres años, fanático de los Beatles, “y de Violeta Parra y Los Bunkers y Los Tres. Y bueno, también de Café Tacvba”.

Fue en el departamento donde vivía anteriormente, en rigor, en un cuartito de dos por dos en la azotea (el cual bautizó como “Chile”), donde Alejandro Zambra Infantas (1975) escribió la novela que se ha nombrado invariablemente en todos los recuentos de los mejores libros del 2020. Sí, hablamos de Poeta chileno, que en 2021 saldrá en Italia, Alemania, Holanda, Grecia y Brasil, y en 2022 en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y China y varios otros países, totalizando traducciones en doce idiomas.

Pero no nos apresuremos.

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Del otro lado de la pantalla, Zambra aclara que sus naranjas son en realidad mandarinas. “Las mandarinas mexicanas son del tamaño de nuestras naranjas y las naranjas parecen pomelos, que acá se llaman toronjas”.

Se sorprende al saber que habrá una nueva edición de la película Let it be, dirigida por Peter Jackson, acaso una de las mejores noticias de un extraño 2020 que deja un sabor amargo en lo global.

Hace una mueca al oír la palabra “pandemia”, que a estas alturas es tanto una palabra como una vivencia dura. Pero tras unos minutos, el autor de Bonsái asegura que en verdad lo que le ocurre es que tiene sensaciones mezcladas debido al encierro.

“Hay una dimensión obligatoria muy opresiva, pero por el otro lado, está bien pensar en el tiempo, está bien mirar tu pequeño pedazo de tierra, interrogar a las paredes, mirarse un poco más en el espejo. Es una experiencia nueva, me gusta imaginar qué va a salir de todo esto, no lo digo en plan optimista, por supuesto hubiese preferido que nada de esto hubiese pasado”, asegura.

De todos modos, Zambra plantea que las cuarentenas generaron un espacio ideal para la literatura. “Es un tiempo propicio para escribir, sobre todo. Me gusta pensar que mucha gente ha empezado a escribir durante estos meses de mierda. Pienso en quienes han descubierto la escritura en pandemia. En las personas que han necesitado escribir para explicarse las cosas. Eso me parece importante”, dice. “Escribir es tomar notas, nada más, siempre se confunde escribir con publicar. Escribir-para-publicar, yo no creo en eso. Escribo todos los días, porque si no lo hiciera entendería menos o entendería mal o entendería peor. Pero al escribir no estoy buscando lo definitivo, lo perdurable, al contrario. Trato de conseguir un ritmo que sea transitoriedad pura. Luego veremos si había algo en esas páginas o es mejor tirarlas a la basura, pero incluso si hay que tirarlas a la basura, estoy seguro de que ha tenido sentido escribirlas”.

“Creo que a estas alturas todos tenemos alguna víctima alrededor, si no en nuestras familias, muy cerca -agrega Zambra, vía Meet-. Hemos dialogado con la muerte de cerca, hemos estado obligados a pensar en esta muerte sin ritos, aún más desoladora”.

Con unos gajos de “mandarinas gigantes” en la mano, asegura -con algo de culpa- que, después de cuatro años fuera de Chile, todavía lo primero que hace cada mañana es escuchar las noticias chilenas. “Luego escucho las mexicanas, pero una parte de mí sigue clavada en Chile. Igual, comparar países es un deporte muy absurdo y a la vez es imposible no practicarlo”.

“Me impresiona lo difícil que se ha vuelto informarse. En teoría es muy fácil, pero se ha vuelto cuesta arriba ir más allá de los titulares. Pasar de la noticia a la sensación emotiva o física, al aquí y ahora. La cantidad de tiempo que gastas decidiendo de qué manera te informas. Hace unos meses decidí que la única manera de tener una sensación real era hablar todos los días con algún amigo chileno al menos una hora. Por suerte, tengo muchos amigos, en particular muchos amigos periodistas, los voy rotando para que no se aburran de hablar conmigo”, cuenta.

Es con esa información obtenida desde el zapping y las conversas con amigos y familiares en Chile que se permite opinar sobre el manejo de la pandemia en nuestro país. “Este doble movimiento incesante, que nace del vínculo entre el estallido y la pandemia... es todo muy cruel, es una trama muy cruel. La última vez que estuve allá, en noviembre del año pasado, recuerdo esa sensación colectiva, catártica, que rivalizaba con la rabia y el duelo por las víctimas de los atropellos a los derechos humanos. Y ahora esto, que pasa en todo el mundo pero también en cada país y en cada casa. Todo tan colectivo y al mismo tiempo tan individual. Es extraordinariamente difícil de describir”, opina.

-¿Qué te ha parecido el manejo de la pandemia en Chile?

-Malo, como en casi todo el mundo. No estoy en Chile, pero, como te digo, me resulta imposible no pensarlo todo desde Chile. Todos en la calle y de pronto hay que entrarse y fingir que confías en las autoridades que han demostrado su indolencia y su incapacidad. Y claro, la pandemia ha legitimado el petitorio del estallido. Para la gran mayoría de los chilenos es horrible verse obligados a confiar o a fingir que confían en las mismas autoridades en las que ya nadie cree. Esa contradicción ha generado una serie de nuevos dolores. Sentimientos complejos, nuevas formas de dolor.

- ¿Qué lecturas te han acompañado en este tiempo pandémico?

-Bueno, muchísimos libros para niños, un montón. Decenas de libros que hemos leído decenas de veces... Isol, Shel Silverstein, Arnold Lobel, Paloma Valdivia, Kazuo Iwamura, Maurice Sendak, muchos. Hago el esfuerzo de recordar a los autores, porque en la literatura infantil los autores no importan casi nada, eso me encanta. De literatura “no infantil” –ahora me gusta llamarla “literatura solitaria”– de pronto pienso que he leído mucho y en realidad he leído poco, pero la pandemia ha sido tan larga que parece que hubiera leído mucho... Sí releí Moby Dick y Masa y poder, esas han sido mis lecturas centrales. Sobre todo Masa y poder, que leí muy de a poco. Había leído algunos fragmentos hace veinte años, cuando era parcialmente otra persona, los recordaba muy mal. En las actuales circunstancias, Masa y poder ha sido una lección radical, a veces pienso que es lo mejor que he leído en la vida. Su lirismo, su erudición, su capacidad de observación, su temeridad, su permanente humor soterrado, su ironía desoladora y genial. Me da risa, ahora, cuando hablan de libros ambiciosos. ¡Ese sí que es un libro ambicioso! Elias Canetti se propone directamente explicar el mundo, ni más ni menos, es como una guía de turismo para extraterrestres. También he releído a Alice Munro y a Juan Emar y llevo casi un año leyendo a Kathya Araujo. Otros libros que acabo de leer y me gustaron muchísimo: Casas vacías, de Brenda Navarro; Cómo llegué a conocer a los peces, de Ota Pavel; Los eufemismos, de Ana Negri; Sed y Sal, de Juan Santander; Ni siquiera los muertos, de Juan Gómez Bárcena; Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, de Yásnaya Elena Aguilar Gil; Diario pinchado, de Mercedes Halfon. Y como veinte otros libros breves, casi todos de poemas, que me mandó Rolando Martínez, de la editorial ariqueña Aparte. Si estás leyendo esto, Rolando, ¡gracias! Se ha vuelto muy difícil, por razones obvias, conseguir libros chilenos, así que agradezco esos envíos especialmente.

Para la cena de Navidad, Alejandro Zambra presentó una creación que bautizó “Papas a la rancagüina”. “Le dije a todo el mundo que era un plato chileno, es un proyecto de apropiación cultural”, asegura, porque en rigor eran unas papas a la huancaína. Lo acompañó de unas Paltas cardenal, “para atenuar la mentira”. De alguna forma, siempre se las arregla para tener presente a Chile en su cotidianeidad mexicana.

“Juego con eso, tuve a Silvestre, mi hijo, convencido de que vivíamos en Chile hasta casi los dos años, hasta que un día llegó y me dijo ‘Papá, vivimos en México’ (risas). Al parecer tuvo una conversación con su abuela, quien le dejó clarísimo que no vivíamos en Chile”. Agrega que si bien hay algunas palabras chilenas que ha dejado de usar, de alguna forma estas siempre se cuelan. “Quién sabe qué va a pasar con mi acento. Por ahora me pasa que necesito dos o tres minutos para recuperarlo plenamente. Pero a veces mi hijo me amexicana muchísimo. Él habla más mexicano que cualquier persona que tenga alrededor. Suena como dibujo animado, aunque nunca ha visto la tele, él cree que 31 minutos es solamente una banda de rock”.

Por ahí pasó la clave de Poeta chileno, el que señala, “es un ejercicio para enfrentar la nostalgia”. Toma una pausa y complementa: “Sentí esa nostalgia paralizante, muy improductiva, vinculada a la sensación de que no iba a volver a Chile. Yo había vivido en otros países, pero siempre con ticket de vuelta. Ahora no. Entonces surgió la forma más idiota de la nostalgia y necesitaba salir de ahí, que esa nostalgia proliferara, que tuviera muchas páginas, y se nutriera del ejercicio de nombrar, de precisar espacios e imágenes, que no fuera simplemente un dispositivo de evocación”.

Con el nacimiento de su hijo, los tiempos paternales se complementaron con los de la novela. Se levantaba a las 5 de la mañana, junto a su retoño recién nacido. “Estaba dos o tres horas con él y luego me iba al cuartito en la azotea. Era genial, estaba en mi casa, pero a la vez fuera de mi casa”. Después de 3 o 4 horas, a lo John Lennon en el Dakota, Alejando Zambra volvía para dedicarse en exclusiva a ser padre. “No quería que hubiera ninguna rivalidad entre ser escritor y ser papá”.

Poeta chileno surgió en simultáneo con otros libros que Zambra ha seguido escribiendo y publicará en los próximos años. Después de Facsímil (2014), dice, “vino un periodo caótico de proyectismo, hubo dos meses en que no escribí nada, lo que es muy raro en mí, porque yo tengo la escritura como hábito desde chico”.

Ya instalado en Ciudad de México, ese caos inicial fue decantando. “Me había embarcado en varios proyectos sin que ninguno primara. Hubo un periodo largo en que me cambiaba de libro a cada rato. Y los libros tampoco se mezclaban, seguían siendo proyectos muy distintos entre sí. Hasta que sin forzarlo me encontré abriendo el mismo archivo cada mañana”.

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-En otros de tus libros aparecen algunos de los tópicos que acá aparecen, como las familias dispersas, el ser padrastro, el joven estudiante que quiere ser escritor y el escritor que escribe cosas con poco éxito. ¿Por qué retomaste esos temas en la novela?

-Es natural retomarlos, natural e imposible, porque siempre escribes el mismo libro pero cambias todo el tiempo: tú, el mundo, tu posición en el mundo. Escribir el mismo libro es imposible pero hay un compromiso con la intensidad y luego una celebración de ese cambio constante. En ese sentido, mi mayor problema con el enfoque autobiográfico es que se entiende la biografía como una cuestión fijable. Al escribir ejercemos el olvido y el recuerdo de forma diferente cada día.

-¿Con cuál de tus otros libros lo vincularías?

-Con La vida privada de los árboles, que es el libro mío que más quiero. Lo escribí hace quince años pero aún me siento muy cerca de esa novela. No me gusta hablar de mis libros con opiniones “literarias”, porque ¿qué sabe uno? Simplemente es algo que hiciste y que adoras, pero no puedes calificar. Tengo el recuerdo muy vivo del tiempo en que escribí esa novela. Y se parece a mi sensación actual con Poeta chileno. Lo pasé muy bien escribiendo Poeta chileno. Se parecen en la letra y en el espíritu, creo yo, y no solo coinciden en la figura del padrastro, también los hijastros, si te fijas Vicente y Daniela pertenecen a una misma generación. Por otra parte, el narrador de Poeta chileno se parece a algunos de Mis documentos, o de Facsímil, por ejemplo, el texto 2, el del tipo que habla de su nulidad matrimonial, creo que es el mismo narrador, en cierto modo, de Poeta chileno. Aunque en otro sentido el narrador no se parece a ninguno otro que yo haya intentado, este es más conversador, esta novela es muy “hablada”. Y a la vez, contradictoriamente, el narrador incide menos en el relato, es más clásico.

-Otra cosa, es que en tus anteriores libros no usabas marcas de atribución, y en Poeta chileno sí...

-Claro, hay mucho discurso directo en esta novela. En términos si quieres técnicos, esa es la mayor diferencia con mis otros libros. Nunca lo había hecho así, tenía hasta unas teorías para preferir el discurso indirecto y dejar el diálogo puro solamente para esos momentos, para mí esporádicos pero esenciales, en que los personajes le arrebataban el micrófono al narrador. Pero en Poeta chileno los personajes se toman la novela todo el rato.

-En estricto rigor, usaste esos temas para hablar de la poesía. ¿La consideras acaso el motor de tus relatos?

-Bueno, poesía y padrastría. O familia y familiastra, familiastra y comunidad. Digo, la novela interrelaciona vidas y a partir de ahí surgen los temas, no al revés. Me cuesta responder esta clase de preguntas, al hacerlo me siento como en terapia, pero claro, para mí es importante ese territorio en que la literatura pierde su prestigio, deja de influir. Y hay que demostrar de nuevo su poderío. Por eso me interesa la docencia o la crítica. La posibilidad de revivir la literatura, comunicar su eficacia. El capítulo que más me importa de esta novela, por ejemplo, es ese del cuartito, donde se narra el comienzo de la vocación literaria de Vicente.

-En general, en la novela retratas a la escena de la poesía chilena con respeto pero no con solemnidad, muestras hasta carretes de poetas. ¿Piensas que hay una sacralización de la poesía en Chile?

-Claro, yo diría que el narrador habla con cariño y con ternura, aunque igual a veces se pone confianzudo o puntudo. Hay una escena muy secundaria, casi invisible en la novela, en que dos poetas discuten a gritos acerca de la palabra ternura. Me interesa mucho esa escena... Pero no, contestando tu pregunta, no creo que haya una sacralización. Los poetas están conectados con sus comunidades, haciendo talleres o clases, participan del mundo, de las discusiones. Esa idea del poeta en el Olimpo es muy antigua, tal vez pueda verse así pero muy desde fuera. La desacralización de la figura del poeta incluso es un tema recurrente de la poesía chilena. Un tema antiguo, por lo demás, de Nicanor Parra, que luego heredaron varios. Enrique Lihn, sobre todo en La musiquilla de las pobres esferas insiste en esa idea, “poesía, volvamos a la tierra”. Y luego Rodrigo Lira, y así. Entonces, creo que no hay una sacralización, Chile es un país donde la poesía es muy importante y a la vez muy minoritaria, y es necesario enfrentar esa contradicción, porque solo la poesía ha sido capaz de narrar Chile, creo yo.

-En Poeta Chileno salen “personajes” reales, entre otros, Nicanor Parra, Armando Uribe, Rosabetty Muñoz, Sergio Parra, Floridor Pérez ¿has recibido algún comentario por parte de los retratados?

-Claro, Rosabetty y Sergio son amigos míos. Los demás que nombras por desgracia murieron mientras yo escribía la novela, pero quiero pensar que se habrían reído leyéndola. En realidad, en esos casos usé sus nombres porque al imaginar a los personajes fracasaba, eran para mí demasiado parecidos a sus modelos, y no quería inventar a un Nicolás Parra o Hernaldo Uribe o Sergio Parraguez o Floridor González... La gran mayoría de los personajes, en todo caso, son invenciones o mezclas, disfruté mucho esa parte del proceso. Mis personajes favoritos son Javiera Villablanca, Aurelia Bala y el poeta sin nombre, que para mí es una mezcla de Pepe Cuevas y Juan Luis Martínez, aunque también se parece a otros poetas, en particular a un señor cuyo nombre nunca supe pese a que solíamos conversar cada vez que nos encontrábamos en una fotocopiadora de Macul.

Zambra se detiene un momento, y mientras juega con la cáscara de las naranjas (o mandarinas), continúa: “Para mí, Sergio Parra es un personaje importante, más allá de que sea mi amigo. Porque cuando teníamos veinte años, él era el único que nos leía a todos, y nos encontraba malos, y nos criticaba, peléabamos, qué se yo, ¡pero nos leía! Mi novela quiere investigar ese vínculo entre la familia y la familia literaria. Y ahí aparecen esas personas que han estado junto a ti toda la vida, como Sergio Parra o Carlos Cociña o tantos otros compañeros de ruta o de juegos”.

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Tema libre

Alejandro Zambra ya va terminando las naranjas, y como ve las noticias de Chile antes que las de México, está absolutamente enterado del triunfo del Apruebo y la Convención constituyente. La pregunta, entonces, cae como naranja al borde de una mesa.

-¿Te hubiera gustado ser constituyente?

-Bueno, a quién no le gustaría, es un trabajo precioso. Conozco mucha gente ligada a la literatura que haría aportes valiosos a la convención. El drama es que hay que ser candidato, hay que salir a pedir votos, que es casi lo contrario de ser escritor. Ojalá hubiera muchos poetas y profesores en la constituyente.

-Hay gente del mundo de la cultura que va a postular, la misma Rosabetty Muñoz, por ejemplo...

-Qué felicidad que Rosabetty haya aceptado ser candidata. Ojalá todos los candidatos fueran como ella, me ilusiona y alegra su valentía. Ella tiene un vínculo real, muy vivo y consistente, con la comunidad de la que forma parte. Conoce a su gente. Así nos hicimos amigos, hace ya un montón de años, estuve en su taller en el Liceo de Ancud y me impresionó su trabajo tan sólido y tan hermoso con los estudiantes. Me gusta mucho también lo que ha venido haciendo como columnista en la revista Guion B.

-Estarás mirando el proceso desde afuera...

-Dentro de la alegría del proceso, me entristece que no haya participación de los chilenos que no vivimos en Chile, ni siquiera podremos votar. Guardo un buen recuerdo del cabildo en que participé, el 2016. Ahí se daba una distorsión, porque discutías con personas que pensaban distinto de ti pero dentro de un espectro amplio de acuerdos. Supongo que las discusiones en la Convención Constitucional van a ser más feroces. Más polarizadas, arduas, brutales. Por momentos parecerán diálogos de sordos. Es un momento tan importante que es natural que la ilusión rivalice con el escepticismo. Que la izquierda fuera en una sola lista me parece crucial pero, a estas alturas, por desgracia, improbable.

-Ese es un buen punto, ¿cómo te imaginas escribir una Constitución?

-Para escribir una constitución debemos ser capaces de imaginarlo todo minuciosamente. Con humildad y con audacia. Es un ejercicio de ficción, ¿no? La capacidad de pensar la vida propia en sintonía con la vida de los demás es lo que nos mantiene vivos y más o menos sanos. Renunciar a los vaivenes del humor o ignorar los sueños es peligrosísimo. No se trata solamente de defender principios sino de intentar anticipar sus efectos, tratar de vivirlos anticipadamente, colectivamente, solidariamente; imaginar la influencia real de las grandes decisiones en la vida cotidiana. Se suele decir que la ficción es mentira y eso es absurdo. Si no incorporáramos los sueños –lo que soñamos dormidos y lo que soñamos despiertos– a nuestra idea de la realidad, estamos fritos.

-En otro tema, ¿habrá alguna publicación para el 2021?

Sí, en octubre publicaré un libro nuevo, por Anagrama, que también reeditará Facsímil ahora en febrero. Y parece que en marzo, con los Hueders, sacaré una especie de cuadernillo o minilibro que por ahora se llama Introducción a los números indoarábigos. Es una crónica sobre el Instituto Nacional que iba a salir en revista Qué pasa justo cuando la cerraron, así que la seguí escribiendo como dos años.

Hace un rato que el autor de Mis documentos ya terminó las naranjas. El día en Santiago está cruzado por las altas temperaturas del verano naciente y las noticias de la vacuna. Del otro lado de la pantalla, nos despedimos. “Salió bueno, ¿no?”, comenta risueño desde la otra orilla. Sigue sonriendo pese al tiempo extenso de conversación, las mismas que de algún modo han alimentado y siguen alimentando sus libros.

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